Julia Mengolini: "Yo no soy esa criatura que hacen de mí, una especie de Frankenstein hecha de recortes y de fake news"
Julia Mengolini publicó su primer libro, en el que ofrece una mirada sobre la actualidad política y social de Argentina, pero también una forma de desarmar el monstruo construido en torno a su nombre
23 de noviembre 2025 - 5:00hs
Julia Mengolini presentó Las caras del monsturo, su primer libro, en Montevideo
"Julia Mengolini odia a la selección. Julia Mengolini odia a los tenistas. Julia Mengolini es insoportable. Julia Mengolini se la agarró con los granaderos a caballo.¿Esa la leíste?". Julia Mengolini hace una lista de memoria de (algunas de) las veces que su nombre se ha repetido en las redes sociales y los medios de comunicación en los últimos meses. Una lista de agresiones, de recortes o construcciones. Parte de un procedimiento –dice– que tiene un objetivo político: "Hay algunos personajes que somos blanco permanente de la organización política del odio. Es una de las definiciones posibles del fascismo".
Las caras del monstruo, el primer libro de la periodista y fundadora de Futurock, es también la intención de desarmar ese monstruo construido en torno a su nombre. "Si dentro de todos los monstruos que están dentro del libro uno de los monstruos es esa criatura que hacen de mí, el libro es la contracara. La contracara del monstruo en definitiva".
Un libro que comenzó a escribir el mismo día que el presidente argentino Javier Milei dio su discurso de apertura de sesiones legislativas en el Congreso de la Nación. “Fue un día muy pesadillesco para muchos de nosotros y evidentemente fue como si hubiese caído una ficha muy feroz", recuerda. Entonces se sentó a escribir “desenfrenadamente” un libro que terminó en siete meses pero en el que vuelca las "obsesiones" que fue macerando los últimos diez años. "Es un libro de la última década sobre todo”, señala.
Una bitácora acompaña cada capítulo del libro. Una serie de entradas que empezó a escribir a modo de introducción, explicación o justificación de los ensayos que estaba escribiendo al mismo tiempo y que se convirtió en un texto paralelo que aporta breves miradas a la política, la economía o incluso su vida personal. "Es gracioso, la justificación era voy a escribir una introducción y esa introducción terminó siendo un diario. Al final lo que me estaba pasando era el primer año de Milei".
Sobre el proceso de escritura del libro, su mirada sobre la política argentina, el feminismo, la pandemia y las redes sociales, Julia Mengolini habló con El Observador. Lo que sigue es un resumen de la entrevista.
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Julia Mengolini
Gastón Britos / FocoUy
Este libro está atravesado por algo muy íntimo, la necesidad de escribir y de procesar lo colectivo desde tu propia mirada. Hay también un componente emocional.
Nuestras decisiones políticas y nuestro lugar en el mundo está recontra determinado por lo emocional. Mucho más de lo que yo pensaba hace algunos años, cuando era más marxista, ponele. Yo no creo que el voto se explique solo con lo que te pasa en el bolsillo, creo que el voto se explica con un montón de otras emociones. Y creo que nuestro lugar en el mundo también puede ser un lugar mucho más agradable, aún con todas las penurias materiales por las que algunos pasamos o dejamos de pasar, si te encontrás con otros. También cualquier tristeza o cualquier dolor que pueda llegar a pasarte en la vida, mientras tengas amigos parece que se puede transitar. Amigos, compañeros de militancia, una comunidad, un conjunto, algo que te haga un poco de espalda en definitiva, algo que te sostenga. Es un libro que va todo el tiempo un poco a romper con el hiperindividualismo de esta época.
De hecho, en el libro decís que “las formas más sublimes de la existencia son distintas maneras de diluirse a uno mismo en algo más grande e importante”.
Es la idea que más me gusta del libro, a la que fui llegando. Sí, es diluirse a uno mismo. El libro también tiene una defensa del amor romántico. Arranca con las cartas de mis viejos, todo un capítulo dedicado al amor y a la militancia. Hay un hiper individualismo muy neoliberal y muy epocal que por ahí desde el feminismo hasta compramos tontamente y nos agarramos de eso para defender nuestra individualidad y creo que nuestra individualidad es algo mucho menos importante.
En el capítulo sobre el feminismo hacés referencia de alguna manera a un despertar, a las que te hicieron ver que eras feminista, y hacés referencia a esa palabra tan “fea” a la que se refiere Alfonsina Storni. ¿Qué es ser feminista hoy? ¿Qué implica? ¿Qué desafíos tiene?
