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22 de noviembre 2025 - 5:00hs

A Ernesto Tabárez el nombre de la banda que encabeza desde hace 20 años, Eté & Los Problems, le parece horrible. Poco antes de sacar el primer disco del grupo, Malditos banquetes, el mismísimo Jaime Roos le dijo “pensalo de nuevo”. Y la respuesta del cantante y guitarrista fue “está perfecto”.

“¿Con qué tupé un tipo de 23 años le dice que no a Jaime, le dice ‘no estás entendiendo’?”, se pregunta ahora Tabárez, mientras se prepara un té con limón y jengibre en su casa de la Ciudad Vieja. A esta altura, que ya pasaron dos décadas, no le queda más que resignación y una lógica bajo la que aceptar aquella decisión: “Uno no elige su nombre, y al final tampoco elige el de la banda. Me hubiera gustado cambiarlo, pero es tarde. Es un nombre malo, pero la banda es buena”.

La banda, entonces, se llama Eté & Los Problems. Y Eté & Los Problems, entonces, está cumpliendo veinte años. Y lo va a festejar. Mientras conversa con El Observador, Tabárez hace algunos paréntesis para resolver cuestiones que surgen a través de whatsapps y llamadas en su teléfono vinculadas a ese evento, a la celebración prevista para el 29 de noviembre en el Teatro de Verano, en lo que será el show más grande de la historia del grupo.

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Estamos festejando, entre otras cosas, que el tiempo no pudo con nosotros. Ya va a poder, pero todavía no pudo. Y hubiera sido más fácil rendirse muchas veces. Pero teníamos que hacer lo que teníamos que hacer. Y acá estamos, sobrevivimos”, agradece el líder de este proyecto que, con distintas alineaciones, publicó hasta ahora cinco discos, y que de forma lenta pero constante fue creciendo en el panorama musical uruguayo, con algunos saltos considerables, como el de su canción más popular: Jordan.

Embed - ETÉ Y LOS PROBLEMS - Jordan

Y siempre apuntando a una montaña más alta y escarpada que la que cruzaron antes. Es una banda que vive de ponerse objetivos complicados, y Tabárez lo reconoce.

“Un amigo me dijo ‘siempre encontrás la manera de someter a la banda a un estrés nuevo’. Lo dijo como algo valioso. Ese amigo fue el que me había enseñado el concepto de estrés hídrico que se hace con las plantas, que se les deja de dar agua en algunos momentos, para que cuando le vuelvas a dar agua sea más fuerte”, explica sobre este proyecto que viene de cosechar tres premios Graffiti por su disco Plata.

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“Yo creo que someter a esta estructura de trabajo a estreses nuevos cada vez, genera que la banda sea más fuerte. Obviamente, después de hacer un Teatro de Verano va a ser distinto volver a encarar una Sala del Museo, pero es lo que nos mantiene con vida también, el desafío. La búsqueda de esa épica. Somos esto. Cualquiera que nos haya visto tocar una vez lo sabe. Esta banda está entregada a la intensidad desde el primer día”.

¿A esta altura, después de 20 años, ya sabés de dónde viene esa manera de ser?

Yo vivo muy intensamente. Soy un gordo intenso. Es como entiendo la vida, y así entiendo a mi banda. Por eso también es cierta, es una banda honesta en el sentido que define quiénes somos.

¿La intensidad estuvo siempre en tu vida?

A mí me recuerdan como un niño así, igual que ahora. Hablaba sin parar y me emocionaba mucho con las cosas.

Y en esa intensidad, ¿aparece el silencio a veces?

Yo siempre estoy hablando y cantando en mi cabeza. Las dos cosas al mismo tiempo. Es cuando compongo que hago silencio, cuando trato de escuchar. Pero no lo disfruto demasiado al silencio, salvo en esos momentos. El año pasado, cuando me operaron de las cuerdas vocales, estuve un mes callado. Y fue dificilísimo. Horrible. Hablaba con una aplicación y una libreta. Igual entendí cosas. Entendí que me gusta hablar, que es una cosa que me encanta, que me gusta mucho comunicarme con las personas, incluso conmigo mismo. Me gusta hablar solo, es una tradición familiar. Me crie en una casa donde la gente hablaba sin parar, todo el tiempo, todas las personas estaban hablando al mismo tiempo. Y era un lugar feliz, así que todo bien.

***

Eté & Los Problems se define como una banda de canciones. Para Ernesto Tabárez, las canciones son lo que manda, y el grupo va a hacer lo que ellas pidan. Y eso tiene que ver también con su propia vida: con una fascinación con las canciones que viene de niño y los momentos de descubrimiento que llegaron a través de sus auriculares.

Hijo de padres separados desde que era muy chiquito, la música aparecía para Ernesto durante los fines de semana, cuando se iba a lo de su padre. En la casa de su madre no se escuchaba música, se leía. Mucho. Todos callados. Ese era el único momento en el que en esa casa había silencio. Pero en la casa paterna era otro cantar, literalmente: tango, samba, milongas, Beatles, Beethoven. Se escuchaba y se tocaba.

