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Yasser Arafat: Ángel y demonio

“He venido portando una rama de olivo en una mano y el arma de un luchador por la libertad en la otra. No dejen que caiga de mi mano el ramo de olivo”, ante la Asamblea General de la ONU
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14 de noviembre de 2016 a las 05:00

Ambicioso y decidido; influyente pero capaz de evadir las reglas para obtener lo que se proponía. Yasser Arafat dejó todo esto claro desde finales de la década de 1950 cuando –con menos de 30 años– fundó Al Fatah, un movimiento que se proponía alcanzar la independencia de Palestina a través de la lucha armada. En su vida política y guerrillera cosechó amor y odio desde su imagen fuerte, segura y con don de mando, pero también gracias al hecho de ser dueño de una dialéctica y un carisma presentes solo en aquellos llamados a ser líderes.

De esto hizo gala en la mismísima Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en la que protagonizó uno de los mayores hechos históricos del pueblo palestino. Fue en 1974, cuando se convirtió en el primer representante no gubernamental en dirigirse a dicha asamblea, y lo erigió en un rotundo éxito diplomático: logró instalar la cuestión palestina en la agenda internacional y se transformó en el héroe del mundo árabe. Para entonces Arafat controlaba no solo Al Fatah, sino que había desplazado el liderazgo egipcio en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) para convertirse en el único líder de su pueblo. Gracias a su cintura política logró mantenerse en el poder pese a sufrir la expulsión de Jordania (1971) y del Líbano (1982).

Pero su gran cambio de cara no fue sino hasta finales de la década de 1980, cuando se apartó del terrorismo luego de la intifada palestina de 1987 y de haberle escapado a la muerte en reiteradas oportunidades. La dura respuesta de Israel en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania terminó con el levantamiento palestino, pero Arafat convirtió esa derrota de su pueblo en una salida estratégica. Declaró un Estado palestino en Gaza y Cisjordania, lo que significó con ello reconocer por primera vez al Estado de Israel y la aceptación pública de coexistencia.

Con esta jugada encontró el apoyo de 70 países, que reconocieron al Estado de Palestina. En tanto, Israel siguió desconfiando de las intenciones de Arafat.

En 1990 se produjo uno de los principales errores de Arafat: apoyar a Irak en la invasión a Kuwait. Eso le significó el rechazo de otras naciones árabes en tiempos en que ya no contaba con el sustento de la colapsada Unión Soviética. La OLP, entonces, perdió fuerza económica y apoyo del mundo musulmán, donde empezó a ganar terreno la organización radical Hamas.

Jaqueado política y económicamente, Arafat apostó por la paz. El 13 de setiembre de 1993, en la Casa Blanca –ocupada ahora por Bill Clinton–, palestinos e israelíes firmaron y pusieron el corolario a los llamados acuerdos de Oslo, cuyo nombre hace referencia al lugar donde se llevaron a cabo las conversaciones. Allí se estableció el autogobierno palestino en Gaza y Cisjordania así como el reconocimiento mutuo entre Israel y la OLP. Arafat e Isaac Rabin, primer ministro de Israel, sellaron el pacto con la mediación del presidente estadounidense y estrecharon sus manos protagonizando una foto icónica de la historia.

Este acuerdo le valió el premio Nobel de la Paz de ese año a Arafat, Rabin y al ministro de relaciones exteriores israelí, Shimon Peres.

El asesinato de Rabin, en 1995, a manos de un extremista judío contrario al acuerdo con los palestinos, derribó el proceso de paz y en 2002 las hostilidades tuvieron una escalada que impidió mejorar la convivencia, hasta el final de la vida de Arafat.

Con luces y sombras, cambios y contradicciones, Arafat tiene su lugar en la historia. Es el símbolo de la causa palestina y quien logró convertir a su pueblo en Estado reconocido.

Murió en 2004, a los 75 años de edad, envuelto en ese misterio. El deceso ocurrió tras un mes de transitar por una enfermedad que se inició, supuestamente, cuatro horas después de ingerir alimentos en la residencia presidencial de Cisjordania, en Ramalá, donde había permanecido aislado durante tres años por las fuerzas israelíes.

Según lo que trascendió, Arafat padecía dolores abdominales, vómitos, diarrea, incontinencia y había perdido peso. Ante ese cuadro fue trasladado en helicóptero a Jordania y luego en avión a París, donde murió.

Los médicos franceses le diagnosticaron coagulación intravascular diseminada, un trastorno sanguíneo que fue incontrolable. La causa informada: un accidente cerebrovascular masivo. Sin embargo, en posteriores investigaciones se hallaron rastros "significativos" de polonio 210, un producto radiactivo y tóxico, en los efectos personales que recibió la viuda de Arafat. Unos afirmaron que Israel finalmente le había dado caza, otros especularon con un ajuste de cuentas interno entre palestinos. Lo que es indiscutible es que la muerte lo elevó a la categoría de mártir de la causa palestina, un papel que Arafat persiguió desde siempre.

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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