Como para arrancar con la definición básica, es cuando advertís que existe una diferencia entre varones y mujeres y esa diferencia te parece injusta. Eso es ser feminista. No implica mucho más. Ahora, si vos me preguntás bueno, ¿y hoy entonces qué es? Me parece que en los distintos contextos la palabra va adquiriendo distintas resonancias. En el epígrafe de Alfonsina Storni, imaginate la antigüedad, uno lo lee hoy y por ahí sigue teniendo una actualidad: "La palabra feminista es tan fea". En un momento estuvo más de moda, en un momento estuvo mejor vista, en un momento todas nos sentíamos feministas; no había complejo de serlo en todo caso. Ahora nos volvemos a retraer, me parece a mí, porque el ascenso de las nuevas derechas nos puso en un lugar de retaguardia e injustamente se nos culpabilizó, incluso desde el campo popular, por este ascenso de las nuevas derechas. A mí me parece que es un análisis muy facilongo, muy berreta. Ninguna lucha es culpable de su reacción. Capaz que es causa. Toda revolución va a tener una reacción conservadora pero los revolucionarios por lo general no se arrepienten de lo conquistado. En todo caso, ante la reacción, ¿será que profundicen? ¿Será que habrá mucha política? ¿Será que habrá que haya que conquistar más conciencia? Dar la pelea, el debate, todo eso, ¿pero arrepentirte? Eso no. Yo creo que se desmonta fácilmente el "se pasaron tres pueblos". Porque, ¿qué tanto nos pasamos? Amigo, la distribución de la riqueza sigue siendo totalmente inequitativa entre varones y mujeres, entre clases sociales. A lo sumo nos ganamos un que otro derecho, como el derecho al aborto en Argentina, pero no es que dimos vuelta la taba. Entonces, ¿de qué me voy a arrepentir con todo lo que me falta? Entonces, ¿qué fue lo que molestó? Obviamente que hay reacciones, pero a mí de los fachos de siempre la reacción no me parece una gran novedad, me parece que sí la novedad en todo caso es que se hayan organizado detrás de un programa político. Los fachos de siempre no tenían el antifeminismo como parte de su programa porque no existía el feminismo como un programa, entonces si nosotros nos organizamos le diste la ocasión de organizarse para confrontar con nuestro discurso. Eso puede ser. Y después también puede ser que con los varones jóvenes hayamos sido expulsivas, pero no por las cosas que hicimos bien sino porque no los invitamos mucho a la discusión. Entonces no me arrepentiría de los errores, me arrepentiría, tal vez, de haber sido un poco excluyentes en nuestros espacios de discusión, de debate, de marcha, de lucha. Eran solo espacios de mujeres o disidencias y tal vez hubiese sido más copado que tuviéramos grupos más mixtos.
Hablás mucho de eso en el libro, de la expulsión de los jóvenes de esos espacios. Y está vinculado con otra cosa que también es una constante que es la soledad.
Es un mal de esta época. Ahí ya entra un factor que no tiene nada que ver con el feminismo, pero sí que explica mucho del hiperindividualismo y del acceso a las nuevas derechas. La pandemia hizo que mucha gente empezara a estar más sola y a sentirse más sola. Las redes sociales generan unos trastornos de ansiedad y de soledad tremendos. Te ves menos con tus amigos, tenés menos grupos y eso termina generando más soledad. Y la soledad te deja en un lugar más resentido, menos razonado. La gente que pasa mucho tiempo sola consigo misma es gente que es más propensa a terminar razonando desde el resentimiento o creyéndose la boludez de que las vacunas generan autismo. La soledad te pone en peligro en ese sentido. Una persona que se relaciona en distintos ámbitos de repente contrasta. En cambio, si tu trastorno lo metes en internet y te pones a investigar vas a llegar a las peores catacumbas que lo único que van a hacer es confirmarte tu paranoia. Ese es el famoso sesgo de confirmación. Entonces, yo creo que hay que salir de las redes y encontrarse cada vez más. No como conducta individual, tiene que ser una cuestión comunitaria. Tiene que haber más regulaciones, tratar de proteger a los niños del teléfono todo lo que se pueda, seguir creando instancias de participación y de encuentro. Todo eso te aleja de los malos razonamientos, de los razonamientos que después te llevan a votar a un señor que hace campaña reboleando una motocicleta. De verdad pareciera que la gente que gobierna es gente que no tiene ningún tipo de sensibilidad social, no tiene ningún tipo de empatía, entonces hacen política con la motosierra y lo llevan adelante. Y empiezan a contagiar también ese sentimiento a una buena parte de la sociedad que los termina avalando. Eso es lo que tenemos que impedir. Mientras podamos, impedir que se siga fascistizando la sociedad. Eso creo que está al alcance de todo el mundo. Lejos de descansar en que la sociedad está re polarizada y estamos en bandos distintos.
