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La sangre: crónica de un forense, su investigación y un crimen que terminó en fracaso

El libro de Claudio Burguez y Diego Vidart recupera la figura del forense Juan Chabalgoity y la teoría que movió los hilos de su vida: que la sangre humana puede capturar imágenes
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08 de octubre de 2022 a las 05:02

La sangre deja manchas indelebles, fáciles de identificar, casi imborrables. 

El hombre que dice esas palabras, textuales, vestido de traje, tiene un cuchillo en la mano. Y una lupa gigante en la otra. Es posible que ronde los 60 años, es posible que esa no sea la primera vez que se enfrenta al cuchillo manchado, y es posible que esté actuando para la cámara. Porque el cortometraje, dirigido y protagonizado por él en la década de 1940, guarda ese pacto: el de la realidad reconstruida, realidad que pasó y de la que también fue principal actor. Lo que sí es certeza, y ya no posibilidad, es el asombro que muestra. A Juan Chabalgoity, el descubrimiento que está representando en cámara lo intriga y lo obsesiona como la primera vez que lo tuvo delante de los ojos y pensó que era una ilusión óptica producto del cansancio. Porque ¿puede ser cierto?, ¿podemos estar seguros de que lo que él vio, esos rostros fantasmagóricos asomándose debajo del rastro rojo, son reales? ¿De verdad podemos decir que la sangre es fotosensible y captura imágenes?

Esas preguntas guiarán las investigaciones de toda su vida. Serán su motor, lo que lo impulsarán a la escritura del ensayo Los misterios de la sangre humana en 1954, y que, en cierta manera, lo harán fracasar. A sabiendas de la imposibilidad de acabar su proyecto, esta figura renacentista de la ciudad de San José —que fue forense, dactilóscopo, fotógrafo, músico y unas cuantas cosas más— decidió hacer un pedido explícito: que otros continúen con sus ideas. Que alguien, en algún futuro eventual, retome donde él se quedó y trate de mantener la llama viva. Esa que dice que la sangre puede revelar imágenes.

Captura de pantalla del corto de Juan Chabalgoity

Ochenta años después del punto de partida de aquel estudio de Chabalgoity, se publica en Uruguay La sangre. El libro es un proyecto en el que el narrador y poeta Claudio Burguez y el fotógrafo Diego Vidart estuvieron trabajando por casi cinco años, que los obsesionó, fascinó y, en alguna medida, los conectó con el legado de aquel forense maragato que, en un momento epifánico de su vida, se topó con una posibilidad asombrosa.

La sangre, que se publica a través de la editorial Pez en el Hielo, puede tomarse en primer lugar como una posta que los autores recuperan de parte de aquel pionero, pero también como un proyecto multidisciplinario que fusiona narración, reconstrucción histórica, fotografía y hasta ensayo pictórico-científico en un volumen que, sin embargo, no pone al lector de frente a Juan Chabalgoity en el comienzo, sino que se toma su tiempo para presentarlo. Y tiene sentido, porque, en realidad, su figura en la historia aparece después. Primero llega el crimen. 

Primero llega ese caso que conmociona a la ciudad de San José en 1941, que se salda con la muerte de Máximo Díaz, un vecino querido y respetado que termina apuñalado y desangrado en el patio de su casa, y por la que termina condenado un posible chivo expiatorio. El arma homicida es, claro, la cuchilla que llega a manos de Chabalgoity en la comisaría de la zona, donde trabaja como forense, y que despierta su asombro. La cuchilla que, en cierto sentido, pauta también la existencia de La sangre.

“Es en el séptimo examen que Juan Chabalgoity le realiza a la cuchilla, que acontece —se puede leer en la página 92 del libro—. Al principio la revelación, como toda revelación, se instala entera y total. Caen sobre él diez mil kilos de verdad pura y queda atrapado en un territorio del cual ya no querrá salir más, un país que aceptará como el universo todo. Pero el efecto de la epifanía, su veneno poderoso, se metaboliza lentamente. Lo experimenta en todo el cuerpo: las manos le sudan, las piernas se aflojan y su estómago se contrae. En esta etapa, él no está seguro de nada, siente un cansancio poderoso junto a una euforia galopante. ¿Qué era eso? Piensa. ¿Qué era eso que vi?”

Captura de pantalla del corto de Juan Chabalgoity

Bitácora de un fracaso

“Me gusta decir que esta es la crónica de la transmisión de una obsesión. Porque Juan nos la inoculó, pasó a ser nuestra”, dice sobre La sangre Burguez, que actualmente está en Valencia, España, dando talleres de escritura.

El primero que se cruzó con el caso del forense fue Vidart. Hace más de siete años, en los pasillos de la Universidad Católica, donde trabaja como profesor e investigador del Departamento de Humanidades y Comunicación, el periodista y también profesor Luciano Álvarez le comentó que, en medio de una investigación para el programa de canal 10 Inéditos, se había cruzado con un par de temas que le podían llegar a interesar. Uno de ellos era el caso de un fotógrafo que en su momento había estudiado la posible fotosensibilidad de la sangre.

Vidart enseguida activó las alarmas. Y le sobrevino una especie de curiosidad que no logró sacarse más de encima; fue casi como una picazón. 

Tiempo después conoció a Burguez en un recital de poesía al que lo habían convocado, hicieron buenas migas y quedó hecho el contacto. Y uno de los tantos designios fantasmagóricos que rodean este proyecto se activó: al otro día y sin saber nada sobre Chabalgoity, Burguez le envió a Vidart un cuento titulado Los forenses —que luego terminaría en su libro Las cosas que quiero no se quieren entre sí, editado en 2019—. La conexión fue inmediata y ambos entendieron que tenían que ponerse a trabajar. ¿En qué? Bueno, sabían que debían continuar de alguna manera con el proyecto del forense. La cuestión era cómo. O a partir de qué abordaje.

