Virginia Mórtola y Martín Otheguy

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Virginia Mórtola y Martín Otheguy: “Quien escribe de verdad tiene muchas ganas de hacerlo, porque, si no, no se sostiene”

Referentes de la literatura infantil y juvenil, el 2022 los encontró con publicaciones para adultos; en esta charla, Mórtola y Otheguy desmenuzan su escritura, sus lecturas y hablan de las satisfacciones de tener a los niños como público cautivo
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18 de diciembre de 2022 a las 05:10

La literatura se presta para coincidencias. Y Martín Otheguy (44) y Virginia Mórtola (47) parecen tener muchas cosas en común. Para empezar, a pesar de haber publicado por primera vez hace relativamente poco tiempo –ninguno de sus libros llega a los 10 años–, ambos acometen la escritura con una intensidad para destacar. Publican seguido, los premian seguido y, además, no les temen a los cambios de frente. De hecho, este año los dos rompieron con una línea de trabajo con la que, con excepciones en el caso de Otheguy, seguían una estela clara: la escritura para niños y adolescentes.

Ambos destacados en el rubro –y con recientes libros elogiados: Jardín ambulante, de Mórtola, y El invierno es un lobo que viene del norte, de Otheguy–, fue primero ella la que sorprendió con Ni Dios sabía, un contundente conjunto de relatos para adultos publicados por Fin de Siglo. Más tarde, él, un poco más familiarizado con el público adulto por sus trabajos humorísticos y periodísticos que hoy pueden leerse en La Diaria, se despachó con las fábulas filosas de Fabuloso, editado por Tajante.

Así las cosas, Mórtola y Otheguy comparten aún más cosas: el gusto por encontrarse cara a cara con sus lectores, cierto impulso por pensar los procesos que los llevan a escribir, la certeza de que hacerlo les hace bien y, además, el extraño honor de ser los dos primeros interlocutores de un ciclo de entrevistas cruzadas a autores locales que, desde ahora, se propone en El Observador. La conversación, que va de encontrar huecos para la escritura a sus lecturas del 2022, empieza así.

¿Les es fácil encontrar tiempo para escribir?

Martín Otheguy: En la pandemia encontré huecos que me permitieron estar más tranquilo y apartado de mis actividades cotidianas y escribir. Antes de eso, encontraba huequitos de dos horas, a veces tarde en las noches. No adscribo mucho a la teoría, creo que de Bukowski, que dice que si trabajás 16 horas las otras 8 tenés que dedicarlas a escribir sí o sí.  Me resulta difícil después de estar escribiendo todo el día por trabajo. Tengo que usar pequeños espacios que surgen para estar más tranquilo. Pero nunca logré hacerme de una rutina.

Virginia Mórtola: Es muy difícil incluir la escritura en el universo cotidiano. Yo además soy madre y hago 20 millones de cosas, siento que mi cerebro tiene tentáculos. Como para mí es importante escribir, trato de encontrar el espacio. Es mucho más fácil cuando estoy metida en una historia. Sentarme a escribir durante una hora es un oasis. Por eso hago triquiñuelas cotidianas para lograrlo. Y después es como armar un puzle de horarios. Antes, escribir de noche me funcionaba, pero ahora no puedo. 

MO. Coincido en que cuando estás metido en una historia encontrás el tiempo. Estás entusiasmado, y si tenés esa zanahoria frente a vos capaz que sí te ponés a escribir a las 10 de la noche, después de trabajar todo el día. Lo más difícil es cuando empezás a trabajar desde cero.

VM. Para mí hay dos momentos distintos. Uno es cuando estás empezando un proyecto, donde necesitás sí o sí tener horas para pensar, organizarte, meterte adentro de ese mundo. Una vez que estoy ahí, aunque sea escribo 15 minutos. Pero no puedo usar esos 15 minutos para escribir algo que no pensé antes.

Virginia Mórtola

¿Sienten que sus respectivas profesiones , el periodismo y el psicoanálisis, colaboran en la escritura?

MO. El periodismo me sirve para editar, algo que a veces es lo más importante del proceso de escritura. Siento que ahí puede ser útil, porque te enseña a buscar detalles, a ver si algo está bien contado, si fluye, eso que hacés naturalmente por estar hace años en esto.