En ese sentido tenés una imagen muy clara en el libro: un territorio en el que hay dos países. Desde tu punto de vista, ¿cómo se recompone esa frontera? ¿Es posible una recomposición?
Está difícil, pero tengo que tener esperanza. Recomponiendo los lazos sociales y defendiendo la sensibilidad. No dejando que te endurezcan demasiado el cuero, seguir a flor de piel, seguir con la piel de gallina, con valentía y con voluntad y todo pero que te siga sensibilizando el dolor de piel. Así es como de alguna manera se va a reconstruir eso.
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Julia Mengolini
Gastón Britos / FocoUy
Desde tu mirada, ¿hay aspectos que no se nombran en el debate político y quedan por fuera de la discusión?
Un montón de cosas. O por lo menos las prioridades no están bien puestas. Nos estamos rompiendo la cabeza tratando de sacar el diagnóstico de por qué gana Milei, por qué ganan las ultraderechas, qué es lo que está pasando. Todos los análisis son hiperlocalistas pero este fenómeno se repite a lo largo de todo el planeta, por lo menos de Occidente, de una manera idéntica en contextos tan distintos. Entonces, evidentemente, lo que lo explica no es tu mundito, tu aldea local, sino que lo que lo explica tiene que ser algo más transversal. Cuando yo me pongo a pensar en qué cosas pasaron en el mundo y que a todos nos haya afectado, una es la pandemia y la otra son las redes sociales. Esas son las cosas que tengo que mirar. Hubo un cambio muy profundo en nuestras subjetividades como para que las sociedades estén cambiando al punto tal que son capaces de votar a un señor que está desequilibrado y que hace campaña revoleando una motosierra, ¿viste? Y eso me parece que tiene que ver con esos factores de los que se habla poco. Casi no se habla de la pandemia.
¿La herida es demasiado grande en el caso de la pandemia?
La pandemia fue dolorosísima y aburridísima. Obviamente los dolores se barren abajo de la alfombra, pero tampoco tenés relatos épicos entonces tampoco se puede narrar desde ese lugar. Ahí está esa especie de año y medio perdido. Y nadie habla de los muertos. A veces es impactante. Todo el mundo habla de la cuarentena más larga del mundo pero nadie habla de que hay gente que se murió gracias al boicot a las medidas de cuidado. Por eso busco contrastar en el capítulo de la pandemia la gestión versus el boicot, porque hay gente que hizo las cosas bien o lo mejor que pudo y hay gente que se dedicó a boicotear. Lisa y llanamente boicotear. Mi papá se contagió en un cumpleaños. Mi papá fue al cumpleaños gracias al boicot permanente de “abran, abran, abran, déjenos salir”. Tal vez si había ahí un poquito más de firmeza… Yo no soy crítica de las medidas de cuidado, que es el lugar común. La pandemia fue un hecho biológico pero también fue un hecho social y político, y dejó un impacto emocional muy importante. Sobre eso tampoco nadie, ni siquiera los estados que se ocuparan de todo lo otro, se fueron a ocupar. Los estados estaban ocupados en la cuestión biológica, primero había que lavarse las manos, después ponerse el barbijo, después distribuir la vacuna. Todo eso es ocuparse del aspecto biológico. ¿En el medio? Bueno, evidentemente iba quedando la cagada en términos emocionales y los estados no supieron verlo. Quedó un rastro importante que explica mucho de lo que nos pasa ahora, me parece que es importante visualizarlo para ver por dónde salimos de acá.
Te referís a la “colonización” del debate público en las redes sociales. Decís “últimamente, aunque twitteo poco, lo hago como un troll”. ¿Qué pasó cuando te diste cuenta de eso?
