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Trump arrancó la campaña para la reelección con nubarrones en el horizonte

Si las elecciones fueran hoy, el ganador sería un candidato demócrata, según las encuestas; pero el presidente tiene toda la economía a su favor
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07 de julio de 2019 a las 05:00

El hecho de que Donald Trump figure hoy en las encuestas por debajo de los dos principales aspirantes demócratas a las elecciones de 2020 no dice mucho sobre las verdaderas chances de reelegirse que el presidente pueda tener.

Según la mayoría de los sondeos, si los comicios fueran hoy, Trump perdería tanto con el exvicepresidente Joe Biden como con el senador Bernie Sanders, primero y segundo respectivamente en las encuestas para las internas demócratas. Pero esto recién empieza, todavía queda mucha tela por cortar; y desbancar a un presidente de Estados Unidos al que le ha ido bien en la economía ha demostrado históricamente ser tarea imposible.

Trump es un presidente atípico, que no se parece en nada a ninguno de sus antecesores y que está todo el tiempo en medio de algún escándalo, o revolviendo la olla de las divisiones y peleándose con alguno para hacerse odiar por varios. El otro día, sin ir más lejos, durante el lanzamiento de su candidatura en Orlando, Florida, pareció insinuar que su campaña se centrará otra vez en los dos pilares que le dieron la victoria en 2016: migración y comercio exterior. Como si no hubiera pasado nada en el medio, como si estuviera de nuevo en 2016 y su rival fuera otra vez Hillary Clinton.

Si bien es cierto que sus políticas de mano dura con la migración y la guerra comercial con China le garantizan entusiasmo y movilización en la base, también le generan anticuerpos en el resto de la sociedad –sobre todo, el tema migratorio– y aviva peligrosamente las tensiones sociales. Por eso a la hora de hacer un análisis sobre Trump y sus chances, sobrevuela siempre la misma palabra: impredecible. Cualquier cosa puede pasar. Es como un jugador insaciable que vive todo el tiempo al límite, tentando a su suerte.

Sin embargo, puede decirse que al menos casi todo lo medible le da a favor. La economía sigue creciendo a un ritmo que supera con largueza las expectativas más halagüeñas. Y con el desempleo y la inflación en mínimos récords, y el consumo en máximos históricos, todo indica que la llamada variable de bolsillo, el principal termómetro para medir el humor social y las posibilidades de reelección de un presidente, la tendría abrumadoramente de su lado.

En el plano internacional, si bien Trump ha incordiado, y hasta irritado, a aliados históricos, y se ha retirado de algunos acuerdos clave para la alianza transatlántica, es un hecho que ha desescalado todas las guerras, y que ha presidido sobre un mundo considerablemente más pacífico que el que encontró hace casi tres años cuando llegó a la Casa Blanca.

En las páginas de opinión de los grandes diarios y en los cafés de Georgetown y del Bajo Manhattan, podrá reprochársele amargamente que se haya salido del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, o de la Alianza del Pacífico; incluso, del pacto nuclear con Irán. Sin embargo, para el votante estadounidense medio, lo que cuenta a la hora de pasar raya sobre un gobierno son los resultados. Trump prometió que Estados Unidos colgaría la placa de “sheriff del mundo”, y hasta ahora lo ha venido haciendo, muy a pesar de la resistencia de una maquinaria de Washington muy bien engrasada para la guerra desde principios de siglo. Dijo que no agravaría, y que iniciaría un retiro gradual, de los conflictos de Siria, Irak y Afganistán (estas dos últimas, guerras carísimas, que costaron billones de dólares al erario público estadounidense para nada), y hasta ahora ha venido cumpliendo.

Incluso en Irán, país con el que Trump ha sido inmensamente más hostil que con todos los demás de Medio Oriente juntos, hace poco mandó parar un bombardeo. Lo que parece dejar bastante claro que, a diferencia de George W. Bush y de Barack Obama, no es tan fácil para los halcones convencerlo de una intervención militar.

Hasta su cuestionada guerra comercial con China empieza a recibir algunas adhesiones antes impensadas dentro del establishment de Washington. Y de los más de 20 precandidatos demócratas hoy en campaña, ninguno ha hecho especial hincapié en criticar la guerra comercial de Trump. Tal vez porque hasta ahora el único sector visiblemente golpeado por el enfrentamiento son los agricultores del Medio Oeste, que en su gran mayoría votan a los republicanos; pero también se comenta en círculos políticos y se puede leer en algunas columnas de opinión que, en las encuestas propias de los candidatos por temas, la postura de Trump frente a China tiene buena acogida entre los electores.

