Opinión > Opinión / A. Diez de Medina

Un momento nixoniano

El presidente Vázquez respondió a los productores en tono ramplón y hostil
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25 de febrero de 2018 a las 05:00
Casi sobre el final de una conferencia brindada el 17 de noviembre de 1973, el asediado presidente de EEUU, Richard Nixon, pronunció estas inolvidables palabras: "La gente tiene que saber si su presidente es o no un bandido: bueno, yo no soy un bandido".

El 9 de agosto del año siguiente, Nixon renunciaba a la presidencia, entre otros motivos porque sus conciudadanos percibieron aquel día que, como el personaje de Hamlet, su presidente "protestaba demasiado" al exaltar en público su honradez.

Lo mismo viene de ocurrir en menor escala el lunes pasado y a las puertas del Ministerio de Ganadería, donde un teatralmente desencajado presidente de la República protestó ante un grupo de personas allí agolpadas sobre el hecho de que no es "un mentiroso", según le gritara quien resultara luego ser un supuesto colono.

Lo vimos todos. El presidente que normalmente salmodia plácidas naderías se sintió allí en la necesidad de interpelar a los gritos a las personas que aguardaban por las resultancias de sus conversaciones con productores autoconvocados. Y a hacerlo en un tono ramplón: acercando con hostilidad su rostro a los de algunos de ellos, palmeándose provocativamente la mejilla ("porque doy la cara"), impropiamente manoteando a quienes se ocupaban en matear, sin que sus guardaespaldas hicieran lo más mínimo por impedirlo.


Buscando, manifiestamente, que alguien cruzara el Rubicón del decoro y lo agraviara, de palabra o de hecho.

Por fortuna, no ocurrió.

Apenas uno de los presentes, y a la postre un personaje más representativo del mundo al que el presidente pertenece que al de los auto-convocados, le gritó "mentiroso": algo que, para el caso, equivale a acusarlo de tener mal aliento o de perder cabello. (Al fin y al cabo, ya Quevedo lo hubiera aleccionado, con solo revisar sus archivos, que "Mal oficio es mentir, pero abrigado: / eso tiene de sastre la mentira / que viste al que la dice; y aún si aspira a puesto el mentiroso, es bien premiado".)
Ojalá eso hubiera sido todo... Ojalá no hubiera el episodio desplegado horrores más profundos que los de un presidente degradándose, como Nixon, en bravuconadas...

El primero es el del premeditado intento de Vázquez por presentar en público a los productores con los que afirma querer dialogar como hechos de la misma madera que la del ocupante que le gritara, o la de la "manga de delincuentes" que, él afirma, ingresa al país combustible de contrabando. Claro aviso a los navegantes: esta mesa de diálogo no tiene patas.


El segundo ha sido bien analizado por Gerardo Sotelo en su columna del diario El País: el ilegítimo empleo que la administración Vázquez hiciera de información en poder de órganos del Estado a fin de someter al díscolo ocupante al escarnio público.

Se trata de una conducta repugnante, si no ilegal, que ha puesto en pie de igualdad al ocupante de un campo que habita un ómnibus con la cabeza de la administración que tolera este estado de cosas. Bajeza ejecutada, paradojalmente, desde la página web presidencial bajo la batuta del mismo funcionario que, en estos momentos, es objeto de denuncias en las redes sociales que, uno pensaría, lo harían más sensibles a entender los alcances de su triste faena.

El tercero hace relación a la sensibilidad venezolana con la que el régimen frenteamplista avanza en este rumbo: la desproporcionada reacción oficial contra el ocupante rural se acompaña con la difusión de los términos de referencia que regirán la acción del llamado Servicio de Monitoreo de Medios de esa presidencia: otra oficina de militantes, ocupados en medir y pesar la disidencia, financiados por los mismos medidos y pesados.


No en vano todos estos ruidos han sido interpretados como presagios de tormenta por parte de los productores autoconvocados.

Sin antecedentes de acción política, han leído empero la borra del café servido en el MGAP y allí han descubierto que el régimen no tiene respuesta alguna para ellos, como no sea la de enredarles la trenza en grupos de trabajos hasta los próximos comicios, y hacerlo con filigranas regulatorias que procuran endulzar a algún sector, o cargar las tintas de los desafueros fiscales sobre las igualmente desaforadas administraciones municipales que controla la oposición, a las que luego procurará uncir al carro de la mendicidad presupuestal.

Los productores están, por tanto, frente a una cruz de los caminos, y desde aquí les reitero consejos ya impartidos.

Su protesta, lo quieran o no, es de naturaleza política: el país productivo está, por definición, en las antípodas del país que está mortificando el Frente Amplio, y no hay nada que pueda ya disfrazarlo.
Su protesta no es, ni debería ser, partidaria: entre otras razones, porque no hay hoy indicios claros en el campo opositor respecto a un sincero, detallado y fundado compromiso con ese país productivo. Muy por el contrario, son innúmeras las señales que de allí vienen en cuanto a preservar las sombras estatistas de esta larga década perdida... y que tanto deben a décadas anteriores.

La responsabilidad de los productores autoconvocados es, por tanto, inmensa: la de erigirse en una fuerza integrada y permanente, empeñada en fortalecer sus alianzas con las otras víctimas sociales de este callejón sin salida, en torno a ese imprescindible programa de desarrollo del que el país nada oye, ni en los pabellones del gobierno, ni en los de la oposición.

Sin radicalismos. Sin caer en torpes celadas como la tendida por fortuna sin resultados por parte de Tabaré Vázquez el 19 de febrero. Sin temor ante las crecientes pulsiones autoritarias de este régimen sin norte. Apostando por las ideas y las propuestas. Interpelando a quienes debe interpelar, se encuentren donde se encuentren.

Tal debería ser el camino de los productores movilizados, si es que quieren ser esa fuerza de transformación que Uruguay echa en falta, y no una golondrina de un árido verano.

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