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Una lenta agonía

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23 de enero de 2020 a las 05:00

Este jueves 23 de enero se cumple un año de que Juan Guaidó se convirtió en la figura señera de la oposición en Venezuela y que, con el apoyo de buena parte de la comunidad internacional, se puso en marcha una estrategia política esperanzadora, pero que no ha logrado el objetivo de que se convoquen a elecciones libres y legítimas, cosa a la que se opone el dictador Maduro.

Un liderazgo fresco como el de Guaidó, elegido entonces presidente encargado de Venezuela por ser el titular de la Asamblea Nacional de un país gobernado por un presidente ilegítimo, animó a un movimiento opositor que no había mostrado suficiente brío por diferencias políticas internas y apetitos de liderazgos. Un conjunto de sanciones de la administración estadounidense de Donald Trump –que aumentó la asfixia a la economía venezolana– y un mayor aislamiento internacional de Maduro reforzaron el ambiente optimista de que el régimen autoritario, que inició el extinto Hugo Chávez hace casi 21 años, tenía las horas contadas.

Los países democráticos caímos en un embrujo por el convencimiento de que se estaban moviendo las fichas adecuadas para la salida de un gobierno culpable del desfallecimiento del país por una hecatombe económica, la violación sistemática de los derechos humanos y el atropello a las reglas básicas de una democracia.

Henrique Capriles, excandidato presidencial, reconoció la derrota opositora en relación a la esperada caída de Maduro, en una columna en El País de Madrid, el martes 21.

“Nuestro plan de 2019 fracasó”, escribe el dirigente político venezolano, y menciona la permanencia de Maduro en la Presidencia; y la falta de perspectivas para instalar un gobierno de transición y un cronograma de “elecciones libres”

“Venezuela perdió y el usurpador sigue en Miraflores, con la crueldad como una amenaza inminente”, opina Capriles con dolorosa sinceridad.

La irrupción pública de Guaidó hace un año no fue algo librado al azar. El 23 de enero es una fecha emblemática en Venezuela porque ese mismo día de 1958 una rebelión castrense convertida en pocas semanas en la voz de las fuerzas militares, junto a acciones de un frente opositor y a un pueblo movilizado, logró derrocar a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, quien huyó a República Dominicana.

Pero hoy las fuerzas armadas de Venezuela, que juegan un papel medular en esquemas de corrupción del poder, incluso en negocios de narcotráfico, ocupan cargos en puestos decisivos de la administración chavista y es por eso que, más que la expresión de una institución propia, se las considera un componente central del propio régimen.

También la situación internacional y geopolítica es muy diferente. Si bien buena parte de los países occidentales desean el fin de la dictadura venezolana, Maduro tiene el sostén político y económico de China y Rusia, además de la influyente Cuba comunista que proporciona un apoyo ideológico desde la época de gloria de Chávez a cambio de petróleo.

Cada minuto que Maduro permanece en el Palacio de Miraflores, aumenta el desánimo de una población doliente y desgasta a los líderes de los partidos de la oposición. Sería penoso que, por la propia condición humana, nos vayamos acostumbrando a la barbarie chavista y que nos guarde una espera en letanía a que llegue a su fin el natural ciclo vital de los responsables directos del régimen.

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