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Viaje al corazón del Carnaval de las Artes de Barranquilla

Unos días antes de los festejos tradicionales de carnaval, la ciudad colombiana lo celebra a su manera y hace de la cultura un goce
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27 de febrero de 2019 a las 05:04

No sé cuántas ciudades del mundo tienen un festival tan inspirador como el Carnaval de las Artes de Barranquilla, cuya decimotercera edición acaba de realizarse entre el 14 y el 17 de febrero.

En estos cuatro días, decenas de músicos, actores, cómicos, escritores, cineastas y periodistas venidos de todos los puntos cardinales dieron vida a tres escenarios, siempre rodeados de un público entusiasta y numeroso. Un esfuerzo económico admirable, ya que todos los espectáculos son gratuitos.

Pero lo que hace especial al Carnaval de las Artes barranquillero es su propuesta: la idea es replicar la alegría carnavalera, el disfrute artístico y —al mismo tiempo— invitar a pensar en lo nuevo, lo desconocido, lo que está por venir.

“La mayoría de la gente siempre te pregunta a quién vas a traer. Y seguimos siendo niños en eso. Quieren que traiga a alguien que ellos conocen, y a mí lo que más me importa es traer gente que no conocen. Lo que me importa es el conocimiento”, dijo en una entrevista con el diario El Tiempo de Bogotá el cronista, periodista y cineasta colombiano Heriberto Fiorillo, alma mater de la fiesta y director de la Fundación La Cueva, su impulsora.

La grilla del festival mezcla entonces celebridades locales e internacionales (este año estuvo la escritora mexicana Laura Esquivel, autora de Como agua para chocolate), con figuras más o menos desconocidas para el público, seleccionadas con ojo clínico por Fiorillo y su codirector, el escritor Efraím Medina, y otros colaboradores.

La mezcla suele dar buenos resultados: Esquivel lo padeció en carne propia este año en uno de los momentos más graciosos de la festival. La escritora estaba sentada plácidamente en la plaza del Caribe, frente a un escenario abierto que recuerda a nuestro Teatro de Verano. Allí actuaba el cómico italiano Matteo Galbusera, un hallazgo del Carnaval. El cómico basó todo su show en la interacción de sus gestos y ocurrencias con una banda sonora pregrabada. En un momento bajó del escenario y comenzó a colocarle un micrófono en la cabeza a los espectadores. Cada vez que le apoyaba el aparato en el cráneo a alguien, los parlantes irradiaban lo que se suponía era el sonido interior de su cerebro: ronquidos, máquinas desafinadas, jadeos sexuales. El público reía. De pronto, Galbusera colocó el micrófono sobre la cabeza de la Esquivel. Los parlantes comenzaron a irradiar un sonido inequívocamente diabólico. Galbusera puso ojos de pánico, sacó un crucifijo y se lo enfrentó a la “poseída” escritora. No dio resultado. Entonces la tomó del cuello y la sacudió durante 10 o 15 eternos segundos en un violento exorcismo paródico que algunos tomaron con horror y a otros nos hizo matarnos de risa.

“La comicidad te lleva a la reflexión”, sostiene Fiorillo. La consigna es nunca aburrir. “La reflexión como espectáculo”.

Otro gran hallazgo del festival son los recitales de músicos que son mitad “toque” y mitad entrevista.

Funciona así: la banda está en el escenario, pero su líder o su figura principal debe responder —en un pequeño living también montado sobre las tablas— a las preguntas de un periodista, encuadradas en un tema que toca de cerca a ese artista. La reflexión sobre la obra, la música, los motivos que inspiraron las canciones, las reacciones del público, incluso las historias familiares, dan otra dimensión al show. Cada tanto el músico se levanta del living e interpreta una canción, luego vuelve a sentarse a responder preguntas, luego a cantar otra vez. Una cosa alimenta a la otra y el resultado es muy enriquecedor.                                                                     

 

Vi al notable cronista Alberto Salcedo Ramos entrevistar a un veterano músico de ritmos locales llamado Dolcey Gutiérrez. El propio Dolcey dejó claro que la excelencia musical no es su fuerte, sino más bien un espíritu burlón y divertido que cultiva desde hace medio siglo y lo llevó a componer decenas y decenas de letras con doble sentido (por ejemplo “El entierro de Tite”, donde canta: “A Tite lo entierran hoy”).

