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Netflix guarda una de las mejores historias del año

El director Noah Baumbach se mete otra vez con las relaciones familiares desconectadas en Los Meyerowitz
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05 de noviembre de 2017 a las 05:00
A Noah Baumbach le gusta jugar con rompecabezas. Sus piezas forman parte de un plan mayor, pero muchas veces no calzan bien. El director las toma, las explora de manera individual, intenta descifrar qué les pasa. Por qué no encajan. A veces, las piezas están rotas desde hace tiempo. A veces, hay defectos de raíz.

Los rompecabezas de Baumbach son familias, por lo general, de clase media alta y bien neoyorquinas. Los integrantes –sus piezas– vagan por los paisajes de Manhattan y Brooklyn con destinos desunificados y con traumas sin resolver, pero con poco miedo al presente. Esto sucede en la pequeña y obligatoria Historias de familia (2005), y también en su última película: Los Meyerowitz: La familia no se elige (Historias nuevas y selectas).

Ese rompecabezas reciente, como el paréntesis en el título lo indica, viene en entregas, de una forma similar a la estructura de Frances Ha (2012), cuya historia está divida en calles y direcciones. En Los Meyerowitz los capítulos permiten entender que ese puzle tragicómico viene con instrucciones. Primero, conozca a los hijos; después, a los padres. Más tarde, los problemas. Al final, arme el puzle.

En su película conviven todos los tópicos que hicieron a Baumbach uno de los exponentes actuales del cine independiente estadounidense. Cuarentón (aunque más cerca de los 50), autóctono de la Gran Manzana, Baumbach hace sangrar a sus personajes a través de situaciones cotidianas, a veces bajo una capa de comicidad extraña, otras con catarsis y liberaciones dramáticas. Preocupación por el futuro, olvido intencionado del pasado, conformidad con el statu quo y traumas pequeños pero guardados. Todo eso está en su nueva producción, que apadrinó Netflix y que fue celebrada en la última edición del festival de Cannes, con polémica por su distribución incluida.

La primera pieza del puzle de la familia Meyerowitz es Danny, interpretado por Adam Sandler. Padre, desempleado, con renguera crónica y poca perseverancia desde su niñez, aparece en un momento de vulnerabilidad: está a punto de perder a su hija en la adultez.

Sandler, usualmente asociado a comedias estúpidas, demuestra otra vez que puede actuar. Lo hizo bajo las órdenes de Paul Thomas Anderson en Embriagado de amor (2002) y lo reafirma con Baumbach.

Ben Stiller –recurrente en el cine del director– es Matthew, el hermano opuesto. Le va muy bien en la vida, pero también muy mal. Entonces, ¿qué está roto en esta pieza exitosa con familia constituida y con un futuro aun más prometedor? La respuesta es Harold Meyerowitz (Dustin Hoffman), el padre, el nudo que los ata a todos.

Harold, artista moderno de poco renombre que busca un tardío lugar dentro del circuito cultural de la ciudad, confunde los nombres de sus hijos, no recuerda a quién quiere más, está presente con peroratas interminables pero, a la vez, ausente. Sus hijos son quienes son por su culpa. Para bien o para mal. Hombre de múltiples esposas y delirios artísticos, Harold es insoportable y querible al mismo tiempo. Hoffman, en ese papel, brilla una vez más. Su actitud hace todo más complicado para Jean (Elizabeth Marvel), su hija mayor y la más distante emocionalmente. Siempre está preocupada por cuidarlo, aun cuando fue olvidada de manera sistemática. "Aún estoy rota", les dice a sus hermanos luego de la confesión de un turbio episodio de su infancia. En el fondo, todos ellos están igual de rotos, pero por alguna razón siguen ocupándose de ser una familia. Extraña y sin rumbo, pero familia al fin.


La mirada de Baumbach evita la amargura; él prefiere contar sus historias con comicidad y calma. Así, une a los hermanos por eventos puntuales y los enfrenta con su padre en situaciones casi hilarantes, como un frustrado almuerzo en un restaurante de Brooklyn con Matthew. La historia transcurre entre aprendizajes, momentos de complicidad entre hermanos distantes, recuerdos de infancias compartidas pero que nunca se vincularon y la influencia de un padre que marcó, de distinta forma, el cauce de sus vidas.

El rompecabezas de Los Meyerowitz conecta con todo lo que Baumbach siempre busca contar. Saber quién es uno en el mundo, entender el plan mayor representado en la familia, por qué los vínculos y relaciones entre hermanos se tensan hasta casi romperse. Armarlo puede sorprender a más de uno, porque esa disfuncionalidad y esos temores pueden resultar conocidos. Así, Baumbach sabe cómo llegar a su público con pequeños mordiscos de realidad.

Si bien no llegó a los cines por ser contenido exclusivo de Netflix, por su extrañeza y humanidad Los Meyerowitz es una de las mejores piezas del cine de 2017. Es un puzle pequeño y casero, pero armarlo es imprescindible.

Un acercamiento previo

Hace rato que Noah Baumbach refleja sus inquietudes familiares en pantalla. Su obra más autobiográfica es Historias de familia (The squid and the whale, 2005), donde volcó de manera directa sus experiencias con el divorcio de sus padres.

La historia muestra las consecuencias de la ruptura familiar en dos niños de diferentes generaciones. Las luchas por la custodia, los nuevos romances de sus padres, el miedo a romper con la normalidad. Historias de familia es un excelente acercamiento al director y una previa más que acertada para Los Meyerowitz. Incluso, si se hila fino, puede hasta ser su precuela espiritual. Historias de familia (como la mayoría de la filmografía de Baumbach) puede verse en Netflix.


La mirada de Wes

Compañero de Baumbach y productor de algunas de sus películas, Wes Anderson es otro de los nombres más importantes del cine de autor estadounidense. Los excéntricos Tenenbaum (2001) es ya un clásico de su filmografía y del cine reciente. Visualmente inolvidable y con un grupo de actores en estado de gracia, es una película que cualquiera puede disfrutar.


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