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Sobre el fin del amor romántico, los límites de la monogamia y el deseo

La escritora Tamara Tenenbaum habló con El Observador sobre el amor, el deseo y las tensiones entre las nuevas formas de vincularse sexoafectivamente y los viejos prejuicios
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30 de julio de 2019 a las 05:01

El punto de partida: la perspectiva de una mujer argentina que se crió dentro de la ortodoxia moderna de la comunidad judía de Buenos Aires y hasta los 12 años no probó jamón. El punto de llegada: una construcción colectiva –que no pretende ser exhaustiva ni dar respuestas– sobre cómo el deseo, el placer y el fin del amor romántico atraviesan las nuevas formas de relacionarse sexoafectivamente y, a la vez, cómo se conectan con las estructuras económicas, políticas y materiales. Por ahí va El fin del amor. Querer y coger ($ 630 Paidós), el ensayo con el que Tamara Tenenbaum (30) –docente universitaria de filosofía, periodista cultural y escritora– incomoda e interpela, acompaña y pone en palabras temas que muchas veces permanecen relegados al secretismo, a la hipocresía o al mero desconocimiento. 

¿Qué pasa cuando la monogamia, el matrimonio y la maternidad no son objetivos de vida de muchos? ¿Qué pasa cuando el deseo choca con terrenos que no tienen explicaciones de manual? Tenenbaum expone –con la compañía de una potente bibliografía– y cuestiona. En 300 páginas pica con solidez por todos los temas: parejas abiertas, infidelidad, pareja entendida como trabajo, cultura del consentimiento, belleza, aplicaciones de citas y un extenso etcétera. 

El libro está disponible en Escaramuza y en Librería América Latina

Y es durante la cuarta ola de un feminismo masificado que voces frescas como las de Tenenbaum se entretejen con tanta profundidad entre mujeres que experimentan sensibilidades que no callan. Entre mujeres que intentan transitar a través de vínculos sinceros, libres y respetuosos.

En su paso por Uruguay –donde vino a participar del Club de Libros Couture en Escaramuza–, la escritora del libro que ya es un éxito en la vecina orilla habló con El Observador.

Elige partir desde un yo muy particular –una chica que creció dentro de un contexto judío ortodoxo– para desarmarse y llegar a articular nociones más colectivas. El texto nunca pretende ser testimonial. ¿Fue la idea?

En una ficción se puede ser un poco más caprichosa en las decisiones. Pero en un ensayo, si uno elige partir de su propia historia tiene que ir hacia algún lado. Me pareció que la mía servía para algo que yo quería decirle a mucha gente, no porque fuera importante que se contara. Usé ese punto de partida como vehículo para comparar y abordar la idea de que la vida que llevamos –que nos parece obvia– es una vida entre tantas. Una vez que entendemos eso, podemos pensar las cosas que nos gustan y las que no de esa vida entre tantas, las que queremos defender y cambiar. Y aparece la cuestión de lo colectivo. Cuando uno cuenta una historia propia, para que eso sea algo más que narcisismo, hay que hablar de algo más que de las obsesiones personales. La idea fue provocar que cada uno que la leyera se pusiera a pensar en su propia historia y, mirando hacia afuera, se preguntara ¿qué me construye de afuera? y ¿qué puedo hacer yo para cambiar ese afuera?

“El patriarcado siempre se recicla y todo el tiempo tenemos que pensar todo de nuevo”, El fin del amor, Tamara Tenenbaum.

¿Cuáles son las contradicciones sobre las que están paradas las mujeres en esta cuarta ola del feminismo?

Las mujeres siempre estuvieron paradas en contradicciones, pero creo que hoy hay varias que están a punto de explotar. Porque estamos llegando a ciertas tensiones en relación a  lo colectivo y lo individual. Por un lado, en relación a los límites de hacer feminismo sin cuestionar ciertas cosas. Cada vez más mujeres acceden a los directorios empresariales, a las universidades y a ciertos espacios. Pero, ¿qué mujeres? ¿Quiénes están quedando afuera de todo esto? Hay una tensión muy grande entre la igualdad de acceso a ciertas instituciones, sin tocar esas instituciones y sin pensar en las desigualdades que hacen posible que una mujer sea CEO. También las contradicciones entre lo que pensamos que deberíamos hacer y lo que hacemos, entre los modos en que vivimos nuestras vidas y cómo pensamos qué deberíamos vivirlas, la idea de que “yo no estoy determinada por el patriarcado –o lo que sea–, porque yo hago lo que quiero”. Y eso no es así. Sucede lo mismo en la sororidad mal entendida, cuando se dice “¿cómo estás cuestionando lo que hace otra mujer?”. Cuestiono lo que hace todo el mundo, todo el tiempo. Lo único que falta es que las mujeres sean incuestionables.

