Cafú en la actualidad en su faceta de técnico

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La película de Cafú: nació en la favela Ciudad de Dios y "prendió velas" en Río para llegar a Peñarol

De los balazos en Río de Janeiro a los tiros en el Cerro, la vertiginosa vida de Cafú Barbosa
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31 de julio de 2021 a las 05:03

Un grupo de muchachos armados corriendo una gallina, una pelota de fútbol que explota en el aire de un balazo y el asalto a un camión cargado de garrafas de gas. Así empieza la película Ciudad de Dios que cuenta la historia del enfrentamiento entre dos bandas en una favela de Río de Janeiro. En ese mismo lugar nació hace 49 años Luciano Barbosa, Cafú. Un día de invierno, cuando aún no tenía 20 años, se despidió llorando de su madre y se tomó un avión para Buenos Aires. De pronto pasó de jugar al fútbol en los campitos de Río a entrenar en River argentino, se hizo amigo de Ariel Ortega, compartió prácticas con Marcelo Gallardo y le alcanzaba la pelota a Diego Maradona en el Monumental. El fútbol lo llevó para un lado, para el otro y lo depositó en el Cerro de Montevideo. De los balazos de la favela a los tiros en Santín Carlos Rossi. De la frustración de probarse en un equipo y otro de Brasil a jugar la Copa Libertadores con Cerro, salir campeón Uruguayo con Peñarol y repetir el título con Danubio. A veces la realidad supera los sueños.

Cafú, sobrenombre que le puso Daniel "Dodó" De Los Santos y le quedó para siempre, vivió hasta los 10 años en la favela Ciudad de Dios. La historia que cuenta la película, que se desarrolla entre casas precarias y calles estrechas es tal cual. “Es todo verdad”, dice Cafú, que nunca olvidará el día en que su padre les preguntó a él y a su hermano más grande qué preferían: regalos para fin de año o irse a otro barrio. “Ni lo pensamos, vámonos”, le dijeron.

La estampa de Luciano Barbosa, Cafú

Despertarse todas las noches escuchando tiros no era agradable. “Estaba bravo, la bala no tiene dirección, no tiene nombre. Nosotros estábamos en las viviendas, pero cruzaban, se metían, pasaban los policías a cada rato; siempre estaba ese miedo de ir a la escuela o de ir a trabajar. Después uno se acostumbra, pero asusta”.

A pesar de todo recuerda su niñez como una etapa linda. “Mi papá trabajó toda la vida en un supermercado, era gerente y comida era lo que no faltaba. La familia fue creciendo, somos ocho hermanos y entre los varones, que somos cinco, siempre estuvo la ilusión de jugar al fútbol”, pero no era una opción abandonar los estudios. “Llevábamos una mala nota y nos rezongaban; no éramos chicos 12, pero le metíamos a full al estudio”.

El contacto argentino

La familia se mudó a Río centro, cerca del antiguo autódromo de Fórmula Uno. “No conocíamos a nadie, una tristeza bárbara, las fiestas las pasamos solos, pero era una tranquilidad. Fue otra cosa, vida nueva, otras amistadas, más allá de que seguía volviendo a la Ciudad de Dios para los torneos, los campeonatos, me venían a buscar. Quedó el vínculo hasta hoy, aunque a algunos hace añares que no veo o muchos se metieron en cosas raras y se fueron. Pero me quedan amigos, el padrino de mi hijo Nacho es de allá y vamos cada tanto. Pero tampoco es que ando caminando por la plaza o por las calles”.

Si bien en el nuevo barrio había favelas cerca (“en Río las hay por todos lados” señala Cafú) ganaron en tranquilidad, estaban cerca de la playa y se disfrutaba de otra manera. Se cambió de escuela, hizo nuevos amigos y se enganchó a jugar al fútbol en campeonatos de barrio. “Siempre estuvo el sueño de jugar, pero las pruebas de aspirantes eran complicadas, fui a un par, me probé en Bonsucesso, pero veía que era muy difícil. En los campeonatos de barrio siempre había alguno que te decía que te iba a llevar para acá, para allá, pero tampoco me enloquecía”.

