El lanzamiento del robot conversacional de la compañía emergente OpenAI marcó un punto de inflexión

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La nueva tecnología dispara la avidez de los inversores y la preocupación de los reguladores

Mientras Wall Street se lanza sobre las nuevas estrellas de Silicon Valley y los desarrolladores auguran una nueva era tecnológica, las autoridades destacan la dificultad para comprender y regular la "caja negra" en la que se funda el razonamiento de la Inteligencia Artificial
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21 de febrero de 2023 a las 05:00

ChatGPT, la última aplicación estrella en el firmamento de Silicon Valley, brilla con tal intensidad que los inversores de Wall Street se lanzaron a la búsqueda de la próxima “pepita de oro” en el campo de la Inteligencia Artificial (IA), la tecnología que algunos proclaman como el inicio de una nueva era y que capturó la atención del público en general, pero también el temor frente a la falta de un marco regulatorio.

Lejos quedó la época en que la IA parecía ante todo un producto de la imaginación de escritores como de ciencia ficciones como Arthur Clarke, que en 1968 publicó la novela 2001, Odisea del espacio, llevada al cine por Stanley Kubrick y cuyo protagonista, Hall 9000, era una supercomputadora programada heurísticamente y que generaba respuestas muy semejantes al pensamiento humano.

Si bien la IA llamó la atención de los investigadores y del público en general desde hace décadas, y durante los últimos veinte años se hizo cada vez más presente en la vida cotidiana, el lanzamiento en noviembre pasado del robot conversacional de la compañía emergente OpenAI marcó un punto de inflexión.

"De vez en cuando tenemos plataformas que emergen y dan como resultado una explosión de nuevas empresas. Vimos esto con internet y también con la difusión masiva de la telefonía móvil. Hoy, la IA podría ser la próxima plataforma en la que todos los inversores quieren estar presentes", explica Shernaz Daver, de la empresa de inversiones Khosla, con sede en California.

La IA generativa, de la que ChatGPT es un ejemplo, navega a través de océanos de datos suministrados por sus programadores al tiempo que recoge otros de la propia web para entregar un contenido que sus impulsores definen como “original” y que puede ser una imagen, un poema, un ensayo o un discurso en cuestión de segundos y ante la simple solicitud del usuario.

Desde su relativamente discreto lanzamiento a fines de noviembre, ChatGPT se convirtió en una de las aplicaciones de más rápido crecimiento jamás vistas, a tal punto que hizo que gigantes tecnológicos instalados desde años, como son los casos de Microsoft y Google, aceleraran sus proyectos, hasta ahora celosamente guardados por temores de que la tecnología no estuviera lista para el uso del público.

"Sólo cinco días después de su lanzamiento, más de un millón de usuarios ya solicitaban el servicio de ChatGPT”, explica Wayne Hu, socio de la firma de capital de riesgo Signalfire, en referencia a un crecimiento que se estima 60 veces más rápido que el registrado por Facebook desde que la plataforma fuera lanzada en febrero de 2004 por Marck Zuckerberg junto con otros estudiantes de la Universidad de Harvard.

"De repente, todos los inversionistas están hablando de cómo ChatGPT podría eliminar millones de puestos de trabajo calificado, cambiar radicalmente industrias de billones de dólares y modificar, fundamentalmente, la forma en la que aprendemos, consumimos y tomamos decisiones", agrega Hu, pese a que la explosión llega en un momento por demás sombrío para el sector tecnológico, con decenas de miles de despidos en cascada en las compañías más grandes del mundo, así como en otras más pequeñas que luchan por sobrevivir.

La situación, producto del retiro muchos anunciantes de las grandes plataformas y de una cada vez mayor competencia en el segmento de las redes sociales, parece no hacer mella en el entusiasmo de los inversores. "Mientras que otras categorías de empresas se enfrentan a una contracción de sus valoraciones y buscan capital, las compañías de IA generativa no lo hacen" acota Daver. Por su parte, Hu explica que “los valores de mercado para las firmas de IA generativa se dispararon, mientras se contrajeron para todas las demás.

Aunque algunos analistas prefieren ser cautelosos y no descartan que el flujo de inversores produzca una burbuja especulativa como la que registraron las llamadas puntocom a principios de la década de 2000, OpenAI fue valorada por Microsoft en cerca de US$ 30.000 millones, pese a que los reportes de Wall Street indican que la firma invirtió decenas de millones en los últimos meses.

Los emprendedores que se especializan en IA generativa dicen que ya no necesitan realizar grandes esfuerzos para llamar la atención en la búsqueda de capital, ni ahondar en los detalles de lo que tratan de ofrecer. "Esto ayudó mucho", sostiene Sarah Nagy, fundadora de Seek AI, una compañía emergente que permite a los usuarios inexpertos extraer información técnica de bases de datos usando consultas en lenguaje cotidiano.

