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Una pelea ancestral

Cómo Europa repartió el mapa de Medio Oriente explica el complejo panorama actual
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30 de septiembre de 2017 a las 05:00
Cada vez que hay un atentado terrorista en Occidente a manos de yihadistas islámicos la polémica se renueva: ¿es que los musulmanes odian Occidente, su estilo de vida, sus sociedades abiertas, su democracia? ¿Es que nos encontramos en los albores del milenio ante un "choque de civilizaciones", como lo llamó en su celebrada obra el académico estadounidense Samuel Huntington, cuya teoría muchos suscriben en las páginas de opinión de los periódicos y en los sets de televisión de diversos programas de análisis?

La interrogante –incluso, el debate– que se plantea en Occidente, sabiendo que el yihadismo conforma una ínfima parte del mundo musulmán y sus más de 1.000 millones de fieles alrededor del mundo, es hasta qué punto el resto de quienes profesan el islam aprueban o condenan las atrocidades de los extremistas.

Mucho se habló, tras los atentados de agosto pasado en Barcelona y Cambrils, de las manifestaciones de condena realizadas por grupos islámicos en España.

Y hasta levantadas entre los musulmanes después de cada atentado para saber lo que piensan al respecto.

El tema es complejo. Suele haber un sentimiento de agravio en el imaginario musulmán –más que nada en el mundo árabe– hacia Occidente, que tiene raíces históricas, principalmente en el siglo XX. Pero de ningún modo ello se traduce en un apoyo de las mayorías al yihadismo. Por el contrario, la abrumadora mayoría de los musulmanes condena el extremismo.

Así y todo, nada en esto es blanco o negro. Se trata de una compleja construcción social que abreva en una multitud de factores interconectados entre sí por una serie de hechos históricos. Para entenderlos en su real dimensión, lo peor que se puede hacer es recurrir a los reduccionismos y a la búsqueda de culpables.

Los países

Lo que hoy se conoce como Estados del mundo árabe no fue resultado de luchas independentistas protagonizadas por pueblos que se identificaran como nación para fundar un país soberano en un territorio determinado, sino de unas fronteras delineadas más o menos a discreción por los gobiernos de Gran Bretaña y Francia.

A la caída del Imperio otomano, después de la primera guerra mundial, sus provincias en el Levante se repartieron entre estas dos potencias europeas triunfantes de la Gran Guerra.

El reparto de los territorios árabes se definió en lo que se conoce como el Acuerdo de Sykes-Picot, un documento secreto firmado entre ambas potencias en 1916, en plena guerra, y negociado por los diplomáticos Mark Sykes, por el Imperio británico, y François Georges Picot, por la República Francesa.

En un principio el acuerdo incluía también a Rusia; pero tras la Revolución de Octubre en 1917 y el triunfo de los bolcheviques, las pretensiones de Moscú sobre los territorios del Imperio otomano fueron paradas en seco.

Así, a Francia le tocaría lo que hoy es aproximadamente Siria y el Líbano hasta Mosul, en el norte de lo que hoy es Irak. Y al Reino Unido, Bagdad hacia el sur y hacia el este hasta lo que hoy es Irán.

Palestina, que inicialmente se había propuesto como un territorio bajo administración internacional, finalmente quedó también bajo control británico con un mandato de la Sociedad de Naciones.

Al final de la guerra y una vez desmembrado el Imperio otomano, había que cumplir con los compromisos adquiridos.

Y como ha señalado la revista británica The Economist, Sykes-Picot fue el resultado de tres compromisos irreconciliables, adquiridos por el Imperio Británico en forma separada durante la guerra: por un lado, con Francia; por otro lado, con los árabes; y por el otro, con los representantes de la colectividad judía, a quienes se les había prometido el establecimiento de un Estado judío en Palestina.

El resultado de esos compromisos y su desenlace ha sido motivo de conflicto hasta hoy.

Finalmente a los judíos les tocó solo una parte de Palestina. A su vez, a los árabes les fueron negadas las promesas británicas, hechas a cambio de su alianza contra el Imperio otomano, bajo el mando del británico T. E. Lawrence (el famoso Lawrence de Arabia, magistralmente interpretado por Peter O'Toole en la no menos famosa película de David Lean).

La promesa era que podrían fundar un gran Estado árabe unificado en todos los territorios expropiados a los otomanos, desde Siria hasta Yemen.

Pero llegado el momento, las concesiones hechas a Francia sobre Siria, entre otras, no lo permitieron. Casi al mismo tiempo perdieron los territorios de las ciudades sagradas de La Meca y Medina a manos de otro aliado de Gran Bretaña, Abdelaziz bin Saúd, que luego fundó allí su monarquía absoluta en lo que hoy es un Estado con nombre propio: el reino de Arabia Saudita.

Y así, el resultado de aquel acuerdo firmado en secreto durante la guerra ha sido la creación de una cantidad de países en Medio Oriente sin mucho sentido de nación per se, motivo de interminables conflictos; y, por encima de todo, las fronteras de Sykes-Picot siempre han estado en el imaginario árabe como la gran traición de Occidente.

