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Los tres uruguayos en Minerva, una universidad de élite que rompe fronteras

Estudian en una de las universidades más selectivas del mundo, no tienen ni un campus ni aulas tradicionales y, mientras estudian, recorren siete ciudades de diferentes partes del mundo
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25 de agosto de 2019 a las 05:01

Micaela Mastropietro tiene su mirada perdida en una protesta estudiantil en Hyderabad, una ciudad de más de nueve millones en el centro de India. Tiene 22 años y está a miles de kilómetros de Uruguay, su tierra natal. Ve pasar a cientos de asiáticos a toda velocidad. Escucha los gritos en un idioma que no logra entender. Está ahí por un trabajo de facultad.

Guillermo Sobral trabaja en la oficina del departamento de salud pública de San Francisco, mano a mano con quien diseña la política pública en este área de la ciudad norteamericana. Están planeando una nueva iniciativa para los residentes afroamericanos de bajo nivel de ingreso que tienen hipertensión. Tiene solo 18 años y, también, es uruguayo. Está ahí, codeándose con autoridades del gobierno de Estados Unidos, por un trabajo de facultad.

Los dos, ahora, -ya pasó un año de esas experiencias- conversan con El Observador en un hotel de Montevideo y cuentan de la universidad que los cautivó por completo: Minerva. Acompañan a la directora regional del centro de estudios y a su asistente que visitan Uruguay por estos días para dar a conocer la propuesta.

Gadi Borovich, el otro uruguayo (19 años) que estudia en Minerva cuenta de sus vivencias desde San Francisco, mediante una videollamada. Estudia lo que en Uruguay sería Ingeniería en Sistemas y trabaja en WeFunder, un servicio de financiación colectiva que conecta a nuevas empresas (start ups) con inversores en línea. Primero hizo una pasantía que le otorgó la facultad y luego lo contrataron de manera permanente.

Los tres son parte de una élite privilegiada. Estudian en una universidad que es más selectiva que Harvard (solo el 1,7% de aquellos que aplican para entrar son aceptados) y lo hacen mientras viajan, los cuatro años de carrera, por siete ciudades diferentes del mundo: San Francisco, Seúl (Corea), Hyderabad (India), Berlín (Alemania), Buenos Aires (Argentina), Londres (Inglaterra) y Taipei (China).

No hay un campus. No hay aulas físicas. No hay sistema tradicional.

Las clases se toman mediante una aplicación online. En una hora establecida, los alumnos encienden sus computadoras y se conectan al programa. Allí ven al resto de sus compañeros y a su profesor. Para “levantar la mano” hay un botón específico. Solo se escucha la persona que está hablando y los otros, mientras, quedan en mute. El profesor puede ver cuánto tiempo va participando cada alumno y traer a escena a aquellos que van quedando relegados. La concentración, dicen, está asegurada.

“Eso lo que logra es que el estudiante sea un partícipe activo en el proceso de educación. La plataforma está diseñada con toda la intención del active learning que es básicamente que el estudiante esté involucrado 100% en su proceso de aprendizaje y no sea solamente un receptor de información. Nosotros seguimos un modelo que se llama ‘el aula invertida’ donde a nosotros antes nos dan todo el material y nos explican muy bien qué es lo que tenemos estudiar y aprender. Lo aprendemos y, cuando llegamos a la clase, lo que hacemos es aplicar ese material en escenarios prácticos”, cuenta Sobral.

Los jóvenes viven un semestre en cada ciudad. El primer año se establecen en San Francisco donde desarrollan, más allá de lo curricular, un intensivo de “habilidades blandas”: pensamiento crítico, creatividad, y comunicación e interacción efectiva. En segundo año van a Corea e India, el tercero van a Alemania y Argentina, y, en el último, estudian en Inglaterra y China.

Por cada generación hay solo 160 jóvenes y las clases son de un máximo de 19 personas. En cada destino la universidad les asegura un hospedaje que cambia según el lugar (una residencia o un apart hotel, por ejemplo). Allí los recibe un equipo de bedelía y un grupo de salud mental, además de otros grupos de trabajo, que intentan que los estudiantes se adapten a la nueva cultura.

“Los diferentes campus ofrecen diferentes cosas. San Francisco está más metido en la tecnología, en Berlín está muy desarrollado el arte, Corea está muy desarrollada financieramente”, comenta Mastropietro que está haciendo una doble licenciatura en Economía y Política (además de una especialización en Filosofía) y va rumbo a Londres para comenzar su cuarto año.

“Muy bueno para ser verdad”

Cuando Sobral ingresó a quinto año de liceo ya sabía que quería estudiar en el exterior. “Estaba con la mira puesta en universidades de la Ivy League”, dice, en alusión a las ocho universidades más prestigiosas de Estados Unidos: Harvard, Columbia, Yale, Princeton, Penn, Dartmouth, Cornel y Brown.

Pero su rumbo cambió cuando una amiga le comentó sobre Minerva y se contactó con el anterior director regional de la institución. No tenía idea de qué se trataba. “En ese momento pensaba que conocía todas las universidad habidas y por haber”, recuerda y se ríe.

“El director regional (un argentino que vivía en Uruguay), me contó un poco más de la universidad, me entusiasmé, entré a la página y dije ‘ta, esto es para mí’. Inmediatamente sentí que tenía mucho sentido y que era donde quería estar. Me mentorearon en el proceso de aplicación, me candidatee y el 27 de noviembre de 2017, el día que me gradué del liceo, me avisaron de que había sido admitido y a partir de eso dije ‘ta, es acá, es con esto’", recuerda. Ahora, además de estudiar, trabaja para la universidad.

Borovich fue compañero de Sobral y emprendieron el proceso de ingreso juntos. Mastropietro, por su parte, fue la primera de los tres en ingresar al mundo Minerva.

“Cuando conocí de qué se trataba dije ‘esto es muy bueno para ser verdad’. O sea, estudias y viajas a la vez, con gente de todos lados del mundo”, dice y destaca lo que considera una experiencia única. 

Borovich hará un alto en su carrera y se quedará este año en San Francisco trabajando en la empresa que le abrió las puertas. Mastropietro ya piensa en Londres y Sobral en Seúl. 

Ninguno tiene claro si regresará a Uruguay pero si las oportunidades se les presentan podrían volver. Sobral responde con otra pregunta: “¿por qué no?”.

¿Cuánto cuesta y cómo se ingresa a esta universidad?
Estudiar en Minerva cuesta US$ 30.950 por año,  pero no exige que solo la familia del estudiante desembolse todo ese caudal de dinero. Por el contrario, ofrece ayudas económicas para saldar la diferencia entre lo que la familia del estudiante es capaz de pagar (ellos evalúan eso) y el costo total de la cuota. 
Lo primero que la universidad hace es otorgarle un trabajo al estudiante para que con su sueldo pague lo que resta de la cuota. Si ese “sueldo” no le cubre todo aún, la universidad le ofrece un préstamo. Y por último, si todavía todo lo anterior no bastó, la universidad le da una beca al joven (pueden ir hasta US$ 21.000 aproximadamente).
La aplicación para intentar entrar es gratis. Allí se envían los datos personales, se hacen seis pruebas cortas  sobre diversos temas (creatividad, lógica, comunicación) y una presentación de seis “logros” que el estudiante considera haber realizado en su vida. 

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