Después del saludo inicial y la primera tanda de aplausos, las luces del escenario se apagaban y quedaba solo un foco apuntando a un micrófono. Bajo su haz de luz aparecía Marcos Mundstock, con el ineludible smoking negro, su calva y su barba, frondosa pero cuidada. En la mano, una carpeta roja. Se paraba frente al micrófono, abría la carpeta, y sacaba aquella voz de trueno amable para empezar a leer alguna andanza del compositor Johann Sebastian Mastropiero.
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