Juan tuvo una epifanía que no lo abandonó nunca, y dedicó toda su vida a investigarla. Al principio para nosotros se trató de probar eso mismo, lo de la fotosensibilidad de la sangre, pero después abandonamos la idea. Empezamos a tomar a Juan más como artista que como investigador, aunque había cosas incontestables. Porque, a decir verdad, la sangre es fotosensible como lo es cualquier líquido que tenga mucho hierro. Fija imágenes”, explica Burguez.

“Partimos fuertemente de un concepto crucial que fue el fracaso —agrega Vidart—. La sangre es la historia de un fracaso, a partir de otro fracaso. La palabra a mí me gusta, porque viene del italiano y se utilizó durante muchos años como terminología náutica para denominar a los naufragios. Pero no cualquier tipo de naufragio es un fracaso. Visual y sonoramente es potente. Es el naufragio estrepitoso donde se ve y se escucha a la madera quebrarse, con destino último el fondo del mar”.

El hombre y la mancha

La sangre tiene tres partes bien diferenciadas y su diálogo interno apunta a la dirección en la que las investigaciones de Chabalgoity también se dirigían. Eso marca que en primer lugar aparece el hecho puntual que dispara todo —en el libro, una reconstrucción narrativa del crimen de parte de Burguez, que investigó en los archivos históricos de San José—, luego los experimentos forenses —también narrados por Burguez—, más tarde la prueba visual —en La sangre, fotogramas del corto mencionado al principio, que Vidart recuperó en la vieja Cinemateca de la calle Lorenzo Carnelli—, y por último el texto final —una serie de ensayos a cargo de los dos autores del libro, y de los artistas Fernando Folgino y Juan Manuel Díaz—. Esta estructura, además, está tamizada por las fotografías de Vidart, que atraviesan la historia y suman más capas al halo fantasmagórico y gótico que impregna a la publicación.

Sobre esas imágenes, Vidart comenta: “Fue intuitivo. No planifiqué. Las palabras claves para la creación de imágenes fueron indicio, vivencia y escena del crimen. Eran los tres conceptos que de alguna forma tenía muy presentes o resonando de forma constante, y los sentía cuando estaba produciendo imágenes para otros proyectos, incluso en conceptos vernáculos, de mi entorno, mi familia o cotidiano, y aparecían. Estaba ahí. Eran pequeñas claves que me mostraban esa latencia de la búsqueda investigativa que planteaba Juan. Muchas de las imágenes surgieron en contextos radicalmente diferentes. Pero siento que hay una coherencia. Apunta a una mirada mucho más minimalista, más directa, ahí está la fuerza del indicio”.

En el centro del relato, de todos modos, siempre estuvo Juan. La figura que los encandiló. Y que los mantiene, hasta hoy, adheridos a su legado para futuros trabajos. En el caso de Burguez, indagará más en algo relacionado con él en el marco de su ficción. Para Vidart, en tanto, decantó en una de las inspiraciones para la tesis de doctorado que se encuentra preparando.

Juan es casi un personaje de ficción, con muchas aristas —cuenta Burguez—. Era un hombre renacentista, era el fotógrafo de San José. Para mí es un pendiente escribir sobre él, y en ese momento tenía claro que debía escribir sobre el crimen, ensayar sobre ese momento, y llegar hasta ahí. Fue un desafío narrativo de años”.

Vidart, por su parte, lo ve así: “La historia de Juan es bastante inverosímil. Pero de tan inverosímil que es, se aproxima a la verosimilitud. Nosotros jugamos en ese territorio, en esa frontera. Poniendo un pie de cada lado. Juan está muy presente en mi cotidiano, en el sentido de las cosas que me despierta y estimula su figura. Me sigue empujando a producir, a pensar, siguen apareciendo nuevas cosas para seguir creciendo, o por lo menos investigando. Su figura me resuena en muchos espacios y ámbitos diferentes, y ahí cada tanto me cruzo de vuelta con ese sonido y sigue generando nuevas líneas de pensamientos. Lo llamaría fascinación. Hay algo fascinante en su trabajo. Desde ese lugar sigue latente y permeando en las cosas que estoy haciendo hoy”. 

La sangre

Esa latencia también es una parte fundamental de La sangre. Así como Chabalgoity pidió ayuda para que su trabajo siguiera vivo o, al menos, en continuidad, lo mismo sienten Burguez y Vidart que puede pasar con este libro. Lo consideran una pieza más de un rompecabezas cuya imagen completa todavía no se conoce, y que abre un poco más la puerta para que otros puedan entrar a su mundo.

“En el preámbulo de Los misterios de la sangre humana, Juan hace un pedido a quien lea el opúsculo a que tome la posta de la investigación. El pedido es muy puntual y específico. Nosotros tomamos la posta y de alguna forma la entregamos también. La sangre es el capítulo dos. ¿Quién hará el capítulo tres dentro de diez, quince o veinte años? Este libro es una interpretación más, otra capa, e incluso puede ser una capa interior que no necesariamente implica progreso o crecimiento, porque quizás estamos aportando mucho menos de lo que aportó Juan. Pero es otra lectura y aproximación. Dejamos abiertas todas las preguntas”, concluye el fotógrafo.

Y son las mismas preguntas que, hace casi 100 años, Chabalgoity se hizo en su minúscula oficina de la comisaría de San José. Frente a una cuchilla que le mostraba sangre y le contaba algo más.

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