Fuerte contra Chory Castro

Empezó el liceo y cuando tenía 16 o 17 años le ofrecieron trabajar de cadete en una empresa de bolsos y carteras. Al fútbol lo fue dejando para los fines de semana. “No es que me había entregado, pero ya lo veía más lejano, entre semana no podía practicar”. Hasta que en un campeonato, jugando de número 9, conoció a un argentino que jugaba de zaguero. “Me preguntó si no quería jugar al fútbol en un equipo y le dije que me encantaría, pero cuentos tenía un montón. Él me dijo que tenía un contacto en River argentino”.

Pasaron unos días, le pidieron que se hiciera el pasaporte, conoció al papá del zaguero argentino y aunque “yo no entendía un pomo de español” pensaba “si sale, sale”. Mientras tanto, continuaba con su trabajo llevando muestras de bolsos y carteras a los potenciales clientes. En realidad, se veía viajando: “Si no había conseguido nada en Brasil, menos iba a conseguir afuera”, era lo que pensaba. Hasta que llegó un fax y el pasaje.

Cafú marcando al Chory Castro

“No me olvido más de la fecha. Me dijeron, ‘tenés que viajar el 17 de julio de 1992’. Emocionado yo le contaba a todo el mundo, pero recién me cayó la ficha el día anterior. Y fue bravo. La gente que iba a mi casa a despedirse, las viviendas eran un festejo bárbaro, mi gente contenta, pero al otro día amanecí y mis hermanos llorando, mis parientes que me deseaban suerte. No tomaba la dimensión que me iba y todavía solo. A mi viejo nunca lo había visto llorar y eso me golpeó. Antes de irme me dio unos pesitos para los gastos. Mi mamá lloraba abrazada a una tía. Yo fui a migración y cuando volví la abracé y me dijo ‘andate, es la chance que tenés, aprovechala; si se da, se da, sino volvé, pero matate allá”.

Montevideo, una premonición

Llorando se subió al avión: “Que sea lo que dios quiera”, pensó. Como si fuera una mueca del destino, el vuelo hizo una escala de 40 minutos en Montevideo, la ciudad que luego sería su destino final. “Yo estaba de camisa manga corta y hacía un frío tremendo. Pleno invierno. Cuando caigo en Buenos Aires no conocía a nadie. Aparece un veterano, el papá del muchacho, y yo decía 'dónde estoy'. Al otro día, a las 9 de la mañana, golpean la puerta de la habitación del hotel y cuando abrí los ojos estaba adentro del Monumental”.

Luciano Barbosa (todavía no era Cafú) empezó a entrenar en Cuarta división, hasta que un día lo llevaron con el plantel de Primera a Villa Martelli. “Yo no entendía nada, mi español era enredado, andaba con la mochila para todos lados. En Río jugaba en el barrio, pero nunca había practicado en un equipo. El fútbol antes no tenía la repercusión de ahora y yo no conocía la cara de los jugadores: de nombre conocía al técnico que era Passarella, a Gallego su ayudante y al técnico de Tercera que era Sabella. A los jugadores poco y nada. Ese día de mañana había entrenado con la Cuarta y después de media hora de fútbol con Primera, medio que me acalambré”.

Marcando a Zalayeta durante una práctica de la selección

Después de una semana viviendo en el hotel, pasó a la pensión de River. Ahí se hizo compinche de Ariel Ortega y entrenaba diariamente con Matías Almeida, Marcelo Gallardo y Hernán Crespo, entonces juveniles, integrantes de una generación de futbolistas que luego triunfarían en el mundo. “Conocí a la familia de Ariel, me enseñaban español y yo le enseñaba portugués. Tenían un pariente con un ómnibus escolar y nos llevaba a pasar el día en los parques, de cantarola, a tomar mate en las plazas. Yo andaba con ellos para todos lados”.