Con esos indicadores y en esas circunstancias, si a Trump le diera por correr como un presidente normal, lo más seguro es que tuviera su reelección asegurada. También es de esperar que sus asesores traten de convencerlo de hacer campaña sobre lo hecho en su gobierno, en vez de insistir sobre los asuntos más ríspidos que dividen a la sociedad, y de que adopte un tono más moderado.

Sin embargo, quedó claro el otro día en Orlando que va a ser muy difícil meter en cintura a Trump. Su discurso nacionalista y antiinmigrante, su estilo petulante y soberbio, y hasta sus tuits tocan todos los botones de la división social y lanzan a los ejércitos de seguidores y odiadores del presidente a la guerra en las redes sociales. Amén de la guerra personal que el propio presidente ya sostiene cada día con los principales medios de comunicación.

Así, todo parece indicar que, sea quien sea el candidato demócrata, presenciaremos otra vez una campaña tóxica, como la de 2016, donde lo emocional –más aun, lo visceral– prevalecerá sobre lo racional, donde los temas de debate serán relegados a asuntos básicos, que ya no deberían estar en discusión, como la aceptación de las diferencias y la diversidad social en un país de inmigrantes.

Si se mira por el lado positivo, el discurso xenófobo con que Trump llegó a la Presidencia, unido a las condiciones deplorables que hoy padecen los migrantes detenidos en la frontera, ha contribuido a sensibilizar a la opinión pública sobre el tema migratorio. Los medios ya no tratan de ocultarlo, como ocurrió durante tantos años, sino que, por el contrario, lo mantienen en el candelero como nunca antes; y los demócratas, aunque simplemente utilizan el tema migratorio como un arma política contra Trump, el hecho de que uno de los dos grandes partidos abrace, al menos de palabra, la causa migratoria le da una amplificación y un impulso que en Estados Unidos no tiene precedentes.

El problema es que quienes están en contra también votan, y en la última elección probaron ser suficientes como para darle el triunfo a Trump. Y muchos de ellos no son xenófobos ni antiinmigrantes; simplemente entienden que el país tiene un problema con la migración irregular. En ese sentido, tampoco son de gran ayuda quienes lo niegan. Pretender que Estados Unidos no tiene un problema migratorio, con casi 11 millones de indocumentados viviendo a la sombra del sistema, números récords de gente tratando de cruzar la frontera y con las caravanas multitudinarias que todos hemos visto recientemente es negar la realidad. Y muchos votantes lo toman como un insulto a la inteligencia. Lo es. Para oponerse a lo que dice y hace Trump no es necesario tergiversar los hechos ni politizar lo que no es posible. 

Los candidatos demócratas que traten de hacerlo le estarán haciendo un favor a Trump en esta campaña, que se ha preparado para enfrentarlos como unos open borders (‘fronteras abiertas’), epíteto que en el álgido debate migratorio de Estados Unidos, para aquellos preocupados con la inmigración ilegal, descalifica automáticamente a cualquier interlocutor sobre el tema.

El otro problema que parece aquejar a los demócratas es tener el péndulo demasiado corrido a la izquierda, en un electorado tradicionalmente de centro-derecha. Los primeros debates en Miami mostraron a todos compitiendo por quién tiene la agenda más socializante. Y aunque Biden, el candidato más moderado y con mayor proyección hacia los votantes de centro, sigue encabezando las encuestas, y casi doblando a Bernie Sanders, sufrió un duro revés al ser cuestionado sobre temas raciales y migratorios por la senadora Kamala Harris, quien ha recibido un gran impulso en los sondeos, y ahora se ubica cabeza a cabeza con Sanders por el segundo lugar.

La ola progresista en este Partido Demócrata pos Obama podría cobrarse la candidatura del exvicepresidente y terminar imponiendo a un candidato, o candidata de izquierda, como Harris o Sanders. Sin embargo, la historia ha demostrado que, cuando eso sucede, gana el candidato republicano.

De modo que a menos que el electorado estadouni>dense haya cambiado mucho en tan poco tiempo, si ese es el resultado de las primarias demócratas, es posible que el brutal shock psicológico que el triunfo de Trump causó en 2016 en las clases medias urbanas, educadas y biempensantes, se vuelva a repetir en el 2020. Un doblete de Trump (Trump x 2) sería devastador para la psiquis de millones de estadounidenses. 

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