En la Avenida Sarmiento, casi al llegar al Bulevar España, se levanta una casa que guarda en sus muros la elegancia del Montevideo de los años veinte. Fue proyectada en 1926 por los arquitectos Gonzalo Vázquez Barrière y Rafael Ruano, socios que dejaron su sello en buena parte del perfil urbano montevideano de la primera mitad del siglo XX.
En esos años, Pocitos dejaba de ser un balneario estival para transformarse en un barrio-jardín, donde la clase media y media-alta apostaba a una vida residencial distinta, con calles arboladas y una modernidad que aún conservaba rasgos pintorescos. En aquellas veredas recién arboladas todavía se escuchaba el traqueteo de algún coche de caballos que sobrevivía a la modernidad, aunque ya eran los Ford T los que marcaban el nuevo ritmo urbano. Montevideo quería ser moderno sin dejar de ser provinciano, como si le costara aceptar que el balneario ya era barrio. Allí, en el padrón 31524, esta vivienda unifamiliar nació como reflejo de esa transición; sobria en su fachada, con detalles de inspiración académica y un aire ya inclinado hacia la depuración formal que pronto desembocaría en el Art Déco.
La belleza de la casa se revela en varias capas. La fachada principal, con sus techos a dos aguas y las tejas rojas inclinadas, recuerda el aire pintoresco de las residencias centroeuropeas, reinterpretado en clave montevideana. Tiene incluso reminiscencias de los balnearios del sudoeste francés de la época, como la Ville d’Hiver de Arcachon, donde la arquitectura combinaba la solidez de lo doméstico con la ligereza de lo veraniego. El entramado de madera oscura sobre los muros claros, las buhardillas que se asoman al cielo y los balcones semicubiertos le otorgan una presencia a la vez sólida y acogedora. En el interior, el visitante encuentra otro tesoro. Los revestimientos de madera noble que abrazan los muros, las aberturas en arco con vitrales geométricos y la calidez de los pisos de tablones que aún guardan el eco de pasos de casi un siglo. Cada rincón confirma que no se trata solo de una clínica. Es una construcción que conserva intacta la dignidad de su origen residencial y que, pese al paso del tiempo, sigue transmitiendo la sensación de hogar.
En paralelo a estas residencias, el estudio alcanzaba notoriedad con proyectos de escala mayor. El Palacio Díaz, inaugurado en 1929 como parte de los festejos por el centenario de la Constitución de 1830, fue una de las primeras construcciones de hormigón armado en Montevideo. Su silueta Art Déco sobre 18 de Julio anticipaba un nuevo tiempo para la arquitectura de la ciudad y mostraba la ambición técnica y estética de aquellos años.
La casa también convive con otra obra emblemática de sus autores: el Edificio El Mástil, inaugurado en 1932 en la esquina de Avenida Brasil y Benito Blanco, donde funciona el Expreso Pocitos. Considerado uno de los hitos del Art Déco montevideano, su nombre proviene del distintivo remate que corona el edificio, evocando tanto la arquitectura de los rascacielos estadounidenses de la época como el mástil de un barco, en una clara alusión al estilo náutico. Ese elemento decorativo lo convirtió en una de las imágenes más reconocibles de la arquitectura de Montevideo en los años treinta.
El tiempo quiso que la casa ubicada en Sarmiento 2626, hoy reconocida con Grado 3 de Protección Patrimonial, cambiara de destino. Donde antes hubo un hogar, funciona hoy la Clínica de Pocitos de UCM Falck. Para Ana Mieres, directora técnica de la empresa, la historia de la casa no se interrumpe, se transforma. “Sigue habitada, abierta al cuidado y al servicio, no como reliquia sino como organismo vivo”, explica.
Este fin de semana en donde el patrimonio toma protagonismo para los uruguayos, sus puertas se abrirán como todos los días para los socios de UCM Falck. “A nuestros socios que concurren a la clinica ubicada en Sarmiento 2626 les llama la atención la belleza de la construcción. Descubren cómo la arquitectura pensada para la intimidad doméstica se adapta con dignidad a un nuevo propósito colectivo. Y comprenden que el patrimonio más valioso no es el que se congela en el tiempo, sino aquel que mantiene su latido al servicio de la comunidad”, concluye.
Al caer la tarde, la luz se filtra entre los árboles de Sarmiento y acaricia la fachada blanca de la casa. Las tejas rojas se encienden como brasas suaves y los vitrales dejan escapar reflejos de colores apagados. En ese instante, cuando la ciudad baja el ritmo, uno comprende que este edificio no es solo ladrillo y madera. Es memoria en estado puro, un pedazo de Montevideo que todavía respira. Y quizás ahí esté su mayor belleza. Nos recuerda que las casas también guardan recuerdos y que cada tanto conviene escucharlos.