La entrevista de Salcedo fue una perfecta exploración de los límites del uso del lenguaje, el humor, las diferencias y contactos entre lo ingenioso y lo obsceno, los mecanismos de creación y las reacciones del público.

En otro de estos recitales-entrevista se presentó el músico de vallenato Ivo Díaz, hijo de Leandro, cantautor legendario y autor de La Diosa Coronada, una canción muy popular de Colombia, uno de cuyos versos uso Gabriel García Márquez como epígrafe de “El amor en los tiempos del cólera”.                                                                                                                                                                 

 

Leandro Díaz fue ciego, un hecho que hizo que sus propios padres lo despreciaran cuando niño. Su vida fue una historia de fortaleza y superación. Sus letras son un prodigio por su capacidad para describir fenómenos naturales y personas que nunca pudo ver con los ojos. En la entrevista se habló de ello y también mucho de la relación padre-hijo, uno de los temas que vertebró el festival. Varias veces las lágrimas afloraron en los espectadores y en el propio Ivo, mientas cantaba las canciones de su padre.

También hubo un momento incómodo. Ivo contó que Leandro, además de a su madre, tenía una amante y pretendía otra más, a la que quizás también consiguió. Esa tercera mujer luego lo despreció y de ese despecho nació “La Gordita”, otro de sus grandes éxitos.

Cuando Ivo contó de estos amoríos, se hizo un silencio total en la platea. Se imponían varias preguntas ante aquellas aventuras. Pero -como pasa tantas veces en las entrevistas políticas- esta vez el periodista no las hizo.

De todos modos, la temática feminista no estuvo ausente, ya que también se presentó la argentina Luciana Peker, autora del libro Putita golosa. La entrevistó un hombre, por supuesto: el escritor colombiano Juan Manuel Roca.

En su afán por no encasillarse en los esquemas, el Carnaval de las Artes mezcla también los géneros musicales. Se pasa del jazz al folklore en el mismo escenario y en la misma noche, sin la tajante división de mundos acústicos que predomina entre nos. El símbolo perfecto fue la actuación del músico colombiano Edmar Castañeda, que con su arpa -un instrumento típico de los llanos colombo-venezolanos- interpreta jazz inspirado en la Nueva York donde vive.

La Cueva, la fundación que organiza cada febrero desde hace 13 años, también es un bar. Tiempo atrás fue una mísera cantina a la que concurrían cazadores que llevaban allí las presas que en sus hogares nadie quería comer ni cocinar. Incluso caimanes del río Magdalena, según me dijeron. Los escritores —como García Márquez y sus amigos— iban a ese bar solo porque la cerveza era barata.

“En este refugio de cazadores e intelectuales se cocinaron las más pintorescas anécdotas e incluso se discutieron, inspiraron y realizaron pedazos de la obra literaria, periodística y artística del legendario Grupo de Barranquilla”, dice la web de la fundación en alusión a Gabo y sus amigos.                                                                                                                                                                 

  

Hoy es un coqueto bar donde transcurren buena parte de las actividades del Carnaval de las Artes. Al entrar, hay un Gabo de edad media, tamaño real, con un cigarrillo en la boca y unos papeles bajo el brazo. Parece estar allí y uno se sobresalta al verlo cada vez que se entra a La Cueva.

Gran parte del esfuerzo anual de Fiorillo y su fundación está consagrado a conseguir los auspiciantes y patrocinadores —públicos y privados— que hacen posible esta quijotada.

“El Carnaval de las Artes —dice Fiorillo— aceita la imaginación de los jóvenes”.

El festival antecede los festejos del carnaval, que en Barranquilla es pasión. Muchas casas ya están decoradas a todo color. La música y las camisetas del Junior están omnipresentes. El Carnaval de las Artes agrega otro goce a la fiesta.

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