Unos años después, cuando Cerro enfrentó a River por la Copa Libertadores de 1995 en el Monumental, Cafú escuchó que le hablaron: “Negro, no me saludás ahora”, le dijo Ortega al que había cruzado y pensó que no lo iba a conocer. Años después, en la despedida de Enzo Francescoli, se cruzó nuevamente con el Burrito. “Hoy le cuento a mi hijo y me dice, ‘vos estás loco’. Porque en ese momento no me daba cuenta dónde estaba, no tomaba dimensión de lo que estaba viviendo”.

Ni siquiera tiene fotografías con Diego Maradona, Claudio Caniggia o Gabriel Batistitua, a quienes veía a diario entrenando en el Monumental con la selección argentina durante las Eliminatorias para el Mundial de 1994.

"Ese negrito no tiene pinta de nada"

Después de participar de un torneo en Joinville con la Cuarta división de River, Cafú se fue a Chaco For Ever, en Resistencia. “Lo mejor que me pasó fue que conocí a Elio Rodríguez y a su señora que estaba embarazada de Deborah y Angel (atleta olímpica y futbolista, que son mellizos). Yo pasaba con ellos, iba a lados, hacíamos asado con la banda de Mandiyú de Corrientes, César Vega, el Quique Saravia, el Indio Morán, Mario Orta”.

En enero de 1993 comenzó la pretemporada en Chaco For Ever, pero el club estaba a punto de quebrar. “Me dijeron 'andate porque se va a complicar' y el Bomba (Domingo) Cáceres, que siempre andaba por ahí, me preguntó si no quería ir a Uruguay. Yo quería jugar al fútbol y no tenía problemas. Así empezó mi periplo acá. Me llevó a vivir a su casa en Solymar y llamó a Ildo Maneiro, que estaba en Danubio, pero ya tenía a Marcos Madruga y a Guerrero, así que no había lugar para otro lateral. Después fuimos a la cancha de Sud América y Julio Ribas me decía ‘vení para acá’ con la locura de él. Pero no salió y siguió tirando líneas. Yo entrenaba ahí en la casa del Bomba, hice amistad con su familia, con su hijo Pablo que era un gurí y con los años jugamos juntos en Danubio. Hasta que consiguió una prueba en Cerro”.

Trayectoria
Cerro, Peñarol, Shenzhen Kingway de China, Danubio, Bella Vista, Deportivo Aucas de Ecuador, Fénix, Cerro Largo y Rentistas.

“Ese negrito no tiene pinta de nada”, me dijo Gerardo Pelusso, que era el ayudante técnico de Fernando Rodríguez Riolfo.

Después de un amistoso en una cancha frente al estadio Tróccoli y otro contra Liverpool en Belvedere, lo citaron para arrancar con el plantel albiceleste de Primera. “Llegué, ahora hay que mantenerse”, pensó Cafú en ese momento.

Cáceres le consiguió para vivir una casa donde a veces concentraba Cerro, en la calle Santín Carlos Rossi, cerca del Tróccoli. Un lugar que enseguida le trajo reminiscencias de su niñez. “No era muy lindo, a veces me escondía abajo del colchón porque andaban a los balazos. Pero siempre recuerdo a unos vecinos, Oscar y su señora, que se portaron muy bien conmigo y me ayudaron”.

Cafú es el entrenador de los futbolistas de la Mutual que no tienen club

Un día lo fueron a visitar Raúl Roganovich, jugador argentino que había conocido en Chaco y que ahora estaba en Racing, y Leonardo Jara. Cuando vieron dónde vivía, lo invitaron a que se mudara con ellos en el Parque Posadas. Al principio dormía sobre un colchón, después se fue el argentino y ocupó su lugar en el apartamento junto a Jarita, años más tarde jugador de Nacional.

Hizo historia en Cerro

Pese a las dificultades, Cafú recuerda con cariño aquella etapa en Cerro. “Líber Vespa me llevaba para su casa, el Palillo Rodríguez, Camacho, Correa, Marcelo Pérez, todos me invitaban porque yo estaba solo. El Pocho Acosta, Couto, el Bocha Caprile, Bartora, el Bola González... Sandro Franco me invitaba a Canelones, Diego Viera a Florida, el Pipa Rodríguez. Ese fue el arranque, me apegué a los jugadores, a sus familias, yo nunca decía que no, igual iba a la Luna si me invitaban”.

