Mundo > Biden en Medio Oriente

Una gira en rojo y negro

La cooperación árabe-israelí para aislar a Irán, la negociación con Arabia Saudita para que eleve su producción de petróleo y un fugaz paso con promesas por los territorios palestinos ocupados son las notas destacadas de una gira marcada también por los asesinatos de los periodistas Shireen Abu Akleh y Jamal Khashoggi
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16 de julio de 2022 a las 05:02

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, inició el último tramo de su gira a Medio Oriente. Tras entrevistarse con las autoridades de Israel y Palestina en busca de un acercamiento entre Tel Aviv y Riad para contrarrestar la influencia de Irán, finalmente se reunió con el príncipe heredero y virtual gobernante de facto de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, para garantizarse el suministro del petróleo ante la escasez de crudo como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Biden llegó procedente del aeropuerto internacional Ben Gurión a la ciudad costera de Yedá,  en las orillas del Mar Rojo, y se convirtió así en el primer líder estadounidense en viajar directamente desde Israel a un país árabe que no reconoce oficialmente a este último.

Lo hizo en un clima de distención entre Riad y Tel Aviv. Justo antes de su desplazamiento a Yedá, el gobierno israelí anunció que no tiene "ninguna objeción" a la transferencia de dos islotes estratégicos reclamados por Arabia Saudita; al tiempo el gobierno saudí anunciaba la apertura de su espacio aéreo a "todas las aerolíneas", incluyendo las israelíes.

Biden calificó la decisión de Riad como "histórica" y un "paso importante" en la relación entre ambos países. Por su parte, el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, expresó que la apertura “es el resultado de la diplomacia persistente”.

Según los analistas, ambas iniciativas deben interpretarse a la luz de las gestiones que viene desplegando Washington para abrir una vía a un posible acercamiento de Arabia Saudita e Israel, país que en 2020 regularizó sus vínculos con dos aliados del reino saudita: los Emiratos Árabes Unidos y Baréin. Sin embargo, las mismas fuentes subrayan que cualquier avance para establecer vínculos formales no será inmediato.

Un encuentro incómodo

Tras dos días de intercambios abiertamente cálidos con el primer ministro israelí, Yair Lapid, y de una reunión más austera con el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, Biden inició el tramo más estratégico y complejo de su periplo: su visita al reino de Arabia Saudita, una potencia petrolera acusada de graves violaciones a los derechos humanos.

Cuando era candidato, Biden prometió mantener en un estatuto de "paria" al reino debido al asesinato en 2018 del periodista Jamal Khashoggi. Incluso, luego de llegar a la Casa Blanca, desclasificó un informe de inteligencia que señala al príncipe heredero en la trama para terminar con la vida del reportero, algo que Riad siempre ha negado.

La situación, no obstante, no le impidió a Biden mantener “una sesión de trabajo” -según la definió la delegación estadounidense- con el príncipe bin Salmán, luego de haberse reunido con el rey de Arabia Saudita, Salmán bin Abdulaziz. Todo en el marco de una agenda que hace equilibrio entre la defensa de los derechos humanos y la necesidad de convencer a la monarquía saudí para que abra el grifo de la producción de crudo para bajar el precio de los combustibles y anclar la inflación.

Casi inmediatamente después del encuentro de Biden con bin Salmán, Hatice Cengiz, la mujer con la que Khashoggi se estaba por contraer matrimonio, imaginándose lo que el periodista habría dicho lanzó por Twitter: "¿Es esta la forma de hacer rendir cuentas que prometiste por mi asesinato? Llevas en las manos la sangre de la próxima víctima de MBS", apodo con el que se conoce al príncipe bin Salmán. Biden, por respuesta, advirtió que el príncipe heredero “deberá responder en caso de nuevos ataques contra disidentes”.

Ayudas para los palestinos

Antes de viajar hacia Arabia Saudita, Biden visitó el hospital Augusta Victoria en Jerusalén Este, un lugar de la Ciudad Santa ocupado por Israel, donde anunció una ayuda de US$ 100 millones a la red hospitalaria local. Allí lo esperaban manifestantes para pedir "justicia" por la muerte de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh ocurrida en mayo pasado cuando cubría una operación militar israelí en la Cisjordania ocupada.

Fue antes de la reunión que mantuvo en Belén con el líder de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abas. Durante la rueda de prensa conjunta, Biden afirmó que "Estados Unidos seguirá insistiendo en una completa y transparente rendición de cuentas de su muerte", al tiempo que elogió el trabajo de la periodista de la cadena catarí de televisión Al Jazeera.

Biden, además, anunció un proyecto de internet 4G en la Franja de Gaza y Cisjordania que debería estar operativo a finales de 2023, una aspiración de muchos palestinos. Por su parte, Abas insistió en la necesidad que Washington tome medidas políticas más que económicas para poner fin a lo que el líder de la ANP definió como el "apartheid" israelí en los territorios palestinos ocupados.