De hecho, la idea de hipocresía atraviesa varios puntos del libro: desde la que está presente en varios discursos sexoafectivos hasta la que afecta el modo en que las mujeres manejan su propia imagen.

Justamente creo que lo que está por estallar es el tema de la hipocresía. Estalló la hipocresía sobre las parejas, cuando pretendíamos que no existían las digresiones e infidelidades. Hoy sabemos que las hay. ¿Qué vamos a hacer con eso? Dejar de hacerlo, seguro, no es una opción, porque no está pasando.

Lo mismo con las hipocresías sobre las paternidades y maternidades. Decimos que todos ayudamos. Pero todavía las mujeres son las que toman trabajos más flexibles para poder organizarse, porque a los varones no se les acepta esa idea. Nosotras estamos más acostumbradas a relegar nuestro desarrollo profesional.

También aparece la idea de la belleza. Hablamos de hacer cosas para nosotras mismas y por autoamor, pero después pasamos cuatro horas encerradas en una estética. Y se nos va plata, tiempo y todo. Pero “lo hago para mí”. Dale. Esa hipocresía no se banca más.

“El discurso de la autoaceptación, el de la salud y el de la libertad individual tienen algo en común: clausuran la conversación y ponen un velo sobre nuestras ansiedades y dolores colectivos”, El fin del amor, Tamara Tenenbaum.

¿Busca aproximarse a un concepto de amor que se distancie del amor romántico?

No me interesa definir el amor. No sé qué es. Creo que es algo que vamos armando. Cada uno como puede y con quien quiere, en los términos que puede. Si le querés decir amor o no: da igual. Es obvio que necesitamos lazos afectivos y comunitarios, porque somos personas dependientes. Nos necesitamos para organizarnos productivamente. Lo que me interesa es que esos afectos sean cada vez más libres, elegidos, cuidadosos y respetuosos.

En el libro menciona que el deseo y el placer son aspiraciones cada vez más reconocidas. ¿De qué modo se contradice esto con la monogamia?

Cada uno tiene que decidir el lugar que el placer va a tener en su vida. Yo no creo solamente en las parejas abiertas, también creo en las infidelidades. Creo que está bien si sos cuidadoso y elegante, no me parece que sea un tema terrible. Me parece incorrecto pensar que viene funcionando la monogamia estricta, porque nadie hace eso. Lo que viene marchando es ser más o menos infiel con un poco de cuidado. Viene funcionando perfecto y sigamos haciéndolo porque a mí me encanta.

Si vos querés tener una pareja sexual por 20 años, hacelo. Pero por supuesto que eso va a tener consecuencias. No a todos les importa de igual manera tener una vida sexual intensa. Podés tener una pareja abierta y por afuera de eso construir tus cosas. Por supuesto que en las parejas abiertas, o en las que hay una infidelidad, también hay desafíos. Porque te enganchás con un amante o te copás con una situación afuera y, quizá, te cuesta sostener el interés en tu pareja. Problemas hay siempre entre los vínculos estables. A ciertas cosas tenés que renunciar, la pregunta es a qué.

¿La infidelidad está más desdramatizada? Porque el infiel siempre fue el malo de la película.

Quiero pensar que eso ya no corre más, al menos en los ambientes donde me muevo. Me parece una tontería. Mientras sea dentro de los límites de la elegancia. Si alguien hace algo como acostarse con tu hermana en un contexto perfecto para que te enteres, bueno, eso es un delirio y es obvio que es una acción hiriente. Creo que hoy ya no pensamos que la infidelidad haga la diferencia entre una buena o mala relación, o que te convierta en una mala persona o traidor. No lo veo.

Muchas personas defienden las relaciones libres como ideal, pero argumentan que no podrían llevar adelante una. ¿Por qué cree que pasa eso?

No me gusta la idea de yo no puedo. Creo que hay que ir pensando. Está bueno conocerse, pero todas las personas somos maleables hasta cierto punto. Si es cuestión de celos, se puede buscar la vuelta. Por ahí, si no te enterás, no te molesta tanto. O, al revés, si te lo cuentan, te quedás más tranquilo. Y los que tienen hijos y piensan que ya no pueden, se trata de una cuestión logística y eso se puede arreglar.  También hay muchas personas que no le cuentan a la gente que son abiertas por un estigma social que todavía existe. Pero vos no tenés por qué contarle a nadie. Lo que hacés con tu pareja es asunto tuyo. No podés cambiar todo sobre vos. Pero tampoco pensar que no podés cambiar, porque tu vida va  a ser un bajón. Siempre hay que pensar en deconstruirse.

