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Política: un juego que las mujeres tenemos que aprender a jugar

¿Por qué el 27 de octubre fueron electas tan pocas mujeres? Los círculos de poder e influencia que deciden candidatos siguen siendo masculinos
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02 de noviembre de 2019 a las 05:01

Uruguay, el país de las conquistas sociales. Uruguay, el país de la agenda de derechos. Uruguay, el país en el que las mujeres votaron por primera vez en toda América Latina. Uruguay, el país en el que solo un quinto de los legisladores recién elegidos son mujeres, a pesar de contar con una ley de cuotas y hasta una medida de paridad en el partido más votado en la primera vuelta.

En los años 40 en el parlamento uruguayo había dos senadoras y dos diputadas. En 2020 habrán 28 mujeres (incluyendo a la vicepresidenta, que preside la Asamblea Legislativa) ¿Qué parte de la película nos estamos perdiendo? ¿Hubo tongo, de nuevo, a la hora de armar listas y mover piezas para que la cuota no sirva más que para hacernos creer que venimos bien?

¿Qué pasó desde que Martina Fros y Justa Jacinta Sánchez pusieron su voto en una urna de Cerro Chato, en 1928, los primeros que les permitieron emitir a mujeres?  Pasó mucha agua bajo el puente y muchas manifestaciones masivas que reclaman igualdad de derechos para hombres y mujeres. Una igualdad que, al menos en el campo de la política, no solo es desigual: es vergonzosamente desigual. En la próxima legislatura solo un 21% de los parlamentarios serán mujeres (28 en 130).

En la danza de las culpas, pronto surgió el tema de la ingeniería electoral y, si bien, esta es parte de la explicación, asignarle a un mecanismo la responsabilidad de este resultado es tan simplista como pensar que estos números lastimosos son consecuencia de ausencia de méritos de las mujeres o de la voluntad de los votantes (que votan candidatos pero no eligen quiénes integran las listas).

La ingeniería electoral hace que cada partido pueda presentar tantas listas como agrupaciones tenga. En un escenario de fragmentación exacerbada como el que derivó de las elecciones del 27 de octubre, las mujeres -que en la mayoría de los casos fueron en el tercer lugar de esas listas, salvo en el Frente Amplio- perdieron como en la guerra. La ley de cuotas parió el tercer lugar para mujeres pero no porque establezca eso; lo que dice es que cada tres lugares tiene que haber al menos un candidato del otro sexo. Si la mujer va en primer, segundo o tercer lugar es una decisión de la agrupación, del partido, del grupo de influencia. Es decir, es una decisión que deriva más de nuestra forma de concebir las estructuras –y el rol de las mujeres en ellas- que de la propia ingeniería electoral.

Esta forma de hacer las cosas en la política tiene mucho que ver con el dinero y el poder. Los que inciden en la decisión son en buena parte los que financian las campañas y los que aportan dinero son, en su enorme mayoría, hombres. Como me dijo una mujer política que milita desde hace décadas por causas igualitarias, “la alianza poder-dinero es muy fuerte en política y sigue siendo muy masculina. Entonces los que deciden lo hacen en base a sus círculos de confianza y eso es natural. No es que haya siempre un afán discriminador; las cosas se dan así porque siempre se dieron así”.

El grupo de confianza que surge en el barrio, en el liceo, en la cancha de fútbol y más tarde en el trabajo, suele ser masculino. Ese círculo se transforma en un grupo de poder que alienta la llegada de nombres que son en su gran mayoría masculinos. Como hay escasos grupos de confianza que incidan en política integrados por mujeres, el resultado es conocido: menos mujeres candidatas, menos mujeres que llegan.

Las mujeres han aprendido a crear círculos de apoyo para un sinfín de planos de la vida pero no tanto en los negocios y mucho menos en la política. Esto, como tantas cosas, seguramente también comenzará a cambiar y tal vez en no mucho tiempo veremos grupos con el suficiente poderío económico y de liderazgo para exigir que una cierta cantidad de cargos y en determinados lugares sean ocupados por mujeres.

Para que esto suceda hace falta algo más que dinero e influencia; hace falta conciencia de género que haga que –como los hombres que se conocen del fútbol- un grupo de mujeres aliente el progreso político de una o más candidatas. Esto puede parecer injusto y autoritario, pero tal vez sea la única manera de romper barreras que no se ven pero que duelen como el cemento cuando nos damos contra ellas.

Las mujeres que hacen política, las nuevas y las de hace años, siguen diciendo que aunque hubo avances, ley de cuotas y hasta se habla de una futura paridad, todavía sienten que son transparentes. Que no se las ve o que apenas se las ve. Esta no es una posición victimista sino realista.

Quienes defenestran la ley de cuotas por promover un tipo de discriminación –llamada positiva, pero discriminación al fin- que puede caer en injusticias, tienen algo de razón. Aunque las mismas injusticias se han hecho durante milenios con candidatos hombres. También tienen razón quienes rechazan la paridad, bajo la misma cantinela de que las mujeres deberán llegar a estos cargos porque son las mejores candidatas para ocuparlos. No es casualidad, sin embargo, que no lleguen. No son menos, ni menos educadas, ni menos inteligentes, ni menos inspiradas, ni menos comprometidas.

¿Cómo se aborda este tema del acceso a las candidaturas en otros países que desde aquí consideramos desarrollados? En algunas naciones nórdicas tienen claro que el cambio de cultura comienza en la sociedad toda y no solo en los partidos políticos, y por eso impulsan con cuotas la representación femenina en directorios de empresas privadas y no solamente en el ámbito público. Esto que para cualquier concepción liberal resulta al menos excesivo, es un intento por emparejar un barco que siempre se escora para el mismo lado.

Noruega fue el primer país que aprobó una ley, hace 10 años, en este sentido; ahora las empresas que no cumplan con el 40% de mujeres en sus directorios corren el riesgo de ser disueltas. Alemania tiene una ley similar desde 2015, pero con un 30% de representación y para las empresas que cotizan en Bolsa; algo parecido sucede en Holanda.

La Comisión Europea ya propuso una legislación que establece que el sexo menos representado debe tener al menos el 40% de los directores no ejecutivos en las empresas (el promedio en la UE es de 26%). Es un intento para que las transparentes sean algo más visibles y los círculos de poder también incluyan mujeres a la hora de impulsar liderazgos.

Las cuotas son antipáticas, sobre todo para las propias mujeres que quieren llegar adónde merecen llegar sin ayudas ni subvenciones. Pero por ahora son una de las pocas herramientas útiles para que crezca la representación femenina en más de un ámbito, dice Florence Villesèche, profesora de la Escuela de Negocios de Copenhague, Dinamarca. “Hay más mujeres en los directorios, no es solo una promesa, un objetivo o una aspiración. Están ahí. La cuota es la única herramienta que funciona en términos de números absolutos”.

Es cierto que los cambios vienen con el paso de las generaciones, pero en todo lo que tiene que ver con la igualdad de derechos la historia muestra que lo que prevalece es la cámara lenta, sobre todo en terrenos donde el poder pesa: política y trabajo.

En Uruguay todavía discutimos cómo se integran las listas, así que hablar de directorios igualitarios por ahora parece un sueño. El futuro de una participación política más equilibrada está en estas mujeres electas, es cierto, pero también en el resto de las mujeres que componemos esta país y que, casi nunca, creamos círculos de poder que podrían llevar a, ojalá las mejores, a puestos de decisión.  

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