Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Estilo de vida > BORDADO

La nueva cara del bordado, un arte milenario que volvió a la popularidad

Como recurso de ilustración, de diseño o como forma de terapia, la técnica suma nuevos adeptos y emprendimientos que lo revalorizan
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08 de agosto de 2020 a las 05:01

La aguja perfora la tela y atrás de ella viene el hilo. Emerge un poco más adelante y vuelve a zambullirse en el tejido. Una y otra vez. Y otra vez. Con ritmo y paciencia, casi como un ritual. Como una meditación. Como un momento de abstracción en el que solo importa el diseño que se está realizando sobre la tela. La creación. Un escape momentáneo.

El bordado es antiquísimo. Siglos antes del nacimiento de Cristo los chinos, los babilonios y los pueblos del norte de Europa ya usaban la técnica para decorar prendas, para reforzarlas para el frío, o para contar historias. El mito griego de Aracné dice que la mujer que osó enfrentar a la diosa Atenea era tan buena en el tejido como en el bordado, y sobre esas disciplinas fue la competición que la terminó convirtiendo en araña. Una de las obras más destacadas de la Edad Media es el tapiz de Bayeux, en el que se relata a través del bordado la conquista normanda de Inglaterra. Y mucho más adelante en el tiempo, las escuelas públicas uruguayas enseñaban (hasta hace menos de cien años) a sus alumnas mujeres a bordar.

El estereotipo marca que el bordado es una tarea de mujeres, ya desde la antigüedad. Sentadas en su casa, en silencio, decorando con los distintos puntos. Pero en los últimos años, está técnica ha sido abrazada por hombres y mujeres de distintas edades como un entretenimiento, un elemento de diseño, o incluso para realizar obras artísticas.

El bordado ha experimentado un resurgir reciente, y hoy son más habituales los emprendimientos que lo utilizan como única herramienta. Este nuevo posicionamiento social tiene que ver, según el diseñador y bordador Santiago Celio, con una necesidad de revisitar técnicas tradicionales para a través de ellas, tener un espacio de creación y tranquilidad. “Usás las manos de forma repetitiva, entonces entrás en un estado meditativo, baja la presión, te tranquiliza y te abstrae. Hoy, que corremos todo el tiempo, apresurados, el bordado te ayuda a relajarte”, dijo.

Florencia Rodríguez, bordadora y diseñadora de indumentaria, considera sin embargo que el regreso del bordado no tiene que ver con una cuestión de moda. “Siento que a la persona que le gusta bordar no lo hace por moda, hay un sentimiento mucho más profundo que abarca este ritual, entre muchas cosas la necesidad de parar”, comentó. De nuevo, el abstraerse. Ir al ritmo que se quiera y tener tiempo para uno mismo.

Y si hay algo que algunas personas tuvieron en los últimos meses, fue tiempo. La pandemia fue el toque final para el impulso reciente del bordado, con aquellos que se reencontraron con la técnica que quizás aprendieron de una madre o una abuela décadas atrás, o con los que encerrados en sus casas se dispusieron a aprender algo nuevo, o a ocupar el tiempo con alguna actividad.

Estos “bordadores de cuarentena” surgieron también porque la técnica está más presente y visible, señala Virginia Sosa, bordadora responsable del taller Nuevo Reino, que en sus seis años de existencia ha visto pasar a más de 300 personas por sus cursos y talleres. En estos meses de pausa forzada, consideró, una técnica que desde hace siglos tiene una conexión con lo doméstico encontró terreno fértil para sumar nuevos adeptos, incluso varios hombres. En tiempos donde algunos estereotipos e identidades arraigadas están cambiando, la tradición de que solo las mujeres bordan está quedando demodé.

Enhebrando conocimientos

Algo que conecta a Sosa, Celio y Rodríguez es que los tres llegaron al bordado prácticamente por sus propios medios, con un proceso de investigación y exploración surgido de sus intereses profesionales. Sosa es diseñadora teatral, y vestuarista, y empezó a interesarse en el bordado desde el costado textil, y también por su vinculación con las artes visuales, y su uso en esa disciplina como técnica de ilustración. Estudió “con señoras” y también en Argentina con algunos artistas que lo aplicaban a su trabajo, ya que por entonces la nueva ola del bordado estaba más desarrollada en ese país.

“Al principio Nuevo Reino estaba muy vinculado a cosas como el tarot y el reiki, cosas que yo hacía en ese momento, y también porque al principio me costaba definirme como bordadora e incluso contar que lo estaba haciendo. Eso interpeló bastante mi propia concepción de la feminidad, porque hay un rechazo de la mujer pasiva, bordando, la imagen que yo tenía de eso, y eso me llevó investigación. En el Reino un poco la idea es la de desestigmatizar, analizar esa idea que tenemos, conocer de donde viene, por qué sentimos eso, en una época en la que las identidades están cambiando. Entender las figuras heredadas, conocer la historia del arte textil, saber que patrones siguen operando, y que es una técnica que todavía no está en Bellas Artes, como si están otras técnicas que ya no se usan”, señaló Sosa.

Cuando le tocó presentar su tesis en la carrera de Diseño Textil, Santiago Celio y su colega Stefania Assandri decidieron enfocarse en el bordado y su conexión con la identidad nacional uruguaya, aprovechando que era una técnica que no les habían enseñado en la facultad, para poder aprender algo nuevo mientras hacían el trabajo. “En Uruguay no se había estudiado mucho, y nos daba buenas posibilidades gráficas”, explicó desde Berlín, donde reside y trabaja actualmente.

