Estilo de vida > Educación emocional

Pilar Sordo: "Tengo menos metido el modo patriarcal de lo que lo tenía de forma espontánea y natural cuando tenía 20"

La reconocida psicóloga chilena llega a Uruguay el jueves 17 para dar una charla sobre lo importante que es aprender a expresar las emociones
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16 de enero de 2019 a las 19:24

Las emociones, los sentimientos y todo aquello que siendo ajeno (en apariencia) a la Academia y al ámbito profesional, cotidianamente se deja librado al azar es, para algunos, un necesario objeto de estudio. Gran defensora de esa idea y autora del libro Educar para sentir, sentir para educar la chilena Pilar Sordo –psicóloga, escritora, y conferencista– es, desde hace más de 30 años, una de las voces más influyentes en América Latina.  

Educar para sentir. Sentir para vivir es el nombre de la charla con la que Sordo llega este jueves 17 al hotel Enjoy Punta del Este. Y, a modo de adelanto, la especialista contó a El Observador algunos de los puntos claves de la educación emocional; también problematizó el vínculo con las redes sociales y explicó qué son el analfabetismo emocional y la anestesia emocional. Además dio su opinión sobre el movimiento feminista y contó cómo con los años su propia cabeza fue cambiando en torno a este punto.

Llega a Punta del Este con su charla Educar para sentir. Sentir para vivir que, de cierto modo, parte de la premisa de que para sentir es necesaria una educación previa. ¿No es algo inherente al ser humano eso?

Lamentablemente no. Esta investigación tiene como cinco años, la empecé cuando comencé a notar en mis asesorías al mundo empresarial que cada vez se contrataba más gente por sus habilidades técnicas y se las despedía por no tener habilidades emocionales –las mal llamadas, habilidades blandas–.

Entonces empecé a preguntarme por qué a la gente se la despide por habilidades que, en teoría, debió haber aprendido en su casa o en la escuela, o debieron salir de forma natural. Esta investigación que parte de observar cómo desde niños empezamos a castrar las emociones y a no desarrollar habilidades emocionales como la empatía, la tolerancia, la frustración, la paciencia, entre otras. Cuando las personas llegan al mundo laboral, evidentemente, esas habilidades no están. El mundo empresarial se está haciendo cargo de educar cosas que tendríamos que haber educado en otros lugares. En  general las conferencias mías tienen mucho humor, pero también es muy movilizadora cuando pensamos en cómo le cagamos la vida a los niños desde chicos.

En una sociedad que cae constantemente en la comida rápida, el entretenimiento rápido, las formas de aprendizaje rápidas ¿También la expresión queda relegada a esa inmediatez?

Por supuesto que sí, además, está considerado que el mundo adulto es menos expresivo. A los niños les podemos permitir ciertas expresiones pero en la adultez pareciera ser que decir, "Te quiero", "Estoy triste", "Tengo miedo" o llorar, forma parte de una inmadurez, algo que parte del inconsciente colectivo. Entonces, es una exigencia que nos auto ponemos los adultos que, además de ser poco sana y enfermiza, no llega a ninguna parte.

Comentó que en las generaciones pasadas, de sus padres y abuelos, las emociones se expresaban menos. ¿Por qué cree que ahora es necesaria una vuelta de rosca sobre esa realidad?

Porque resulta que antes, si bien no había expresiones, había hechos emocionales concretos que a ti te permitían sentir esas emociones. La abuela te hacía un pastel, la torta de cumpleaños se hacía en casa. Había gestos que hoy no están. Y como no están es más importante que nunca, dada la rapidez de todo el circuito, tener la capacidad de poder expresar lo que nos pasa.

¿Dónde cae la responsabilidad de que actualmente haya –como dijo en ocasiones anteriores– jóvenes analfabetos emocionalmente?

