La jueza Marcela Vargas condenó a 28 años de prisión al hombre que en el mes de abril mató a sus hijos de 7 y 8 años en el Centro de Montevideo.
A pedido de la fiscalía de Homicidios que encabeza Adriana Edelman, le computó un delito de homicidio especialmente agravado por el parentesco y muy especialmente agravado por la brutal ferocidad, según consta en el expediente al que accedió El Observador.
La modalidad fue por juicio simplificado, una alternativa que introdujo la ley de urgente consideración para evitar un extenso y costoso juicio cuando los hechos están claros.
El homicida y su esposa habían puesto fin a su relación en abril de este año luego de 12 años. Estaban en pleno proceso de separación cuando, de mutuo acuerdo, decidieron que sus hijos, un niño (8 años) y una niña (7 años) continuaran viviendo provisoriamente con el padre en el apartamento familiar.
Sin embargo, en la madrugada del 26 de abril, el hombre los atacó mientras dormían y los mató con un cuchillo de cocina. Primero mató a la niña y después al niño, ambos intentaron, dentro de sus limitaciones, defenderse.
Sobre las 10:30 de la mañana el hombre llamó a la Policía y dijo que se había intentando suicidar sin éxito. La operadora le preguntó si estaba junto a sus hijos y él le respondió que ya no. Cuando la Policía llegó al lugar, el apartamento estaba cerrado desde adentro, por lo que llamaron al homicida y él les tiró las llaves por el balcón para que pudieran ingresar.
Allí lo encontraron a él tirado en el piso del living comedor y a los niños, ya fallecidos, en el cuarto. Él admitió haberlos matado porque —de acuerdo les dijo a los funcionarios policiales— no quería que le pasara lo mismo que en la separación anterior.
Antes de ese matrimonio, en su juventud, él había tenido otra hija con otra mujer con la que después casi no tuvo vínculo. La madre de su hija mayor lo había denunciado por violencia doméstica. Cuando se separó de ella —en 2008— se trató psiquiátricamente por síntomas depresivos.
Si bien al realizarle pericias psicológicas se le diagnosticó un trastorno de personalidad, el hombre era alineado y coherente en su vida diaria hasta el momento de los hechos y no despertaba sospechas de que podía llegar a tener una actitud violenta. Él reportó que desde un mes y medio antes del crimen la relación con su esposa se había vuelto "conflictiva", pero buscaron paliar eso separándose.
En un informe que realizó el Hospital Vilardebó el 3 de junio indicaron que tiene rasgos narcisistas y paranoides. A su vez, manifestó una actitud altanera, displicente, y a tres meses del crimen se angustió "en escasas oportunidades". Más de 20 días después —el 27 de junio— el Instituto Técnico Forense advirtió que en la entrevista siempre tuvo una actitud "colaboradora, aprobativa y manipuladora".
En ambas instancias, al ser consultado con el motivo del crimen, dijo que él quería morirse pero no quería que sus hijos vivieran eso. Entonces tomó la decisión que lo pondrá 28 años tras las rejas. La fiscalía había pedido 30 años, la pena máxima, pero el haber admitido los hechos permite que se le descuenten dos.
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