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Tormenta imperfecta

A seis años de la primavera árabe, naciones descompuestas, líderes que vuelven y alguna democracia floreciente en una región turbulenta
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01 de abril de 2017 a las 05:00
En un momento, el clamor popular ganó como nunca las calles en Egipto: nada había de indiscutido en el poder del "rais" si el pueblo decía "basta". Desde afuera, era difícil imaginar tal cosa: en 2011, y en los 30 años anteriores de la dominación de Hosni Mubarak, algunas de las pocas certezas que había en el país eran que el Nilo seguiría en su lugar, que las pirámides también y que con Mubarak sucedería lo propio.

Fue el 25 de enero, día en que Egipto conmemora el trabajo policial. Allí, apostados a los costados de la plaza Tahrir, los oficiales de policía –y la peligrosa fuerza de Seguridad Estatal– esperaban una jornada de rutina, con manifestaciones escasas, débiles, fácilmente reprimibles. No vieron lo que se les venía encima.

Espoleados por el levantamiento tunecino que días antes había derrocado a Zine el Abdine Ben Alí (en el poder desde 1987), los egipcios arrasaron las líneas policiales de defensa y tomaron la plaza. Para cuando las cadenas internacionales hablaban del levantamiento egipcio, la policía ya respondía con palos y gases lacrimógenos. A las pocas horas, cuando la ciudad de Suez estalló contra las fuerzas gubernamentales, ya se sabía: una batalla civil impensada tiempo atrás amenazaba con remover y ajusticiar a quien históricamente había sido denominado como el "faraón moderno".

No tardarían los reportes de informativos que se adelantaran a lo que pasaría en los próximos países de la región, en los siguientes días. Incluso, los presentadores hacían previsiones sobre la posibilidad de suceso de cada levantamiento. En medio de eso, reportes de encarcelamientos y muertes cada vez más brutales se iban colando entre la información. La gente no se iba de Tahrir. Tras la primera respuesta violenta de Mubarak, hubo silencio y Omar Suleiman quedó en el poder. Mubarak anunció que no se presentaría a ser reelecto, pero el pueblo estaba harto. El jefe de gobierno huyó a su casa de Sharm el Sheikh, para luego ser arrestado y enjuiciado. La gente en Tahrir festejó, pero tiempo después, el primer presidente electo fue derrocado en un golpe de Estado militar. El turismo se redujo y el país ingresó en un terremoto económico.

A siete años de lo que se conoce como la primavera árabe, es complejo recordarla como un levantamiento exitoso, en parte porque la semana pasada Mubarak fue liberado de todos sus cargos tras una decisión judicial en Egipto, un país que terminó dominado por los militares y una conducción de tono similar a la del exrais. Pese a la salida de una buena cantidad de gobernantes que sometieron a sus pueblos durante años con mano de hierro y abusos, la inestabilidad continúa en la región. En el mejor de los casos, lo que hay ahora son democracias que pelean por florecer en un entorno en el que no suelen hacerlo; en los peores casos, los vacíos de gobierno y el afloramiento de movimientos radicales y extremistas de propagación mundial son la consecuencia más visible de una revolución trunca.

Por visibilidad en los medios y por tradición, Egipto fue uno de los símbolos de ese levantamiento que tocó la fibra popular como ningún otro y cuyo mensaje se propagó, país a país, a través de las redes sociales. Y sus consecuencias han sido complejas y diferentes, territorio a territorio.

El desastre de Siria

El caso más evidente hoy es el de Siria. Es difícil quitar la atención de lo que allí sucede día a día, conforme el mapa que alguna vez definió a la región se fragmenta cada vez más (incluso entre las grandes ciudades) entre territorio manejado por el Estado Islámico, la facción de Al-Qaeda llamada Al-Nusra, los rebeldes y el gobierno de Bachar Al Asad, alguna vez consolidado y omnipotente en el territorio y parte de una dinastía familiar que gobernó el país desde 1971.