Se armó un lindo grupo que más allá de “ganar o perder, de hacer plata o no, se forjó una amistad y yo que estaba solo, soy un agradecido”. De a poco fue aprendiendo también el idioma: “En Argentina compraba el diario y aprendía las palabras. Me sirvió. Hoy voy a Brasil y para hablar portugués puro tengo que estar dos o tres días”.

Danubio en 2005, después de ganar el Uruguayo

Aquel equipo de Cerro logró una campaña histórica, clasificando a la Copa Libertadores por primera vez en su historia. “Lo de Cerro fue raro, porque yo no tenía idea lo que era, no tenía idea que estaba peleando el descenso. Debuté el 4 de abril de 1993 en cancha de Danubio y perdimos 2-1. En el segundo partido con Defensor en el Tróccoli no entré y el tercero fue un clásico contra Rampla. Me pusieron de zaguero con Héctor Correa, que me dijo, ‘Cafucito, es hoy’. Ganamos 3-0 con goles de Marcelo Pérez, Homann y Camacho. Ahí fue tocar el cielo con las manos. A fin de año entramos en la Liguilla, ganamos el torneo Integración. Un arranque divino, porque uno piensa que el fútbol es todo alegría, pero son más las perdidas que las ganadas. Yo le digo eso a los muchachos hoy, que disfruten el momento. Metimos la Copa Libertadores y para nosotros era jugar la Champions League. Hacía dos años estaba jugando en la favela y ahora me enfrentaba a Peñarol, Independiente y River Plate”.

Fueron años de felicidad, pero también de sacrificio en Cerro, porque los problemas económicos del club eran tremendos. En esa época, Cafú solía juntarse con Líber Vespa, el Pocho Acosta y Tato Couto para ir a ver fútbol de todo tipo, a Peñarol, a Nacional en la Copa Libertadores. “Eran partidos lindos, me acuerdo que fui a ver a Nacional cuando vino Ronaldo al Estadio porque era la oportunidad de ver a esos fenómenos que andaban en la vuelta”.

Los rezos para jugar en Peñarol

En 1997 Peñarol ganó el quinquenio local y a fines de ese año Cafú recibió el llamado de Tito Goncálvez. Le dijo que estaba la posibilidad de jugar en los aurinegros. “Fui a Brasil a pasar las fiestas y prendía velas por todos lados para que se hiciera”. Regresó a Montevideo, lo llamó el Pato Aguilera para decirle que “estaba todo el pescado vendido”, después gente del Grupo Casal que lo representaba y por último, para confirmar la transferencia, el técnico Gregorio Pérez. “La presentación fue media rara porque era el momento en que Peñarol estaba peleado con la prensa, no se podía hablar. Cuando llegué a Los Aromos, miraba las fotos de los fenómenos y decía, ‘mi Dios querido, ojalá pueda vivir el 0,9% de lo que vivió esa gente’. Después de tantos años en Uruguay uno soñaba con ponerse la camiseta de un grande y se me estaba cumpliendo”.

Pero no fue el único sueño que cumplió. De niño iba al Maracaná con la camiseta de Flamengo y los años le dieron la oportunidad de jugar en ese estadio enfrentando al Flamengo, con su familia brasileña en la tribuna. “Ese día que jugamos con Peñarol, salí a la cancha y escuché la voz de un amigo que estaba en el talud, hoy ya fallecido, que gritó mi nombre y dije, ‘pah, estoy del otro lado, se me cumplió todo’”.

Cafú se retiró a los 43 años después de tres temporadas en Rentistas. Antes sufrió durante un año una lesión en la espalda que se hizo tras ensayar una chilena en un partido amistoso con el grupo de jugadores libres de la Mutual. Llegaron a decirle que no iba a volver a jugar, pero no quería terminar así su carrera. Después de dos bloqueos y una larga y paciente convalecencia, se recuperó. Entonces lo llamó Flavio Perchman para ir a Rentistas. “Terminé la carrera de la mejor manera, logramos el ascenso y batí un récord de Romario como jugador más veterano en la Sudamericana de 2014”.

