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Tête à tête: los dos hombres que ocupan el trono más codiciado

Michel Houellebecq y Emmanuel Carrère representan hoy las dos voces más influyentes de la literatura francesa
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10 de febrero de 2019 a las 05:00

El trono estaba vacío en la particular corte de la literatura francesa. La década de 1980 había dejado el poder vacante luego de la desaparición de la pareja real De Beauvoir/Sartre. El filósofo-escritor de mirada tuerta y su bella compañera, el castor irreverente, se fueron en poco más de un lustro y el timón de la intelectualité daba vueltas en medio de la tormenta invisible de la caída del Muro de Berlín, de la pulverización de las utopías que habían soplado los vientos del siglo XX. Georges Simenon estaba todavía vivo, pero ya inactivo y también moriría.  

Una crisis, dicen, siempre, es una oportunidad. Los libros tersos de Patrick Modiano intentaron llenar el hueco pero, si bien luego se tradujeron en un sorpresivo Premio Nobel, no poseían la dinamita necesaria que exige la Rive Gauche, la Sorbonne o los cafés del Barrio Latino, ni la ciudad que decapitó reyes, que marcó los senderos del arte y la estética por más de un siglo, que enarboló a Balzac, a Flaubert, a Colette, Proust, Gide y Camus, entre tantos, y apedreó policías al son de cánticos cargados de creatividad y uñas con migas de baguette. Jean-Marie Le Clézio, el otro Nobel francés reciente, poseía el suficiente interés mundano, lontano de Champs Elysées, como para no tallar a nivel interno.  

La década de 1990 inauguró un tiempo de convulsión silente y de amargo reconocimiento de ideales idos. Desde las márgenes de la literatura francesa, se publicaron entre 1991 y 1993 dos ensayos biográficos raros, referidos a personajes de la cultura yanqui alternativa. El primero, sobre H.P. Lovecraft, firmado por un tal Michel Houellebecq. El segundo, sobre Philip K. Dick, cuyo autor era Emmanuel Carrère.  Esa visión “atlantista” de acercar las dos orillas del océano a través de la recuperación de valores a descubrir del vasto imperio americano, en general desdeñado por el ambiente culto europeo, reunió a los autores en un original grupo. Las coordenadas de tiempo y espacio los alejaban y los atraían: habían nacido con diferencia de menos de un año, en 1956 y 1957, uno en el centro de París y otro en la periférica isla de la Reunión, en mitad del Índico.     

Houellebecq y Carrère se adueñaron del lugar mítico del enfant terrible –aunque  ya hayan sobrepasado los sesenta años– y desde hace un par de años monopolizan cabeza a cabeza los mercados internacionales. La literatura francesa volvió a la carga, como alguna vez la caballería de Napoleón (otro nacido en una isla olvidada) se apoderó del mundo moderno.   

Por supuesto que el cara a cara no está exento de visiones divergentes sobre la escritura y los temas que ambos abordan. Houellebecq: novelista y poeta, amante de Schopenhauer y Nietzsche; Carrère: periodista, guionista y cineasta, admirador de Montaigne y ávido lector de la Biblia. Si Houellebecq, nuevo rey del nihilismo pos-posmoderno, descreído de lo políticamente correcto y de los nuevos derechos del mundo capitalista decadente, ha desarrollado una obra marcada por novelas amargas (Ampliación del campo de batalla, Las partículas elementales) o proféticas (Sumisión) y ensayos críticos (El mundo como supermercado), Carrère ha mostrado una cierta veta humanista y un acercamiento a algunos problemas sociales, desde los refugiados (Calais) a los asesinos (El adversario), los estrafalarios (Limonov) y el mundo de la fe (El reino).  

Pero en vez de las escabrosas polémicas de antaño, los dos hombres se aprecian. “Si hay alguien hoy, en la literatura mundial, –aseveró Carrère– que reflexiona sobre la enorme mutación que todos sentimos que se halla en curso sin que tengamos los medios para analizarla es Houellebecq”. Este, más frío, a pesar de las distancias ha confesado incluso que ha llorado con páginas de Carrère. Los dos tienen libros nuevos en Uruguay, a cuál de los dos más recomendable: Serotonina, de Houellebecq, y Yo estoy vivo y ustedes estáis muertos, de Carrère. 

En el medio de la conversación cara a cara y para completar el podio, entre los dos hombres ha surgido con fuerza la figura revolucionaria de Virginie Despentes y su trilogía Vernon Subutex, pero esa historia, ça, alors!, bien merece otra columna y por ende otras reflexiones. 

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