Todos tenemos bastante claro que el mundo está verdaderamente mal. Sabemos que el bien gana poquísimas veces, que hay mucho más horror que amor y que pocas cosas se han repetido más en la historia universal que dos grupos de seres humanos peleando y despedazándose mutuamente. Quizá por eso mismo le tenemos tanta estima a la ficción, que podemos moldear y rumbear hacia aguas más alegres cada vez que se nos antoje. Pero, efectivamente, a esta altura el pesimismo es inherente a nuestra condición y casi que ni nos lo replanteamos. El mundo está mal. Lo sabemos.
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