Viendo la nómina de semifinalistas de la Copa Libertadores, los hinchas de los clubes grandes de Uruguay han de sentir cierta dolorosa envidia, además de nostalgia de los tiempos en que no debía pasar mucho tiempo antes de que alguno de los dos estuviera metido en las instancias finales del torneo continental de mayor importancia.
Nacional hace 30 años que no llega a la final, Peñarol siete, aunque en verdad parece una eternidad considerando las paupérrimas actuaciones del club aurinegro en las últimas ediciones. A los clubes uruguayos, en cuanto a torneos internacionales, todo hoy en día se les hace difícil, por no decir imposible. Ya es objeto de celebración colectiva poder pasar la primera ronda. Tan bajo está el nivel de competitividad, que poder jugar la segunda ronda es motivo de orgullo para el entrenador de turno.
Como parte de su identidad, o vaya uno a saber qué, quien haya nacido en Uruguay mira la vida con gran cuota de estoicismo, el cual aplica a todos los aspectos de la realidad.
El crimen y la inseguridad proliferan, pero la mansedumbre y la resignación predominan entre los ciudadanos honestos. “Y pensar que en una época fuimos la Suiza de América”, podrá decir alguien que tuvo la suerte de conocer a un Uruguay mejor.
Con el fútbol a nivel de clubes pasa lo mismo. Algo sucedió en algún momento que borró de un plumazo las posibilidades de gloria en la cancha. La mediocridad es absoluta. Las estadísticas lo dicen. Además, por comparación, el panorama luce aún más ominoso, desalentador. River Plate y Boca Juniors de Argentina, y Gremio y Palmeiras de Brasil, han sido en estas lides rivales históricos de los dos grandes uruguayos.
Hoy en día hasta rivales ignotos y carentes de tradición copera se atreven a decir cuando juegan contra los dos grandes uruguayos, “¿y?”.
En las buenas épocas los mirábamos de igual a igual y hasta íbamos a jugar de visitante sabiendo que un triunfo entraba dentro de las posibilidades. Ese mundo de realidades probables queda cada vez más lejano, como muy inalcanzable. El mal fútbol que se ve a nivel local no mejora mucho jugando en canchas del extranjero.
No se le pueden pedir peras al olmo, por más que en una época las dio, pues de esas cosas se hizo la historia del fútbol uruguayo; de milagros y de realidades improbables que se cumplían en la realidad. Eran los tiempos en que los clubes grandes imponían respeto entre los más encumbrados de la región.
Hoy en día hasta rivales ignotos y carentes de tradición copera se atreven a decir cuando juegan contra los dos grandes uruguayos, “¿y?”.
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