En esa suerte de agravio colectivo abrevan hoy incluso los yihadistas. De hecho, en varias de las declaraciones y videos de propaganda del Estado Islámico, los fanáticos del califato hablan de "poner fin a Sykes-Picot".

Sin comparar métodos y alcances, en buena parte de ello fundó también sus pilares el nacionalismo árabe, o panarabismo, con el sueño de la unificación de una gran nación árabe, que tuvo su apogeo desde mediados de los años 1950 en la figura del egipcio Gamal Abdel Nasser, pero que también propició el advenimiento de las dictaduras baazistas en Siria e Irak durante la segunda mitad del siglo XX.

Hoy suelen confundirse los términos entre el llamado "islam político" y el extremismo islámico.

Pero el islam político fue ese gran movimiento panarabista, importantísima herramienta de poder, que abrazaron los dictadores árabes, nacionalistas, seculares, socialistas (esto de un modo muy sui géneris), en ocasiones crueles y anti Israel, que basaban su poder de convocatoria principalmente en dos consignas: la unificación del mundo árabe y la liberación de Palestina. Y gobernaron con mano de hierro durante largas décadas.

Hoy perviven solo los regímenes de Siria y, de un modo diferente desde el punto de vista ideológico, la dictadura de Abdelfatah al-Sisi en Egipto, que en 2013 derrocó al gobierno constitucional de la Hermandad Musulmana encabezado por Mohamed Morsi.

Por último, la creación del Estado de Israel en 1948 y, sobre todo, sus victorias en las guerras de 1956, 1967 y 1973 aumentaron el resentimiento árabe; y los odios entre ambos pueblos se empozaron como un agua que hoy parece estancada para siempre.

La guerra fría

La guerra fría entre EEUU y la Unión Soviética también jugaría su partido en Medio Oriente, región señalada por sus enormes reservas de gas y petróleo. Estados Unidos se convirtió pronto en la principal potencia extranjera con injerencia en la región –desplazando al Reino Unido y Francia– y en el mayor aliado de Israel.

Pero la Unión Soviética también jugaba sus fichas captando aliados entre los diferentes regímenes. Los dictadores árabes seculares, fueran baazistas o nasseristas, oscilaban en sus alianzas entre Washington y Moscú. Pero con el pasaje de Egipto en 1973 a la columna de Estados Unidos, los soviéticos sufrieron un duro golpe.

En el último tramo de la década de los 1970 se quedarían prácticamente solos con la Siria de Hafez el Assad como aliado; y Washington mantendría su hegemonía en la región y lo que más le importaba: su acceso al petróleo.

Ahora tenía a Egipto, y su estrecha alianza con Irán, Arabia Saudita y las demás monarquías del golfo le garantizaban un predominio casi total en la región como potencia extranjera.

Sin embargo, en 1979, la Revolución de los Ayatolás en Irán se cobraría a uno de sus aliados claves en Medio Oriente, el depuesto sha Mohammad Reza Pahlevi.

Surgió entonces una de las rivalidades más nefastas para el mundo islámico y para la actualidad mundial: la pugna entre Irán y Arabia Saudita por el liderazgo del islam.

Los ayatolás chiitas contra los sauditas sunitas recomenzaron una longeva disputa político-religiosa que se prolonga hasta hoy.

La guerra caliente

Los vínculos de Teherán con Hezbollah y otros grupos extremistas chiitas pronto hicieron que Riad comenzara su larga y funesta financiación de grupos salafistas sunitas.

Fundaron templos y madrazas en todo el mundo islámico, donde se formaron muchos de los terroristas que hoy integran Al Qaeda y el Estado Islámico.

Y en 1980 fue un saudita, financiado por EEUU, quien comandó los "freedom fighters" de Afganistán para repeler la invasión soviética: Osama bin Laden. Por esos tiempos hasta Sadam Husein era aliado de Washington, en su guerra contra Irán, que se extendería por largos ocho años, hasta 1988.

Luego el hombre fuerte de Irak perdería el favor de la superpotencia, que lo invadió dos veces y lo terminaría colgando en la horca.

Tras la derrota rusa en Afganistán y la caída de la Unión Soviética, Bin Laden cambió de enemigo. Ahora sería su antiguo aliado EEUU, lo que terminó en la masacre de las torres gemelas.

A partir de allí todo ha sido un gran caos en Medio Oriente.

Las guerras de George W. Bush en Afganistán e Irak, la mal llamada primavera árabe y las políticas de EEUU en Siria, la intervención en Libia, aunado todo ello con las injerencias de Arabia Saudita, Rusia, Turquía y otras potencias, la caída y el vacío de poder dejado por los dictadores –y en el caso de Siria su supervivencia– han traído como corolario el crecimiento exponencial del yihadismo.

En particular, y de un modo sangriento, el advenimiento del Estado Islámico y sus múltiples demostraciones de violencia y control territorial.

Mil

Millones de fieles musulmanes están distribuidos en el mundo.

4.900

Atentados cometió entre 2002 y 2015 el Estado Islámico, de acuerdo a un estudio preparado por la Universidad de Maryland, Estados Unidos.

33 mil

Personas fueron asesinadas entre 2002 y 2015 por milicianos del EI u organizaciones vinculadas con esta organización terrorista islámica, según el mismo informe.

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