El proceso implicó reunirse con mujeres bordadoras (incluyendo a Lourdes, la integrante de la Congregación de las Hermanas Oblatas encargada de bordar cuatro de las bandas presidenciales entre 1938 y 2005) que les enseñaron cada una uno o dos tipos de punto, replicando la tradicional transmisión de generación en generación. El trabajo presentado incluyó tres piezas que tenían como temática común algunas de las figuras y asuntos que conformaban parte de la identidad uruguaya de hace cinco años: las mordidas de Luis Suárez, la popularidad internacional de José Mujica en su papel de “el presidente más pobre del mundo”, y la aprobación de leyes vinculadas a la nueva agenda de derechos, como la legalización de la producción y cultivo de marihuana, la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario.

Rodríguez, en tanto, empezó a bordar hace ocho años, mientras terminaba la carrera de Diseño de indumentaria. “En una clase nos enseñaron de forma muy básica algunos puntos. Yo no había bordado nunca antes, si bien en mi familia hubo personas que tenían el bordado como práctica no llegué a tiempo para que pudieran enseñarme. Empecé a investigar más cuando quise llevar el bordado a mi entrega final de carrera. Fue un proceso lento porque en ese momento no se contaba con toda la información que tenemos ahora, tuve que recurrir a libros y a revistas antiguas, y hacerse de los materiales indicados tampoco era tan fácil. En esa etapa descubrí muchos referentes del bordado. Fue a partir de ese momento que siento que inicié un romance con el bordado, cuando empecé a investigar y a aprender por mis medios y trasladé la técnica a las prendas de esa colección que finalmente terminé reprobando porque le puse tanta dedicación y tiempo a los bordados que descuidé otros aspectos de la entrega. Hoy lo cuento como una anécdota y no cambiaría nada. Creo que si alguien me hubiera enseñado desde cero todo tal vez para mí el bordado hoy no sería tan trascendente, este camino de descubrimiento e investigación hace que hoy quiera y defienda tanto lo que genera”, contó.

Talleres
Para los que busquen acercarse por primera vez o reencontrarse con el bordado, Nuevo Reino ofrece todos los meses talleres iniciales en los que se aprenden las puntadas básicas, se conoce algo de historia y teoría, y se reciben los materiales básicos. Tiene un costo de $ 1900, y la próxima instancia será el 22 de agosto.

El encanto de la aguja

Aunque por un tiempo lo abandonó, desde hace dos años Celio se dedica a realizar retratos por encargo utilizando el bordado. Mascotas, personas, situaciones cotidianas. Una alternativa a las fotografías y una forma diferente de recordar a otras personas, ya que varios de los encargos que recibe son de animales o familiares fallecidos. Sobre su técnica de trabajo, cuenta: “Primero armo un boceto digital de las líneas principales. Eso lo paso a la tela, marco las líneas de volumen y empiezo a bordar, con la referencia al lado. Solo me tomo algunas libertades con el color, pero por lo demás es un retrato realista. Uso

lo que se conoce como bordado libre, que es lo que permite generar volumen, es como una brocha de pincel. Las puntadas dan los tonos y las sombras. Pero si un experto ve la parte de atrás me mata”, concluye con una risa.

El uso del bordado como recurso artístico y las posibilidades que permite también es destacado por Rodríguez, que lo resalta como un vehículo de expresión y un lenguaje en el que cada uno puede aportar sus propias experiencias y gustos para generar una forma propia. Pero más allá de lo personal, también resalta lo colectivo, que es parte de la historia de la técnica, aunque ahora también está amplificado por las posibilidades que da la tecnología. “El bordado tiene múltiples encantos, pero creo que una de las cosas más lindas que surgen es poder conocer personas e historias a través de él, aprecio mucho eso. Me gustan las redes que se crean y hoy si tengo que destacar algo de la virtualidad es un poco eso, el poder conectar con otras personas, conocer su trabajo y saber que tienen intereses similares a los míos independientemente de dónde estén geográficamente. También me gusta que sea una práctica inclusiva, que lentamente se esté derribando la idea de que el bordado es solamente para las mujeres y las abuelas”.

Sosa comparte algo similar. “No es solo algo decorativo, sino también un mediador para llegar a procesos creativos personales, o a procesos sanadores colectivos. El bordar es un acto de reparación personal simbólico, es una práctica meditativa activa, que te permite concentrarte en algo, sobre todo lo que hago yo que es el bordado contemporáneo libre, que permite un flujo de pensamiento más liviano porque no tenés que contar los puntos para pasarte del diagrama. Estás presente en el acto, que es algo muy difícil en estos días. Te conecta con el momento. Y al compartirlo genera una nueva instancia, te da otra perspectiva. Distiende y tiene lo colectivo. Sobre todo ahora en estos últimos meses, fue lo que le faltaba para posicionarse, porque hay gente que ahora se encontró el tiempo para hacerlo. La gente corre atrás del tiempo, y ahora hubo una oportunidad de parar y hacer algo con las manos”.

El bordado como herramienta política
Tanto Sosa como Rodríguez señalan que, a lo largo de la historia, el bordado ha tenido una conexión con distintos movimientos sociales y políticos, como el feminismo. El hecho de que sea considerado como una técnica eminentemente femenina ha hecho que los movimientos se reapropien de esa actividad y lo utilicen como herramienta para transmitir sus luchas y sus mensajes. “Eso viene de algunas artistas visuales de la década de 1970 como Judy Chicago”, comentó Sosa. “También lo hacían las sufragistas, y acá en la dictadura había presas políticas que le mandaban mensajes a sus familias a través de bordados. Siempre fue una herramienta ligada a lo doméstico y lo femenino, entonces también supimos adoptarla en ese sentido”.

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