Opinión > HECHO DE LA SEMANA

Otra refundación de Brasil

El grandote del norte se revuelve: crisis y oportunidades
Tiempo de lectura: -'
03 de noviembre de 2018 a las 05:04

El año pasado se candidateó para presidir la Cámara de Diputados de Brasil y obtuvo 4 votos en 513. Aquel don nadie, Jair Bolsonaro, hoy es un pequeño dios que representa los miedos y las esperanzas de 57 millones de votantes. No es un mero recambio democrático: es una violentísima reacción provocada por el fracaso, el vacío y el ansia de orden.

Es otro gran espécimen de la ola ultraconservadora que recorre el mundo, desde Filipinas a Estados Unidos, pasando por Rusia, Turquía o Italia, aunque al modo brasileño: colorido y teatral. Es una rebelión contra la corrupción sistémica, la política tradicional, la inseguridad, la globalización, la fragmentación social y la liberalización de las costumbres. Habrá que ver cómo intenta volver atrás el reloj.


La campaña electoral de la izquierda fue penosa. Mostró una suficiencia frívola, una soberbia que, en realidad, encubrió autoindulgencia. Como ya había ocurrido con Donald Trump en Estados Unidos, llegó un momento en que los ataques del tipo #EleNão solo contribuyeron a agrandarle el pedestal.

 

El deseo de una puesta en orden autoritaria suele gestarse en medio de largas depresiones económicas, con su secuela de desempleo y miseria, o tras grandes vacíos morales, derrotas y humillaciones. De alguna forma, Brasil padece todos esos males. Ahora viene un tiempo simbolizado por la bandera verde-amarela y la Biblia. Las promesas de redención casi siempre se visten como una repetición de un pasado heroico o ideal que, en realidad, nunca existió.


Bolsonaro promete “desatar Brasil”. Esos sueños de grandeza, que se mencionan hasta en el himno nacional, están en la base del ánimo brasileño y de los graves experimentos de su historia.

El deseo de una puesta en orden autoritaria suele gestarse en medio de largas depresiones económicas, con su secuela de desempleo y miseria, o tras grandes vacíos morales, derrotas y humillaciones.

A pesar de los planes grandiosos, los elefantes blancos, los “milagros económicos” como los de 1969-1973 o 2003-2014, Brasil sigue siendo una economía relativamente atrasada, con un modesto desarrollo humano y grandes desigualdades.


Bolsonaro se apoyará en los militares, sobre todo para conducir las empresas públicas, y en tecnócratas y empresarios afines. Forzará mayorías en el Congreso, muy fragmentado, para penalizar las protestas violentas y las ocupaciones, la propaganda de izquierda o liberal en los centros de enseñanza, y para frenar la “agenda de derechos” de inspiración liberal y europea. Los “marginales rojos serán desterrados de nuestra patria”, prometió rumbo al balotaje.

 

Intentará reducir el tamaño del Estado, que ha crecido con fervor tropical; mejorar sus servicios, cuya baja calidad enfurece a los brasileños; y expulsar del templo a los cuadros militantes del PT y sus aliados, acomodados como funcionarios. 


Se redoblará el combate a la corrupción y el crimen organizado tras la pistola humeante del exjuez Sérgio Moro, un héroe para muchos brasileños después que encarceló a Odebrecht y a Lula, que sin embargo ahora pierde su aureola de independencia.


Se viene un gran ajuste fiscal. El déficit, que superaba el 10% del PIB cuando la destitución de Dilma Rousseff, todavía es muy alto, y se financia con una deuda pública sideral que conduce a la quiebra. La madre del borrego es el sistema jubilatorio (Previdência). Responde a una demografía muy joven, que ya no existe; dispensa enormes privilegios para algunos sectores de funcionarios, como los militares, jueces, prefectos o parlamentarios; y contribuye a perpetuar la desigualdad. El gasto en jubilaciones pasó del 3,4% del PIB en 1988 a 14,5% en 2017. Los técnicos de Bolsonaro proponen aumentar gradualmente la edad de retiro hasta 65 años, y crear un sistema de capitalización, como las AFAP de Uruguay, que conviva con el de reparto. 

Intentará reducir el tamaño del Estado, que ha crecido con fervor tropical; mejorar sus servicios, cuya baja calidad enfurece a los brasileños; y expulsar del templo a los cuadros militantes del PT y sus aliados, acomodados como funcionarios. 

Paulo Guedes, economista ideólogo de Bolsonaro, cree que el Mercosur ha sido un éxito político y un fracaso económico. Después de casi tres décadas, los países no están mucho más integrados que antes, salvo, en parte, la industria automotriz. Guedes tampoco desea pedir permiso al Mercosur para firmar acuerdos bilaterales: con Estados Unidos, Europa o naciones del Pacífico. Pero una mayor apertura al mundo provoca gran resistencia entre los industriales brasileños, muy dependientes del lobby y la protección arancelaria.


Un rediseño del Mercosur puede representar una oportunidad para que Uruguay rompa los férreos límites de la región. De hecho, el TLC con Estados Unidos que Tabaré Vázquez y Danilo Astori intentaron en 2006 se frustró por las diferencias internas en el Frente Amplio y también por el veto de Lula y Néstor Kirchner. Algo similar ocurrió con la propuesta de 2016 de un TLC con China, como ya tienen Chile, Perú o Costa Rica. 

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...