Los adultos también somos analfabetos. Entonces no podemos enseñar algo que no tenemos dentro. Si yo nunca lloro ni digo te quiero, mi hijo probablemente no aprenda a hacerlo. Esto parte del mundo adulto de una sociedad súper castigada, desde lo judeocristiano, desde una espiga,  además de lo erotizado que está todo –si un maestro abraza a un alumno también está mal visto–, entonces cada vez nos vamos alejando más del otro y se va disociando el tema emocional. Se dificulta que se desarrollen la competencias que nos permiten desarrollar una buena relación de pareja, con los hijos, laboral.

¿Qué pasa con las emociones que se expresan a través de un tuit o una publicación en Instagram, por ejemplo?

Si te hablo de las cuatro emociones básicas –que son la rabia, la tristeza, el miedo y la alegría–, te digo que nosotros nos hemos encargado como sociedad  de ir anestesiándolas. Y el maestro en esto es Estados Unidos, que es el país más anestesiado a nivel emocional. ¿Cómo se anestesian las emociones? Hay cuatro formas: con la comida –porque en lugar de llorar, como–; con los fármacos; con la tecnología; y con el trabajo que produce esa adrenalina que genera el quehacer para no pensar. Lo tecnológico tiene que ver con hacerle sentir al otro qué estás sintiendo cuando mandas una carita triste o sonriente, que hace creer que estás sonriendo, por ejemplo, y eso no es verdad. Esa disociación es otra forma de anestesia emocional que queda desconectada del cuerpo.

¿Cómo debería darse la educación emocional? ¿Pesa más la escuela o el hogar?

La solución a todo este cuento tiene que ver con recuperar el silencio en las casas. Al menos por una hora diaria, tener apagado absolutamente todo: tele, radio, celular. Escuchar las voces de la gente que vive dentro de la casa y no las de afuera. Los padres deberían preguntarles todos los días a los niños "¿Qué te puso contento hoy?" "¿Qué te dio rabia’?’, y, como padres, contarles también. Es muy distinto contarle a mis hijos lo que hice, que lo que sentí con lo que hice. Eso también se traslada al aula y se debería trasladar a la universidad y los posgrados. La educación emocional debería formar parte de las mallas curriculares. Necesitamos reeducar también a los profesionales en esas habilidades. Esto no se trata de lo que la gente sabe, sino, de lo que es.

A menudo los padres le dan a sus hijos pequeños una tablet o celular para que dejen de llorar. ¿Tienen menos paciencia o tienen más herramientas para ser menos pacientes?

Creo que tienen menos paciencia. La tecnología nos quedó comodísima a los adultos, es como tener una mano. El otro día veía imágenes de Punta del Este en las noticias, mostraban gente en la playa y el 90% de los niños que vi estaban con las tablets sentados, no estaban jugando ni en la arena ni en el agua. Probablemente no hacemos nada contra eso porque vamos a volver a casa con un niño limpio que no hay que bañar, porque no se ensucio. A lo mejor tampoco se peleó con la hermana y tampoco tuvimos el miedo de que se me perdiera en la playa, porque no corrió. ¡Es horrorso! ¿Para qué mierda vamos a Punta del Este –con lo que cuesta además– si los niños van a estar sentados en la toalla? Es como estar en el jardín de sus casas. Hay un montón de aprendizajes que uno deja de tener, producto de esa comodidad que genera la tecnología. Las mamás que tienen un hijo pequeño lavan menos ropa que yo cuando tenía a mis hijos, porque se ensucian menos. Seguramente hay más silencio en las casas también, porque están todos metidos en sus aparatos. Algo que me parece terrorífico.

Considerando que es una mujer muy influyente en Chile y la región, ¿cuál es su postura en torno al feminismo y el movimiento feminista?