Fue divertido porque ese capítulo es el que más me costó escribir. Lo escribí, lo reescribí, no encontraba el tono, no encontraba la gracia. Entonces escribo una versión, se la doy a Ernesto Calvo, un politólogo que está muy citado porque es uno de los investigadores más importantes sobre el funcionamiento de Twitter, para que me hiciera una devolución. Yo quería que lo peinara en términos técnicos, que me dijera que estaba correcto técnicamente todo lo que yo decía ahí, y su devolución fue tremenda porque me termina diciendo algo así como “está medio aburrido el capítulo”. Y yo no me esperaba esta evolución. Entre un montón de otras cosas que me dijo "hay un montón de tuits citados en este capítulo, pero no hay ningún tuit tuyo". Y yo dije: “Bueno, no es tan importante. Yo casi no tuiteo”. Y él me dice: “Sí, yo te veo. Y sos bastante picante”. Me puse a mirar mis tuits y ahí me di cuenta que efectivamente yo era un troll. Esa fue la clave para reescribir el capítulo, incluso una clave de humor. Bueno, acá hay algo divertido: mi yo troll. Y era una clave no solamente humorística, como para que la narración fuera un poco más amena, sino que también me daba una clave política. El problema es que nos rompieron las formas del debate. Yo no soy un troll, yo soy una persona que se formó, que busca argumentos, más o menos amable con las personas con las que discute y trata. ¿Y acaso soy un troll? No era solo yo el problema, el problema era que todo el debate se pudrió. No hay discusión posible si los términos son siempre la humillación del otro, la descalificación del otro, no buscar argumentos, inventar fake news. Es muy difícil. Eso va a haber que recomponerlo también.
Incluís dos páginas de posteos en los que te descalifican. Hablan desde tu aspecto hasta la idea de tu muerte. Has estado en medio de operaciones en las redes sociales. ¿Cómo lidiás con esas cosas? ¿Cuánto se cruza ese mundo virtual con el resto de tu vida?
No es tan grave. El problema es sobreestimar demasiado lo que se dice. Si yo que debo ser una de las personas más odiadas de Argentina sobrevivo, nadie debería apichonarse demasiado. Por un lado eso, por otro lado sí hay días que duele y hay días que jode. Un poco lo que te sostiene son las convicciones, es saber por qué sucede, seguir creyendo en eso. Cuando veo que hay gente a la que la hatearon mucho por una opinión que tiró, de la que no estaba muy segura y dicen “no quise decir eso”, ya está, te quebraron. Porque por ahí la convicción no era ni tan fuerte originalmente. Lidias con eso.
¿Pero es virtual o es real?
Es sobre todo virtual, pero eso después termina derramándose. Por ahí voy en la calle y me gritan una pelotudez, que es de las que se dicen en Twitter. Después de diez años de insistir en algún momento algún boludo que pasa en la calle te vas a cruzar. No es mucho, no es todo el tiempo. En la calle recibo mucho más amor que insultos. Sería injusto de mi parte no ponerlo en esos términos también.
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Julia Mengolini
Gastón Britos / FocoUy
Por momentos, Las caras del monstruo me recordó al último disco de Marilina Bertoldi, Para quién trabajas. Sobre todo en una pregunta: ¿Quién es el monstruo? Esa idea que de alguna manera te terminás transformando en lo que en su momento estaba del otro lado. ¿Cómo lidias con eso?
Con eso de que de repente tuiteaba como un troll, cuando me di cuenta dejé de tuitear. Ya no tuiteo más. Después no me asumo un troll. ¿Viste la típica de se lo comió el personaje? Creo que vengo zafando bastante bien de eso. Yo creo que incluso el ejercicio mismo de haberme sentado a escribir un libro, que tiene bibliografía, que tiene argumentos, que tiene por lo menos la pretensión de cierta profundidad sobre todas las cuestiones es alejarte todo lo posible y pelear contra ese personaje. Si dentro de todos los monstruos que están dentro del libro uno de los monstruos es esa criatura que hacen de mí, el libro es la contracara. La contracara del monstruo, en definitiva. Es mostrar que yo no soy ese monstruo, que yo no soy ese personaje. Así que ahí están los esfuerzos puestos también. Vos me preguntabas al principio por qué lo escribiste, con qué motivación: hay algún lugar del por qué escribir el libro que es que yo no soy esa criatura que hacen de mí, esa criatura hecha de recortes, una especie de Frankenstein hecha de recortes y de fake news. Julia Mengolini odia a la selección. Julia Mengolini odia a los tenistas. Julia Mengolini es insoportable. Julia Mengolini se la agarró con los granaderos a caballo. ¿Esa la leíste? Se van sumando cantidad de volúmenes porque ya hace tiempo que los trolls no discuten las ideas que son las que de verdad molestan. Ya no discuten el fondo de la cuestión. Lo que hacen es derribar a un personaje, ridiculizarlo permanentemente. Son tonterías, pero si vos tenés una por semana le das letra a los odiadores para que se acuerden de odiarte. Pero no por los motivos correctos; odiame porque soy feminista, porque soy peronista, porque soy ecologista. Pero para eso tienen que tener argumentos y posiciones en el mundo. De verdad te odian por eso pero la comidita es otra, es la boludez, la pelea con Yanina Latorre.