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Macri se juega en octubre más que la presidencia, la supervivencia política

El "macrismo" pretende ser un espacio político con proyección de futuro y con capacidad de alternancia en el poder con el peronismo.
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05 de octubre de 2019 a las 05:04

En estos días, Mauricio Macri está sufriendo en carne propia la célebre máxima de Mirtha Legrand: “Como te ven te tratan; si te ven mal te maltratan”.

Y lo cierto es que, en su día a día, Macri está empezando a sentir la deshonra de ser tratado como un expresidente a pesar de que todavía está en funciones y, en teoría, tiene chances de pelear la reelección.

No oculta la irritación que le provoca esa situación. Por caso, cuando hace pocos días concurrió a una reunión de la Unión Industrial Argentina (UIA) en Córdoba, y Miguel Acevedo, el titular de esa agremiación empresarial, se retiró antes de que el mandatario hiciera su discurso. Se volvió a Buenos Aires alegando cuestiones más urgentes y no se quedó a escuchar al presidente que había viajado para participar en el evento de su propia entidad.

Al día siguiente, mientras los medios de comunicación difundían las palabras de enojo de Macri, la cúpula de la UIA se reunía con Alberto Fernández.

Situaciones similares ocurren con los banqueros, los inversores del exterior, los dirigentes sindicales y hasta las misiones del FMI: todos se muestran mucho más interesados en lo que Fernández tenga para decir sobre la compleja situación del país.

Cada vez que Fernández habla en público, los canales de TV interrumpen sus programaciones para seguir al candidato en directo, mientras que cuando es Macri el que habla, suelen emitir un compacto de pocos segundos.

Y es por eso que Macri se lanzó resueltamente a combatir esa imagen de “pato rengo”. Lo hizo con su gira por 30 ciudades del interior del país bajo la consigna del “sí, se puede”.

Para dotar de más interés a estos actos y mantener el protagonismo en la agenda nacional, decidió que cada día haría un anuncio específico, destinado a mejorar la situación económica, en particular de la clase media, donde tiene el grueso de su apoyo social.
Así, ha anunciado exenciones impositivas para las pymes, alivios en los aportes al impuesto de Ganancias, bajas en el IVA y diversas medidas sectoriales.

El nivel de afluencia a estos actos es relativamente alto, acaso por la estrategia de haber priorizado las visitas a localidades en las que al gobierno les fue bien en las primarias de agosto. Lo cierto es que dos eventos multitudinarios, como la manifestación autoconvocada del 24 de agosto en Plaza de Mayo y el primer acto de la gira en el barrio porteño de Belgrano el 28 de setiembre mejoraron el humor del macrismo.

Se lo notó emocionado al presidente, que trató de inyectar entusiasmo a su militancia. Le jugó a favor el resultado electoral de la provincia de Mendoza, donde la coalición de gobierno derrotó al kirchnerismo con amplitud, y se aseguró así el mantenimiento de una gobernación importante.

Algo imposible

Pero aun así, a Macri se le hace muy difícil poder convencer a sus propios militantes de que todavía es posible forzar un balotaje y ganar la presidencia en noviembre. Más bien al contrario, las encuestas apuntan a que la diferencia de 15 puntos que le sacó Alberto Fernández en las PASO podría ampliarse a más de 20 puntos.

Según la legislación electoral argentina, para que haya un balotaje, el segundo tiene que llegar por lo menos al 35 % de los votos, y el primero no tiene que llegar al 45%. Esto implica que Macri debería aumentar tres puntos su caudal de votos de las PASO –lo cual aparece como algo factible– y que Fernández debería caer tres puntos –lo cual es visto por todo el mundo como algo imposible–.

Sin embargo, Macri sigue argumentando que sí se puede. Su cálculo electoral implica que si se repite la situación de 2015 y la concurrencia de electores en octubre aumenta seis puntos respecto de la registrada en agosto, el porcentaje del gobierno subiría sensiblemente, mientras Fernández bajaría. La suposición es que los que no fueron a votar son ancianos y gente apolítica que habita los barrios carenciados, que en su mayoría suelen votar por el oficialismo.

