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Spotify y un malhumor evitable

Spotify y un malhumor evitable. Escribe Daniel Supervielle sobre la salida de la app de Uruguay
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02 de diciembre de 2023 a las 05:00

Cerca de un millón de uruguayos escuchan música en Spotify. Cifras oficiales indican que rondan las 870 mil personas, 300 mil de ellos pagan por un servicio premium. El resto lo escuchamos gratis y soportamos estoicos los avisos espantosos con voces de otras regiones. Es el precio que pagar por acceder a música de todo el planeta: los viejos clásicos, bandas desconocidas, jóvenes talentos, nuevos ritmos, playlists de famosos y conciertos.  

Es una de las comprobaciones de la existencia de la Aldea Global a la que aludía Marshall McLuhan. La mayoría de los usuarios de Spotify son nativos digitales que han aprendido a escuchar canciones con esta aplicación. Son los mismos que paulatinamente dejaron de comprar diarios en papel, consumen podcasts temáticos en lugar de radio, conocieron a Lionel Messi jugando antes al play station que viéndolo en el Barcelona; se citan para salir por mensaje de texto y varios encuentran pareja para hacer el amor usando aplicaciones como Tinder o Badoo.

La mayoría de ellos sabe quién es la populista Greta Thumberg, pero no tiene idea de quién es el Goyo Álvarez. Conocieron y comentaron la desfachatez de Javier Milei mucho antes que los politólogos convencionales supieran de su existencia y por ende no les extraña que haya sido electo presidente. La mayoría de ellos conectan en otra frecuencia con el mundo y la política.

No toleran que los maltraten solo porque alguien es su superior. Abrazan causas simples como limpiar una playa, los animales sin hogar o salen campeones del mundo sub 20 dirigidos por un líder sencillo como Marcelo Broli. Son desprejuiciados a la hora de hablar y vivir sus opciones sexuales y no se les ocurre proyectarse en un mismo trabajo para toda la vida.

Por un lado, son mucho más sensibles que las generaciones anteriores, por el otro saben las dos o tres cosas que quieren y luchan por ellas. Tienen claro a lo que no están dispuestos. Siguen influencers y desconfían sistemáticamente de los contenidos de los medios de comunicación. El celular y las pantallas son una extensión de sus dedos. A veces parecen estar viviendo en un trance. Es frecuente verlos con la nuca encorvada. Pasan horas y horas ´escroleando´ la pantalla, consumiendo microvideos de pandas, surfistas corriendo olas, goles imposibles, bailes sincronizados, frases de filósofos y fragmentos de películas y series con diálogos ocurrentes, entre otras cosas tan inverosímiles como reales.

Es el mundo que les tocó vivir y su inmersión en el mismo se aceleró por la pandemia donde aislados se conectaron entre ellos digitalmente mientras aprendían a la fuerza a valorar a la familia como red de contención. Los que no nacimos en ese planeta nos aproximamos a él como observadores y a veces logramos entrar. A veces no.

Cuando lo logramos, nos desayunamos con fenómenos planetarios como Bad Bunny, Taylor Swift, Drake, Rosalía, María Becerra o Weekend. Artistas que dejan pequeños a nuestros propios fenómenos, aquellos que nos impactaron fuerte en otros tiempos y que nos parecían inmortales. En mi caso pudo ser en su momento descubrir una banda como Los Traidores o escuchar por primera vez un disco de pasta de Simple Minds o Under a Blood Red Sky de U2. Así como para la generación que ronda los 50 años la vieja X FM les puso música, a esta es Spotify la que les brinda la posibilidad de conectar con el mundo y sus tendencias musicales.

Representa una puerta de la percepción que al cruzarla te introduce en otra realidad. Similar a la que describió Aldous Huxley cuando narró sus experiencias con sustancias sicotrópicas desconocidas que lo colocaban en otro plano de la realidad. Spotify es una de esas tantas nuevas puertas de la percepción de los nuevos tiempos: grande, amplia y visible desde lejos para aquel que quiere ver.

En la mañana del viernes a las 7:55 decenas de miles de uruguayos que pagan el servicio premium de Spotify recibieron una carta donde les avisan que se van del Uruguay. Que cierran la puerta. Adiós Garibaldi, que les vaya bien, orientales, parecen decirnos.

La aplicación en pocos años se transformó en un jugador mundial en la industria del entretenimiento y de la música. Permitió que los artistas fuesen descubiertos por millones de personas desde Alaska a Karachi pasando por Ushuaia. Es uno de los signos de nuestro tiempo.

El viernes los uruguayos nos enteramos de que en febrero bajan cortina en Uruguay. Unos artículos añadidos a último minuto en la rendición de cuentas les habría cambiado las reglas de juego lo que los puso en alerta roja. Uruguay es un país respetado mundialmente pero insignificante en términos de mercado. En el juego de equilibrios que debe haber hecho la compañía habrían concluido que no están dispuestos a generar un antecedente aceptando sin más lo que determinan dos artículos de la última Ley de Rendición de Cuentas.

Palabras más palabras menos, algunos músicos contratados por los artistas y sus sellos para hacer los temas en los estudios quieren cobrar a partir de 2024 por las regalías que Spotify ya le paga a los artistas y a los sellos. O sea, cobrar dos veces: por las sesiones en el estudio y por lo que ya les paga Spotify a quienes los contrataron. Más allá de la razón o no, suena traído de los pelos. No es mi intención cuestionar la motivación de los músicos de estudio en su reclamo por otro ingreso más, pero sí considero que el precio a pagar es mucho más alto que el rédito que estarían obteniendo por estos artículos que pasaron bajo el radar.

El anuncio de que Spotify se va de Uruguay ya recorre los portales del mundo. Mala noticia para un país que viene haciendo las cosas bien, que abre sus puertas a la inversión y al que lo miran cada vez con más respeto. Todo indicaría que nos compramos un dolor de cabeza para satisfacer a unos pocos, pero que le pega muy mal a muchísimos más.

Un tema que a priori no parecía relevante, sí lo es. Spotify es parte de la vida diaria de muchísimos uruguayos insertos en la globalización y disfrutando de sus beneficios.

¿Es un tema de vida o muerte que se vaya Spotify? Probablemente no. Años de playlists guardadas con cariño se perderán, aprenderemos a usar otra aplicación similar —que pronto tendrá los mismos reclamos—, también tendremos que bajarnos de un tren de algo que nos conecta con el mundo y que desde hace años es parte agradable de la vida cotidiana. El malhumor que se generó entre los usuarios de Spotify no es de subestimar. La intuición me hace pensar que sería inteligente buscar un camino para evitar que se vayan.

PD: Por si acaso, aprovecho para recomendarles la 97.1, Babel FM.

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