El último club, Rentistas

Empezó su vida de entrenador en Racing con Sebastián Taramasco, continuó en Cerro Largo, en la sub 17 de Bella Vista con Santiago Ostolaza y desde hace tres años trabaja con el equipo de la Mutual, donde empezó junto a Apraham Yeladián: “Estoy como primer entrenador, pero no me olvido que fue el Apo Yeladián el que me invitó y lamentablemente ya no está”.

Un desafío complicado, porque no es solo entrenar a los futbolistas que no tienen club, explicó Cafú: “La Mutual tiene un complejo espectacular que no tienen algunos clubes y nosotros tratamos de mentalizar a los muchachos, de ayudarlos mientras esperan el llamado de un equipo. Los primeros meses son divinos, pero cuando empiezan a irse y otros se quedan, uno tiene que poner el hombro, conversar, no hacer de psicólogo porque no lo somos, pero sí colaborar con ellos para que estén preparados y no se desanimen”.

Cafú también está al frente de la escuelita de fútbol Jogo Bonito, donde intenta que los niños hagan deporte y se diviertan antes de pensar en la competencia. Los sábado, le toca seguir corriendo atrás de la pelota en un equipo de veteranos que se llama La Banda y al que se integró invitado por Robert Lima, compañero en Peñarol y que falleció de un infarto hace un mes. "Era un negro divino, chistoso, todavía no lo puedo creer" dice Cafú, el  protagonista de una vida de película que empezó hace casi 50 años en una favela de Río de Janeiro.

Primero la casa, el auto en otra vida
Son pocos los futbolistas profesionales que no tienen auto propio. Y si jugaron muchos años en un club grande, menos. Cafú es uno de ellos: “Cuando llegué a Peñarol Gregorio me dijo ‘no te quiero ver arriba de un auto’. Después de grande uno ve que a veces es necesario, pero mi sueño cuando salí de Río de Janeiro era comprarles una casa a mis padres. Cuando tuve esa posibilidad, compré dos apartamentos, primero y segundo piso, porque éramos mucha gente y cumplí. Después una casa para nosotros y mi hijo, cerca de la playa. A mi me encanta la playa, es un gusto que me doy, no conozco Miami ni ninguna de esas playas locas. Después, si tengo que tomar un ómnibus lo tomo, o un taxi”.
Pero, ¿sabe manejar? “Yo te puedo llevar, no sé si llegas entero. Si alquilamos auto, en la ruta manejo, pero en Montevideo me entraba pánico escénico. En la otra vida puede ser que compre un auto, en esta está difícil”.
Cafú agrega que “al futbolista a veces lo ponen allá arriba como si fuera un artista o un dios y somos uno más de la sociedad. Terminó mi carrera y soy Luciano Barbosa como siempre. Soy ciudadano normal, pago mis cuentas, voy al supermercado. Somos uno más, 10 pesos en el bolsillo o con 20 o 30. No me cambia nada que jugué en Peñarol o en Cerro, siempre hice las mismas actividades. Tuve la suerte de jugar al fútbol, de ponerme la camiseta de un grande. Por suerte los valores de mi viejo los mantengo”.
Esos mismos valores trata de inculcarle a su hijo Nacho, que juega al fútbol en la categoría sub 19 de Racing. “A mi hijo le digo que disfrute. Hoy hay una desesperación por jugar, la juventud quiere ser futbolista y no hay lugar para todos, la suerte lamentablemente no la tienen todos, hay mucha frustración, no hay paciencia. Yo no estoy de acuerdo con que se fijen partidos juveniles entre semana y él no pierde un día de estudio por ir a jugar un partido. Le digo que siga entrenando y cuando tenga la oportunidad, que la aproveche. Por suerte sigue la Facultad y quiere ser abogado”.

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