Además, cree que la polarización electoral será casi total, de manera que las candidaturas menores pueden “licuarse” porque sus votantes son antikirchneristas y finalmente terminarán apoyando a Macri.

“En las PASO de 2015 también había perdido por 15 puntos”, dijo el presidente al hablar ante un auditorio de empresarios. Y todos percibieron como algo forzada su analogía: a diferencia de lo que ocurre hoy, en aquel momento él era el opositor que venía en ascenso, contra un peronismo dividido en dos facciones.

Pensando en la supervivencia

Lo cierto es que, por más que la matemática electoral de Macri luzca muy complicada, al presidente se lo ve extrañamente entusiasmado. Subido al techo de una camioneta, arenga a los militantes de pequeñas ciudades del interior y los invita a corear el “sí, se puede” y la consigna futbolera “lo damos vuelta”.

¿Por qué el entusiasmo por una causa que, fuera de micrófonos, todos los dirigentes macristas dan por perdida? La respuesta es que Macri ya está pensando en la política post-octubre.

En estos días, Mauricio Macri está sufriendo en carne propia la célebre máxima de Mirtha Legrand: “Como te ven te tratan; si te ven mal te maltratan”.

Es decir, quiere apostar a la supervivencia del macrismo como espacio político con proyección de futuro y con capacidad de alternancia en el poder con el peronismo.

Para empezar, el macrismo debe defender la representación parlamentaria ganada en las elecciones legislativas de 2015 y 2017, tras las cuales ostenta 107 diputados (41% de la cámara) y 24 senadores (un tercio del Senado).

El 27 de octubre pondrá en juego 46 bancas de diputados y cuatro del Senado, para lo cual debe cuanto menos replicar los resultados obtenidos en octubre del 2015.

Y, además, en la provincia de Buenos Aires deben renovar 69 intendentes del total de 135. Si se repitieran los resultados verificados en la provincia en las PASO, los municipios en manos del macrismo bajarían a 45.

Es decir, como mínimo la coalición Juntos por el Cambio tiene el incentivo de sostener su bancada parlamentaria, que es lo suficientemente grande como para tornarse en imprescindible interlocutor en un eventual gobierno kirchnerista.

Pero, sobre todo, lo que buscará es preservar la imagen de ser un nuevo espacio político de inspiración liberal y republicana, con aspiraciones de permanencia a largo plazo y sin depender de un liderazgo personal.

O, dicho en otras palabras, que el hecho de perder una elección no le implique al macrismo correr la misma suerte que la Unión Cívica Radical ni, mucho menos, que otras fuerzas de centroderecha liberal como las que en su momento lideraron Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy, que después de haber tenido buenas elecciones se terminaron diluyendo.

De hecho, una de las especulaciones preferidas de los medios de comunicación es si Macri, en caso de perder, se retirará de la política –la versión es que quiere instalarse en Madrid– o si tendrá ánimos para querer liderar la oposición.

En todo caso, el detalle fundamental estará en qué tan dura sea la derrota. Porque, es claro a esta altura, hay formas y formas de perder. Y no es lo mismo para Macri superar en octubre el porcentaje de las PASO y, eventualmente, forzar un balotaje, que ser derrotado por una distancia abrumadora.

Tampoco es lo mismo administrar la transición para llegar con cierta sensación de control hasta el 10 de diciembre, que entregar el poder por adelantado o en medio de una situación financiera caótica.

Estos matices son los que explican por qué, aun sintiendo lo inevitable de la derrota en las urnas, para el macrismo no dé igual la forma en que transcurran las próximas semanas.

Mientras tanto, Macri sigue recorriendo el país en una gira al que los peronistas denominan “de despedida” pero que él entiende como de supervivencia. 

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