Con relación a este punto, el presidente estadounidense reafirmó el apoyo de Washington a "una solución de dos Estados para dos pueblos", aunque dejó en claro que su gobierno no revertirá el polémico reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Una medida adoptada por Donald Trump que disparó la indignación y la protesta de los palestinos, los cuales ven a Jerusalén Este como sede de su futuro Estado.

La reunión con Abas sucedió a la que Biden mantuvo con el primer ministro israelí, Yair Lapid, dominada en este caso por el programa nuclear iraní y el apoyo de Teherán a los grupos islamistas, como Hamás y Hezbolá, que operan desde Cisjordania, la Franja de Gaza y el sur del Líbano. Sobre la cuestión, Biden y Lapid firmaron un nuevo pacto de seguridad, en el cual Washington se comprometió a utilizar todo su "poderío nacional" para asegurar que Irán no llegue a hacerse con un arma nuclear.

Una relación compleja

La asociación entre Washington y Riad comenzó el 14 de febrero de 1945, cuando en un encuentro histórico entre el rey Abdel Aziz Bin Saud y el presidente Franklin Roosevelt, Estados Unidos se comprometió a brindar protección militar a la monarquía saudí a cambio de un acceso privilegiado al petróleo del país. Fue luego que a fines de la década de 1930 se descubrieran las vastas reservas de crudo bajo las arenas del desierto saudita.

El vínculo, sin embargo, no estuvo exento de problemas a lo largo de su historia. El 16 de octubre de 1973, diez días después del comienzo de la guerra árabe-israelí, los países árabes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo -liderados por Riad- hicieron del petróleo un arma. Aumentaron su precio un 70 % e impusieron un embargo petrolero -entre octubre de 1973 y marzo de 1974- a los estados que apoyaban a Israel, en particular a Estados Unidos.

Otro hito importante entre los dos países lo constituyó la invasión de Irak a Kuwait, ordenada por Saddam Hussein en agosto de 1990. En esas circunstancias, Arabia Saudita dio un paso histórico al autorizar el despliegue en su territorio de militares estadounidenses y sus aliados de las OTAN. El reino se convirtió así en la base de operaciones de la coalición internacional dirigida por Washington para expulsar a las tropas iraquíes.

La profundización de la alianza, que convirtió a Kuwait en la base de despegue de los aviones de la coalición que hacían respetar una "zona de exclusión aérea" sobre el sur de Irak, provocó la ira de los extremistas sauditas. El proceso de radicalización llevaría a la consolidación de Al Qaeda, y ya bajo el liderazgo de Osama bin Laden a los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de setiembre de 2001.

El hecho tensó al máximo la relación entre Washington y Riad cuando se conoció, luego que Al Qaeda reivindicara los ataques, que 15 de los 19 personas que secuestraron los aviones y provocaron la muerte de unas 3.000 personas eran sauditas. En ese momento, algunos sectores de la política estadounidense acusaron a la monarquía saudí de financiar en secreto a los extremistas, o al menos de no hacer lo suficiente para controlarlos. En ese contexto, Estados Unidos transfirió a Qatar el cuartel general de su fuerza aérea desplegada en el Golfo Pérsico.

El vínculo entre ambos países enfrió más en octubre de 2013. Fue luego que el entonces presidente Barack Obama renunciara a continuar con los ataques estadounidenses contra el régimen sirio del presidente Bashar al Assad. En esa ocasión, Arabia Saudita respondió con su negativa a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU para protestar contra la inacción del cuerpo, pero también de Washington, en un conflicto en el que Riad apoyó hasta hace poco a los grupos rebeldes con armamento e inteligencia estratégica.

La relación entre ambos países se tensó todavía más en 2015 por la determinación de Obama de alcanzar un acuerdo nuclear con Irán. El giro en la política de Washington fue duramente cuestionado por la monarquía saudí, un país mayoritariamente sunita que mantiene una rivalidad histórica con Teherán, donde el predomina el islam chiita. Ambos pugnan en una competencia creciente por la influencia y el dominio de la región.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca implicó otro giro de Washington. El presidente estadounidense llamó a “aislar” a Irán. En mayo de 2017, Trump fue recibido con fasto en Riad, en lo que fue su primer viaje presidencial al extranjero, ocasión en la que ambos gobiernos anunciaron mega contratos por US$ 380.000 millones, de los cuales US$ 110.000 millones correspondían a ventas de armas por parte de Estados Unidos.

Tras el asesinato de Khashoggi, Trump no descartó que el príncipe heredero estuviera al corriente. Sin embargo, dejó en claro que mantendría una sociedad “inquebrantable” con Arabia Saudita. Con Biden llegó una nueva recalibración y la relación entre Washington y Riad quedó interrumpida cuando la Casa Blanca dejó que las agencias de inteligencia de su país filtraran las conclusiones que señalaban que bin Salmán había “validado” el secuestro.

Hoy, el “caso Khashoggi” parece haber quedado definitivamente atrás para el gobierno de Biden. La necesidad tiene cara de hereje. La prioridad de Washington pasa por relanzar su relación con Riad para contrarrestar a Irán y garantizarse un flujo de crudo suficiente para estabilizar el precio del petróleo.

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