Me parece maravilloso lo que está pasando. Creo que como todo cambio social, funciona como péndulo y funcionan extremos. Incluso los extremos pueden ser buenos, porque nos hacen pensar distinto. Hoy, como mujer, pienso muy distinto a lo que pensaba con 20 años. Hoy en día tengo menos metido el modo patriarcal de lo que lo tenía de forma espontánea y natural cuando tenía 20. El feminismo sano es el que incorpora al hombre y en los análisis para llegar a tener una vida lo más igualitaria, equitativa, armoniosa y lo menos injusta en términos de derechos y deberes en cada uno. Creo que el modelo patriarcal nos hizo daño a ambos. A nosotras nos liquidó mucho en nuestra capacidad de ejercer nuestros derechos y libertades. Pero a los hombres también los liquidó, les generó una exigencia y competitividad desmesuradas, el mandato de la erección es tremendo, y el de la productividad. Todos fuimos afectados por este modelo, aquí no ganó nadie.

Me encanta que mi hija –que tiene 24 años– sepa que no es para nada normal que alguien le agarre el culo en el colectivo. Para mí era normal y yo me bajaba en silencio angustiada y no se lo decía ni siquiera a mi mamá. Entender que no es no –y no como nos liquidó Arjona con el "dime que no y déjame pensar en un sí"–. La gran tarea en todo este enredo es desexualizar la relación hombre-mujer en todos los espacios donde no haya consenso.

¿Qué piensa de que cada vez sean más las mujeres que expresan públicamente el haber sido víctimas de acoso por parte de un hombre?

Me parece maravilloso. Creo que el recuerdo de una mujer activa la memoria de todas nosotras. Puede haber muchas mujeres que recuerdan cosas y no van a hacer la denuncia porque van a sanar desde otro lugar. Algunas necesitan ir a terapia, a otras capaz les sana el hablar con una amiga y otras van a denunciar. Creo que la libertad humana da para todo, no todo el mundo necesita denunciar. Está claro que sanar implica hablar. La que no habla, no sana. Con quién hablé y cómo lo expresé, va a ser libertad soberana de la persona que lo esté viviendo.

Hace un tiempo afirmaba lo siguiente: “Si les preguntas a las mujeres, muchas te van a reconocer que podrían preferir tener un jefe hombre”. ¿Por qué cree eso?

Eso ha ido cambiando desde que lo dije hasta hoy. Sin embargo, las mujeres, entre nosotras, seguimos en deuda. Si bien hay mujeres que prefieren jefas mujeres, falta mucha sororidad –palabra que aprendí hace poco– entre nosotras. Para la mujer es súper difícil llegar a puestos de poder y pareciera que, cuando llegan, no necesariamente se acuerdan del camino recorrido para ayudar a otras en ese recorrido. El sistema patriarcal nos educó para que fuéramos enemigas.

Hoy podemos aprender, gracias a distintos colectivos, a ser hermanas entre nosotras. Y si avanzamos en esa sensación de hermandad –siendo más cómplices, sin empezar a chismear si nos cuentan algo, o emitir juicios– cada vez se va a dar más que las mujeres elijan mujeres como jefas, porque van a sentir que están en un espacio de apoyo. Mientras toda esa sororidad no ascienda, es muy difícil que trascienda los ámbitos laborales.

Especialistas como usted, que es psicóloga, y profesionales de otras áreas –que antes se movían en el ámbito privado de un consultorio o un aula–, ahora dan charlas y conferencias que convocan cientos de personas, como espectáculos. ¿Qué cambió?

Se da por algo que a mí no me gusta y es que los seres humanos en el transcurso social, apagamos los motores internos y nos dejamos de escuchar. Nos centramos en el afuera, entonces, es la tele la que me informa, el celular el que me muestra cosas y Netflix el que me hace llorar. Entonces la gente empieza a querer ir a escuchar a otra gente a ver qué dicen de cómo vivir. En mi charla intento que la gente despierte el motor interior y no necesite luego las charlas. Yo nunca me propuse salir a contar mis investigaciones, me lo fue pidiendo la gente y para mí era súper llamativo que me lo pidieran.

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