VM. Pienso que ahí también hay dos lados de la escritura. Escribir concretamente y después los mundos que quiero escribir. Sobre esto último, o las razones por las que decido contar una cosa u otra, el taller con los niños, por ejemplo, me permite estar en contacto con una voz que es necesaria para escribir para ellos. Si bien siento que soy bastante cercana de mi voz de cuando era pequeña, hay algo del vínculo con los niños que se mantiene vivo allí. Incluso lo que sucede en el consultorio, porque obviamente no utilizo nada de lo que se dice allí, pero todo el tiempo estoy escuchando historias, todos los días, muchas horas. Supongo que hay algo inevitable de esa narrativa que se presenta. Yo trabajo desde el psicoanálisis y me interesa la teoría lacaniana, así que hay algo del lenguaje, del lugar de la escucha de la palabra, que es importante. Siento que todo el tiempo estoy rodeada de historias y palabras.

¿Tienen clara la razón por la que escriben?

MO. Sentí necesidad de escribir en la adolescencia, pero tuve un período muy largo en el que dejé de hacerlo por una suerte de pánico a mostrar lo que escribía y que no fuera lo suficientemente bueno. Esa posible desilusión sigo teniéndola y es algo con lo que tengo que pelear todos los días, pero me di cuenta de que hay una parte de mí que me empuja a escribir. Y es raro, porque uno cambia de estado de ánimo muy rápido cuando escribe. Cuando te va bien, cuando pensás que tenés una buena idea y la desarrollás, sentís que esa voz es necesaria. Y después hay un momento dañino que aparece cuando desbarrancás, cuando te cuesta seguir y empezás a tener dudas sobre tus capacidades o lo que estás escribiendo; me resulta complejo lidiar con esas dos mitades. Pero al final la parte de la escritura que me hace sentir pleno, que me provoca sensaciones que no tenía desde la adolescencia, es la que prima. No pienso que escriba porque tengo una misión y porque sea importante que la gente me lea. Escribo porque me produce algún tipo de satisfacción o tengo una pulsión por volcar lo que hay en mi cabeza.

VM. Es interesante porque en general hacemos cosas y no pensamos por qué las hacemos. En este caso, es como responder por qué nos enamoramos de una persona y no de otra. Creo, y puede sonar exagerado, que escribo para sobrevivir. Cuando era chica era muy tímida, jugaba sola, me mudé 13 veces, y tenía una amiga invisible. Pienso que hay algo de esa construcción, de habitar un lugar intermedio entre la ficción y la realidad, que me atrae. Me interesa ese lugar, y creo que como modo de supervivencia lo adopté. Además, vivo veloz, hago todo rápido y es un problema, pero cuando escribo siento que algo se detiene y puedo estar en los detalles de las cosas. Es como si encontrara otra manera de vivir. 

MO. Después también hay algo que tiene que ver con el amor a los libros. Muchos de nosotros nos criamos entre libros y en parte ese amor se quiere manifestar.

VM. Sí. Aunque en mi casa no había libros. En mi casa no leía nadie, mis padres no terminaron el liceo y mis hermanas tampoco. Mi padre vendía autos y quería que trabajáramos y, como éramos todas mujeres, puso una herboristería, y le parecía que lo más importante era la calle, la vida. Yo tenía que pelearme para estudiar. Sí había unas tías que contaban historias y me parecían atrapantes. A los libros los encontré en la escuela. Hoy soy una fetichista de los libros, compro incluso sabiendo que no los voy a poder leer…

MO. Está bien comprar libros que no vas a leer, creo que las intenciones valen. 

¿Les genera ansiedad tener libros pendientes?

MO. No. A veces lo que me genera ansiedad, que no me pasaba cuando era más joven, es decir “ok, no me queda tanto tiempo de lectura”, así que si voy 50 páginas y el libro no me gusta o provoca nada, lo dejo.

VM. Últimamente he leído muchos primeros capítulos.

MO. Y capaz el final es maravilloso, pero bueno. Me pasa que me encuentro pensando en que quizás esté perdiendo el tiempo con algunos libros cuando hay otros hermosos por descubrir. También es cierto que si pensara solo así no podría ir por la vida. No podría tener una pareja pensando “quizás en Tanganica haya alguien que sea perfecta para mí”. Uno conoce los libros, la gente, la música que tiene a su alcance y se enamora de lo que conoce.

Martín Otheguy

¿Qué les da a ustedes, como autores que han explorado la literatura infantil y juvenil, el vínculo con ese público?

MO. Escribir para chiquilines tiene algo genial y es que tenés instancias permanentes para compartir con ellos, y es muchísimo más reconfortante que si lo comparás con lo que pasa cuando escribís para adultos. Tener un público cautivo en los niños es superestimulante. Por las preguntas que hacen, las cosas que les interesan, todo hace parte para que quiera seguir escribiendo para ellos. Es muy rico lo que ocurre.