“Cuando descubrí que me importaba más ser buena en lo que hacía que ser hermosa sentí un clic. (…) Hoy es un privilegio poder animarse a soñar con algo más que con ser flaca y deseada, un privilegio de quienes acceden a recursos políticos, económicos y sociales que les permiten pensar que otros sueños son realmente posibles para ellas y que no les están vedados. Es un privilegio también animarse a soñar con hacer política, pintar cuadros, construir edificios, escribir novelas, viajar por el mundo con una mochila y acumular aventuras sexuales o amores increíbles, construcciones comunitarias, felicidades que no pasen solo por vos misma. De esto hay que llenar el mundo: de historias de mujeres que no amen ni odien sus cuerpos, y que los acepten como son en cualquier formato; de mujeres que tengan la libertad, la libertad verdadera, de hablar de otra cosa”, El fin del amor, Tamara Tenenbaum.

Da la sensación de que en las conversaciones de mujeres se habla más de hombres que viceversa. ¿Es así esto o se está dando un cambio sobre esas cuestiones que tradicionalmente se etiquetaron como “temas de chicas”?

Primero, eso tiene mucho que ver con la edad. Pero después, tiene que ver con cultivar universos más ricos y no dejar que el mundo te convierta en una hueca. Porque gran parte de la educación y de los medios femeninos están dedicados a convertirte en una mina que solo habla de dietas y tipos. ¡Hay grupos de mujeres que solo hablan de dietas y tratamientos! Y esas mujeres existen, son reales. Hay que resistir a eso. Para tener otras cosas de las que hablar, hay que hacer otras cosas. Hay que militar, tener un trabajo, leer libros, escuchar música, mirar las noticias. Son cosas como simbióticas, si ocupás todo tu tiempo en tipos y en boludeces, seguramente sea de lo único que vas a hablar. Es importante que criemos a las nuevas mujeres habilitándoles universos más ricos, educarlas para que les interese la política, la literatura, el deporte, y todas esas cosas que son suyas. 

“Lo que más me preocupa del feminismo son las mujeres que no pueden ser independientes”, afirmó en el club de lectura. ¿Qué se puede hacer desde la militancia feminista para abordar eso?

Tenemos que estar construyendo política, estar en lugares incómodos, apoyar a las que se animan o quieren ocupar cargos. No hay otra. Tenemos que estar del lado de los oprimidos, de los pobres. No hay un feminismo posible e interesante que no esté de ese lado. Las mujeres como vos y como yo tenemos muchas chances, pero ¿y las demás? No somos tantas. Entonces no hay otra que militar y meterse en el barro de la política, incluso cuando eso te implique contradicciones y tengas que meterte en lugares difíciles.

En el imaginario colectivo resuena la idea de que los vínculos de antes eran más fuertes y los de ahora, más precarios. ¿De dónde sale eso?

Esas cosas las dicen los jóvenes. Las señoras grandes nunca me dicen eso, porque es una ficción. Ellas, que tuvieron esos vínculos, lo saben. El pasado ese por el que la gente se muestra nostálgica es completamente inventado. Los vínculos de antes podían ser más largos, porque la gente no se divorciaba. No es que no fueran reales, pero no tenían las mismas opciones de salida que tenemos nosotros. Se quedaban juntos y veían cómo seguir conviviendo. Nosotros nos aburrimos más rápido de las cosas, pero porque le ponemos otro peso al placer.

¿Qué piensa de las aplicaciones de citas?

Me parece que están bien. Pero me resulta preocupante la cuestión hiperinflada de la imagen. No tengo problemas con Tinder en términos morales, pero se me hace contraproducente en términos del deseo. No me calienta. Cuando veo fotos de chabones, me parece uno más pelotudo que el otro. Pero no porque sean pelotudos, yo también lo parezco. Hay algo ahí que está demasiado a la vista –y no está mal para el que le gusta–. Pero yo prefiero estar mirándome con una persona y decidir personalmente si me gusta o no, que va más allá de la foto.

"Antes, cuando ni separarse ni ser soltera eran opciones socioeconómicamente válidas, a nadie se le ocurría hablar de los problemas de la monogamia, cómo sobrellevar el peso de la rutina o transitar una infidelidad ajena o propia: eran temas vergonzosos e inmorales que, además, no tenían solución", El fin del amor, Tamara Tenenbaum.

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