Libia, sin rumbo

En Libia, las cosas no han ido del todo mejor. A seis años de la liberación del régimen de Muamar Gadafi, el país ya no está en dictadura. Pero el camino a la democracia está marcado por un gran vaciamiento económico y la pelea entre grupos que intentan gobernar el territorio, todo en el marco de acuerdos como el Shikrat, firmado en 2015 con el apoyo de Naciones Unidas y cuya estabilidad no se ha respetado. El conflicto y la huida de ciudadanos hacia otros países definen a otro de los países más dañados tras el levantamiento. Según varios expertos, la situación en Libia no parece apuntar a mejoras. El mejor resumen es la imagen de los cientos de miles de libios o de otras nacionalidades africanas que se suben a precarias balsas para escapar a Italia y otros países europeos; uno de los principales capítulos, junto a Siria, de la grave crisis migratoria europea. Entre 2016 y el inicio de este año ya murieron 5.200 tratando de hacer el cruce.

Yemen: guerra y hambre

En Yemen, las manifestaciones pacíficas de 2011 quitaron del poder al dictador Ali Abdullah Saleh y dieron paso a un proceso democrático en el que nunca se llegó a demasiado, bajo la pata del vecino Arabia Saudita. Las milicias hutíes –en gran medida aliadas a grupos militares aún leales a Saleh– tomaron la capital Sanaa y definieron un gobierno de facto, lo que, a su vez, dio lugar a enfrentamientos y a una dramática hambruna.

Túnez, la esperanza

La imagen de Libia y Yemen, de algún modo, se contrapone con la de Túnez. Allí, donde está la chispa que disparó el estallido de la primavera árabe luego de que un universitario que vendía frutas y legumbres en la plaza se incendiara a sí mismo para protestar porque le requisaron su mercancía. La pérdida de gobierno estable generó daños económicos, sobre todo a nivel turístico, debido a los atentados, pero, con todo, los reportes aseguran que el proceso democrático es joven pero avanza. Aun así, hay un problema latente en Túnez: existió allí una enorme migración de jóvenes que fueron a pelear con el Estado Islámico (5.000) en Siria, y que ahora regresan (alrededor de 800, según Naciones Unidas).

Baréin, aplastados

Las cosas tampoco terminan de funcionar en Baréin. Hace semanas, durante la conmemoración del sexto aniversario de los levantamientos por la primavera árabe en este país, hubo una dura represión a ciudadanos que salieron a las calles a reclamar la abdicación del rey Hamad bin Isa al Halifa. El ayatolá Isa Qasim, líder espiritual, se encuentra en juicio por instigar protestas, lo que no favoreció la convivencia en este país.

Marruecos, a media agua

Marruecos es otro ejemplo de países en los cuales la institucionalidad se mantiene, más allá de los sacudones. Un desencuentro entre el líder Abdelilá Benkirán y los líderes opositores provocó que el rey Mohamed VI definiera elegir a otro candidato político para generar una coalición de gobierno en ese país.

Esto marca la primera oportunidad en la que el país ve sacudidos sus cimientos políticos desde 2011, y no es un dato menor que Benkirán haya sido el ganador indiscutido de unas elecciones que no han valido para mucho. Durante 2011, las protestas de la primavera árabe dieron paso a una nueva constitución y a un proceso electoral que se saldó con el primer mandato de Benkirán en ese país.
Es difícil trazar paralelismos por lo diverso de cada movimiento.

Pero en mayor o menor medida, todos los procesos han quedado lejos de terminar en lo que imaginaban, y ahora enfrentan varios desafíos: uno de los principales es el resurgimiento de movimientos islamistas radicales, que a su vez empujan la dramática crisis migratoria, que utilizan los movimientos populistas de EEUU y Europa para limitar la llegada de refugiados, lo que genera aun más presión en la región. A siete años de la primavera árabe, la lucha por la libertad está envuelta por un enorme signo de interrogación.

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