Ahora, el apetito por capacidades similares a las de ChatGPT parece ilimitado, y no sólo de parte de los inversionistas. "Antes de ChatGPT tenía que explicar qué es la IA generativa, y por qué es importante. Sin embargo, en los últimos meses, la demanda de los usuarios se incrementó bastante, incluso es difícil de satisfacerla, ya que seguimos siendo una empresa pequeña", dice Nagy.

La emprendedora, al igual que sus competidores, quiere hacer crecer a su equipo y, en el mismo sentido que Daver, explica que mientras la tendencia general es al recorte de personal e inversiones, su empresa sigue contratando expertos para ampliar el espectro de los productos que ofrece. Una carrera en la que también están involucrados los gigantes tecnológicos, sobre todo Microsoft, socio e inversionista de OpenAI, pero también Google, que trata de mantenerse en competencia.

Sin embargo, a la sombra de las llamadas Big Tech, una galaxia de nuevas empresas pugna por ofrecer sus desarrollos. Un caso reciente, que ya lanzó una primera ronda de financiamiento, es la californiana Kognitos, que busca automatizar tareas administrativas. Otro caso: la plataforma de diseño Poly, capaz de generar mapas o gráficos tridimensionales en apenas segundos.

Además de los fondos de riesgo convencionales, las gigantes del sector están al acecho. Google acaba de invertir US$ 300 millones en la compra del 10% de Anthropic y su chatbot, Claude. Una muestra, según Hu, de que la "fiebre del oro" que despertó ChatGPT podría no tener precedentes y expandirse mucho más allá de la IA generativa debido a que la tecnología misma minimiza la necesidad programadores y expertos para ejecutar las ideas.

Aunque el fervor puede parecer excesivo, los desarrollares exhiben una fe inquebrantable en la IA. "Ahora ya no se necesita un doctorado en Stanford en informática. Cualquier desarrollador puede crear algo impresionante sobre ChatGPT y otros modelos básicos en apenas fin de semana. Esta ola puede ser más grande que la de los celulares móviles o la nube. Puede alcanzar una escala comparable con la Revolución Industrial", se entusiasma Hu.

Problemas y temores

La explosión de la IA, sin embargo, comenzó a generar conflictos, algunos previsibles y otros impensados. En Italia, por ejemplo, el robot conversacional estadounidense Replika, una versión del modelo conversacional GPT-3 de OpenAI, despertó la queja de sus usuarios y la atención de los entes reguladores.

La semana pasada, la Agencia Italiana de Protección de Datos expresó su inquietud por el impacto de la IA y prohibió a Replika usar los datos personales de los italianos, afirmando que va en contra del Reglamento General de Protección de Datos, cuestión que también está en la agenda de la Unión Europea en el contexto de una discusión que pasa por cómo regular la nueva herramienta.

"Estamos descubriendo los problemas que la IA puede plantear. Vimos que chatGPT puede ser usado para crear mensajes de phishing (fraude online) muy convincentes, o para trazar la identidad de una persona concreta", explica Bertrand Pailhès, responsable de la división de IA de la autoridad francesa regulatoria. Por su parte, los juristas destacan la dificultad que hay para comprender y regular la "caja negra" en la que se funda el razonamiento de la IA.

La protección de la intimidad de las personas no es la única cuestión que reclama la atención de los reguladores. Las posibilidades que abre la IA a la industria bélica llevaron a que decenas de países, en una coincidencia casi sin precedentes, señalaran la necesidad de regular su uso en el ámbito militar ante el riesgo de “consecuencias no deseadas”.

"Hay preocupación en el mundo entero en cuanto al uso de la IA en el ámbito militar y su potencial falta de fiabilidad ", destaca el texto publicado al término de la primera conferencia internacional sobre el asunto, celebrada en La Haya, la sede del gobierno de Países Bajos. El texto, firmado por más de 60 países, manifiesta la preocupación ante la "falta de claridad sobre la responsabilidad" de la IA aplicada a cuestiones de defensa.

A nivel militar, la IA ya se emplea en el reconocimiento, la vigilancia y el análisis de situaciones. En el futuro podría servir para designar objetivos de manera autónoma, o para incorporarse a los sistemas de mando y control nuclear. "Nunca dejen que el factor humano escape a la responsabilidad que debe asumir. No le confíen jamás las decisiones a la inteligencia artificial", destacó en esa ocasión el general Jörg Vollmer, ex comandante de la OTAN.

La conferencia, organizada por Países Bajos y Corea del Sur, reunió a unos 2.000 delegados, procedentes también de empresas tecnológicas y organizaciones de la sociedad civil. En ese ámbito, los expertos consideraron aún lejana la posibilidad de un tratado internacional que regule el uso de la IA, como sucede con las armas químicas y nucleares. No obstante, coincidieron en la urgencia de establecer directrices, mientras la IA sigue expandiéndose y consiguiendo cada vez más inversores.

(Con información de AFP)

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