VM. Ellos siempre piden la segunda parte. ¿No te pasa? 

MO. Les contás algo y siempre quieren saber cómo termina la historia, aunque ya haya terminado. Por otro lado, a mí me pasó que cuando tenía 11 años visitó mi escuela Alejandro Paternain, de quien habíamos leído Crónica del descubrimiento, y recuerdo que me impresionó mucho que fuera y nos instara a ser escritores. Creo que fue la primera vez que pensé que me gustaría hacerlo. Y no sé si ocurre cuando voy a una escuela o no, pero sí me doy cuenta de que es bueno que los escritores hablen con los chiquilines y les intenten transmitir el espíritu.

VM. Y qué distinto es cuando llegás y no tienen mucha idea de quién sos porque les contaron un rato antes sobre tu libro, a que te hayan leído. La experiencia para esos niños es un millón por ciento distinta. Hay una magia increíble que sucede ahí. Una de las cosas que más me gusta de escribir para niños es intercambiar con ellos sobre los cómo y los porqués de la escritura. Me interesa mucho contarles entrelíneas que es posible hacerlo, que me equivoco, que me cuesta, que escribo cuando puedo. Trato de romper con la idea de que quien escribe es un iluminado. Quien escribe es alguien que de verdad tiene muchas ganas de hacerlo, porque, si no, no se sostiene. Otra cosa buenísima de escucharlos es que cada vez que dicen cosas que son geniales las quiero poner en un libro. Ese mundo donde está lo posible, la ficción, la realidad, ese entrevero, tiene una lógica distinta que implica mirar las cosas desde otro lado que me maravilla.  

MO. Y solo te pasa escribiendo para niños que a veces tenés 40 presentaciones en un año. Y es muy estimulante.

Virginia Mórtola y Martín Otheguy

¿En qué situación creen que se encuentra la literatura infantil hoy?

VM. Hay de todo. Hay, por ejemplo, una lucha permanente entre el mercado y el arte, y en el caso de los niños se suma la didáctica. Hay una tensión permanente entre esos tres elementos. En ese contexto, hay un gran cambio desde hace años de no subestimar al niño, y la concepción de la infancia ha cambiado también. Ahora por ejemplo, está Gigantes, una publicación de La Diaria que incluye la idea de que los niños pueden ser parte (Ndr: y que está a cargo actualmente del propio Otheguy). Y después hay un límite superfrágil entre cuánto cuidás y cuánto subestimás o restringís. Creo que la lucha está en eso: en acompañar sin ocultar, pero tampoco decirlo todo. Hay líneas movedizas que con el transcurso de los años han cambiado muchísimo. En los últimos años hay una tendencia a decir. Hay una gran producción de libros enfocados en las migraciones, en la muerte, por ejemplo. No se escatiman los temas para los niños. Y también está eso de no decirlo todo, dejar espacio para que el lector pueda construir. Para mí es muy importante no subestimar, pero tampoco abandonar. Y es difícil, porque tenés que ver cómo hacés. Acá en Uruguay no hay formación específica en literatura infantil, pero cada vez hay más movimiento, y habla de un pensamiento en torno a una producción cultural. Eso hace que quienes lo hacemos nos sentemos a pensar qué estamos haciendo. Lo que se juega en los inicios de la vida de las personas es muchísimo. 

MO. Siento que cuando éramos chicos no existían los libros que hay ahora. Uno leía libros que no eran específicamente para niños. Eran novelas de aventuras, de fantasía, libros que podían atraerte. Ahora hay de todo, y sí me parece que en Uruguay hay un muy buen nivel, que se tratan todos los temas, no se escatiman. Se habla de la vejez, de los abusos, de la muerte, entre otras cosas menos trágicas también. No creo que haya temas separados para adultos o niños, nos importan más o menos las mismas cosas, y se enfocan de maneras distintas.

VM. Dentro de la literatura está bueno que haya libros que te ofrecen una historia bien contada, una aventura, pero no restrinjan otros temas, que no recorten el mundo. Es mucho más duro que un niño vea en la calle a una persona durmiendo, a que aparezca en un libro. Allí, al menos, le da un universo simbólico para comprender la realidad.

MO. Me parece que hay otra forma de escribir ahora, y que esa forma predomina, en general. Y está bueno. Más allá de que los libros para niños no dejan de ser una necesidad editorial que los encasilla, y que como nos pasaba a nosotros los niños se pueden interesar por otros libros que no necesariamente son para ellos. Hubo una transformación interesante en los últimos tiempos y está bastante bien orientada.

