Cuando se estaba despidiendo, Lula Da Silva le dijo a Luis Lacalle Pou que esperaba verlo prontamente en Brasil. Lo hizo mirándolo a los ojos y con una sonrisa, la misma que le había sacado al presidente uruguayo un rato antes, cuando mencionó que Brasil estaba dispuesto a que el Mercosur negociara un TLC con China.
Un rato después, una sonrisa le sacaría también a Carolina Cosse, al pedirle que cuidara a los montevideanos como quien cuida un hijo, palabras que expresó desde el balcón del palacio municipal tras recibir una distinción ambiental, que también funcionó como excusa para que miles de frenteamplistas pudieran ofrendarle su apoyo.
Es que Lula, sin llegar a estar doce horas en Montevideo, dejó satisfechos a todos, oficialismo y oposición, con discursos y gestos que fueron leídos como propios de alguien que está por encima del bien y del mal.
Porque el líder brasileño, pese al tiempo escaso, también se hizo espacio para visitar a quien considera su hermano, en un encuentro en el que más que sonreír se abrazaron fraternalmente para agradecerse el apoyo incondicional en las malas.
Lula llegó a Suárez y Reyes poco después del mediodía bajo un estricto protocolo que solo Guapa –la perra del presidente– se animó a desafiar. Fue recibido con una guardia de honor y se dio el primer abrazo con Lacalle Pou, mientras afuera, con un megáfono, el abogado Gustavo Salle repetía consignas antiimperialistas y acusaba de genocidas a los gobernantes.
En una reunión privada que se extendió por poco más de una hora, los mandatarios intercambiaron sobre dos grandes ejes: la infraestructura (hidrovía de la Laguna Merín, el puente en Yaguarón y el aeropuerto de Rivera), y la relación de Uruguay y Brasil dentro del Mercosur.
Pese a que estaba pautado que únicamente los acompañaran los cancilleres Francisco Bustillo y Mauro Vieira, Lula pidió sumar a Fernando Haddad –su ministro de Hacienda que estaba cumpliendo años– y a Celso Amorim –actual asesor y excanciller–.
El encuentro fue intenso, sincero y con un buen feeling que facilitó la situación. “El saldo es positivo, no hubo un trancazo, se registró un buen ambiente y se descomprimió la situación”, valoró una fuente del gobierno.
Es que en la previa, en el Poder Ejecutivo había cautela y cierto temor por el tono con el que aterrizara Lula y la posición que asumiera respecto a las negociaciones de acuerdos comerciales con países por fuera del Mercosur.
"No brigamos, porque podríamos haber peleado pero no peleamos, simplemente dejamos nuestros puntos de matiz para avanzar, para mejorar", resumió Lacalle Pou en una declaración que brindó.
A su turno, Lula agregó palabras que fueron, para el gobierno, como una lluvia en estos tiempos de sequía. Dijo que los reclamos de Lacalle Pou eran “más que justos”, que estaba dispuesto a discutir la “modernización” del Mercosur, y que intensificaría las negociaciones para cerrar el acuerdo con la Unión Europea y empezar a discutir uno con China.
Para esa hora, el presidente brasileño también ya tenía un poco de hambre, por lo que pidió "comer un asado" porque le "comentaron" que el uruguayo era el “mejor del planeta tierra".
Así, entre risas, mientras caminaba hacia la barbacoa donde almorzarían, Lacalle Pou le comentó a su secretario privado Nicolás Martínez que esperaba que la carne no estuviese pasada. Lula había llegado más tarde y la reunión se había extendido más de lo previsto, por lo que dio a entender su temor de que la comida no saliera en el punto justo.
El menú había sido elegido por él mismo: ensaladas verdes, entraña y asado de tira acompañados por tres vinos nacionales. A juzgar por la confesión de uno de los comensales, el deseo del mandatario se cumplió, porque el almuerzo estuvo “muy rico”. De postre hubo martín fierro, arroz con leche y una sorpresa: quindim, un dulce parecido a un flan que es tradicional del nordeste de Brasil, la tierra donde nació Lula.
El almuerzo fue con delegaciones ampliadas y se desarrolló en un clima distendido, donde hubo comentarios generales acerca de la relación bilateral, que permitieron a los jerarcas tener un primer acercamiento con sus pares.
La delegación uruguaya estuvo compuesta por Beatriz Argimón, Álvaro Delgado, Rodrigo Ferrés, Francisco Bustillo, Luis Alberto Heber, Pablo da Silveira, Omar Paganini, Alejandro Irastorza, Guillermo Valles (embajador en Brasil), Sebastián Risso (director de Uruguay XXI) y Enrique Delgado (coordinador de Mercosur).
“La agenda oficial fue corta, pero valió la pena”, reflexionó un diplomático al final del día.
Con la panza llena, Lula salió rumbo a la Intendencia de Montevideo, donde lo esperaba Carolina Cosse para entregarle un premio por su compromiso con el cuidado del ambiente.
La jefa comunal había sorprendido en los últimos días al mechar la distinción en la agenda del brasileño y transformó el encuentro en una celebración para los frenteamplistas, que se aglomeraron en la explanada esperando el mensaje al “pueblo uruguayo”.
Por coincidencias del destino, o simplemente picardía coyuntural, la espera fue musicalizada con Fernando Cabrera, mientras pequeños grupos cantaban canciones de apoyo al líder del Partido de los Trabajadores entre banderas y globos de la coalición de izquierda.
Antes de salir al balcón, Lula se fotografió con una remera y un pañuelo de la organización Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos que le entregó Cosse, lo que provocó una de las mayores ovaciones de la tarde. Por el contrario, una mención a su encuentro con Lacalle Pou provocó un abucheo pese a que reiteró que se reúne con jefes de Estado por más que no tenga afinidad ideológica.
Lula se quitó el saco y la camisa, se cambió los zapatos por unos championes sport y salió rumbo a Rincón del Cerro, donde de crocs y con una guayabera lo esperaba su viejo amigo.
Cosse había rodeado el encuentro de simbolismos y José Mujica y Lucía Topolansky no quisieron ser menos. Invitaron a Fernando Pereira, Marcelo Abdala, y Yamandú Orsi para que los acompañaran, en un encuentro distendido bajo dos gazebos que instalaron en la mitad de la chacra.
Tras haber sido recibido con una guardia de honor en Suárez y Reyes, y el gabinete a pleno en la sala Ernesto de los Campos de la IM, Lula pasó a sentarse en dos sillas blancas de plástico y tomar agua mientras su “hermano” tomaba algún mate.
El intercambio se extendió por más de una hora, y derivó hacia los intereses regionales con algunas críticas, por ejemplo a la dificultad de instalar una moneda común y la necesidad de imponer primero un himno o una bandera.
Pese a los dolores en las piernas que sufre estos días, Mujica se animó a subirse al Fusca para dar una pequeña vuelta y mostrarle que el Volkswagen de 1987 con motor brasileño sigue funcionando.
Abdala le regaló un libro, y el músico Mario Carrero le entregó algunos cd's de su obra junto a Larbanois.
Ya habían destapado algunas cervecitas, y Lula estaba pronto para irse, cuando Mujica le dio una sorpresa: lo invitó a pasar a su casa para regalarle una foto en la que el brasileño está –en dictadura– junto a uno de los hijos del caudillo nacionalista, Wilson Ferreira Aldunate.
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