Para ustedes este año, de todas formas, estuvo marcado por publicaciones para adultos. En el caso de Virginia, la primera. ¿Cómo trabajaron el cambio de enfoque?

MO. Cuando empecé con Fabuloso en algún momento se me cruzó por la cabeza la idea loca de que podía ser para niños, pero no había forma. Es un tipo de cuento que apela más al contexto y una ironía adulta. En mi caso, como sí escribo textos de tipo humorístico para adultos casi desde el comienzo, el cambio me resultó natural. Pero necesité poner un subtítulo que especificara que no era para niños; desde la editorial se pensó que era recomendable. El libro habla de capitalismo, meritocracia, democracia, cosas que están en la esfera adulta.

VM. A mí me encanta pensar en capas de sentido. Si en un texto aparece un conejo blanco, todos entendemos que ese conejo tiene que ver con Alicia o con el tiempo. Y capaz alguien que no leyó a Alicia entiende la historia, pero quien la leyó le suma sentido. Creo que hay libros que los niños leen y que tienen capas a las que no llegan. En este caso, el énfasis en que nuestros últimos libros son para adultos es mayor porque al estar ambos muy vinculados en la literatura infantil está bueno avisar. Mi libro tiene voces infantiles, pero no son historias que les quiero contar a los niños; son historias que les quiero contar a los adultos sobre cosas que les pasan a los niños. Me interesa que los adultos escuchen a esos niños, que sepan que de repente padecen o sienten cosas que no pensamos que puedan llegar a sentir. 

En la contra, Rosario Lázaro Igoa apunta de manera acertada que Ni Dios sabía evita idealizar la mirada infantil. ¿Fue un ejercicio consciente?

VM. Sí, y era muy importante para mí poder lograrlo. Percibo que hay una mirada desde el universo adulto que no contempla el padecimiento o la capacidad de los niños de percibir todo lo que sucede. A veces hay un abismo entre lo que vemos, lo que piensan y lo que sucede, que para mí era importante mostrar. En este caso, son voces de niñas que dicen cosas que de repente los adultos no ven, pero que suceden. Quería evidenciar el desfasaje y el desencuentro que se produce allí. 

Martín, ¿cuál era tu vínculo con las fábulas antes de escribir Fabuloso?

MO. Las fábulas tienen un poder simbólico que ha perdurado muchísimas generaciones, pero es una especie de subgénero no muy explotado. Creo que perviven porque las emociones son las mismas que hace quinientos años. Lo que cambió es el enfoque que ponemos sobre ellas. Recuerdo que las fábulas me gustaban porque eran relatos breves e ingeniosos, pero la moraleja siempre me resultaba algo sospechosa. Es verdad que en algunos casos puede ser aplicable, pero siempre me llamaba la atención que se basaban en un final cruel para los personajes. A mí me resultaba raro que el castigo ejemplarizante para el pastorcito mentiroso fuera, por ejemplo, morirse. Por eso digo que quizás los vicios y las virtudes son las mismas, y por eso siguen siendo interesantes, pero la lectura cambió. Es un género muy rico para explorar por lo divertido, breve y alegórico. Era el registro ideal para explorar algunas contradicciones humanas y expresar cómo algunas cosas son más complejas de lo que puede reducir un cuentito corto con moraleja. Muchos de estos cuentos, en realidad, son bastante contradictorios.

¿Qué fue lo último que leyeron y los marcó?

VM. Una autora que me encantó este año es Tatiana Tîbuleac, autora de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. De acá, Gabriela Escobar me gustó muchísimo, tiene una prosa poética bastante inédita que me capturó en Si las cosas fuesen como son. Y ahora estoy leyendo La primera enemiga de una chica es su madre, de Milagros Lagarejo. Me recuerda a la estética de Marcos López, un fotógrafo pop que mezcla a Jesucristo con un peluche, cosas así. El mundo de Milagros es surrealista, y tiene un horror tierno y desfachatado que me resulta muy bueno.

MO. Leo muchos libros a la vez, pero si pienso en el que me marcó este año es un libro álbum, pensado para niños, que se llama Niño estrella, de Claire Nivola. Me hizo un nudo en la garganta. Después, soy de los que creen que está bueno tener libros para diferentes contextos, así que para las vacaciones, por ejemplo, tengo La niña de Alta Mar, de Jules Supervielle. Para el trajín de los días estoy leyendo un libro de Boris Vian, Todos los muertos tienen la misma piel, y después no ficción. Un libro de paleontología. Pero me gusta mencionar Niño estrella en el contexto de esta charla. Es un libro que probablemente esté pensado para niños de 5 años y a mí me fascinó.

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