De niño, Tabárez podía tocar la guitarra si pedía permiso. Su padre lo sentaba en la cama, para no golpear el instrumento, y se la ponía en la falda, como él hace ahora con Nina, su hija. Pero aunque no fue hasta los 12 años que empezó a agarrar el instrumento con una intención clara, desde siempre estuvo la fascinación con las canciones. Su padre le presentaba algunas: las escuchaban juntos, y su padre iba parando la reproducción para explicárselas.

A los 7 años tuvo sus primeros discos. Unos que no había pedido: una vecina trajo un cargamento de casetes del Chuy, y la madre de Ernesto, sin mucha idea, le preguntó qué le podía regalar a su hijo. La vecina le sugirió lo que se estaba escuchando: Jazzy Mel y los Auténticos Decadentes. Ese segundo tuvo un poco más de éxito con el niño, que tenía además un equipo que su madre le había traído de Suecia, un reproductor con un micrófono que permitía cantar arriba del casete, a lo karaoke, y que le permitió entonar Loco tu forma de ser por encima de la banda argentina unas cuantas veces.

De Argentina vino la siguiente revelación. En una reunión con la familia de su padre, su prima Lorena dijo que quería ir a ver a Fito Páez cuando tocara en Montevideo en el marco de la gira de presentación de El amor después del amor, pero su madre no la dejaba. El padre de Ernesto dijo “yo la llevo”, e invitó a su hijo de 10 años a acompañarlos.

“Fui a ver ese show y quedé prendado”, recuerda ahora Tabárez. Para la Navidad siguiente pidió el disco de Páez, pero cuando su tía lo fue a comprar, estaba agotado. En la disquería le vendieron otro disco del rosarino, Ey!, que junto a un walkman terminaron abajo del arbolito ese año.

Ernesto se fue a la cama esa Navidad, se calzó los auriculares y apretó play. La cinta arrancó a correr y empezó Lejos de Berlín.

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“Me explotó la cabeza”.

El disco de Páez, hecho en una de las épocas más excesivas y desbundadas de su vida, es un disco bastante turbio. Con el paso de las canciones, en particular cuando Resaca llegó a los oídos de Ernesto Tabárez, se le empezó a generar una sensación ominosa. La idea de que había un mundo adulto que nadie le había contado.

“Después entendí que no me lo habían contado porque mis padres tampoco lo conocían. Ese disco es tipo: están tomando merca con Batato Barea y se van con unos travestis a un hotel, y alguien quiere comprar más merca, todo así. Fue una sensación de que se corrió un velo. Después ya al toque tuve El amor después del amor, y al poco tiempo mi padre compró una bandeja de CDs Sony, buenísima, y con eso para mi cumpleaños me regalaron una plata que usé para comprarme La hija de la lágrima, de Charly García. Fui a lo de mi padre, lo copié a casete, y me acuerdo de pasarme todo 1994 escuchando miles de horas La hija de la lágrima en los auriculares, con 11 años”.

¿En qué momento aparecen tus canciones?

A los 13 armé una banda con dos compañeros de liceo. Y a los 14 conocí al Darno (Eduardo Darnauchans) y ahí ya me dediqué a eso. Ahí ya empecé a hacer canciones y Eduardo me ayudaba, las escuchaba, me mandaba a hacer tipos de canciones, como ejercicios.

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Ernesto Tabárez conoció a Darnauchans gracias a la tele. Cada mediodía volvía del liceo y miraba Caleidoscopio, el magazine de Canal 10 que conducían María Inés Obaldía y Gerardo Sotelo. Un día apareció en el programa un tipo con un sobretodo encima de los hombros escoltado por dos guitarristas, y cantó Por los médanos blancos y Desconsolados 2. El impacto fue tal que Tabárez todavía no puede explicar lo que sintió en aquel momento frente a la pantalla.

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Un año después, Obaldía anunció que al día siguiente Darnauchans volvería al programa. Ernesto levantó el teléfono, llamó a Canal 10 y le dijo a la productora del programa “quiero ir a verlo”.

—No se puede, no es con público —respondió la productora.
—Mirá, tengo 14 años, no voy a conciertos, pero a él lo quiero ver.
—Bueno, ¿cuántos son?
—Yo solo.
—Venite.

Sin decirle a nadie, Ernesto salió del liceo al otro día y se fue hasta el canal. Darnauchans no había llegado todavía, así que le dijeron que esperara sentado a un costado. Hasta que llegó el cantautor. Se acercó a la productora, conversaron, ella señaló al liceal que esperaba. Darnauchans lo miró y siguió charlando con la mujer, que momentos después le pidió a Tabárez que se acercara.

—¿Qué hacés acá, loco? —preguntó el Darno.
—Vine porque te quería ver tocar
—Esto es un lugar horrible, un canal de televisión a las 2 de la tarde es la peor experiencia.

Darnauchans anunció que se iba a desayunar, se dio vuelta y empezó a caminar por un pasillo del canal. Avanzó unos pasos, se dio vuelta y mirando al adolescente le dijo:

—Te invité a desayunar.

En una mesa del bar Saeta, en la esquina del canal, tuvieron una primera charla. “Y nos llevamos increíblemente bien, muy rápido. Nos recopamos los dos, él conmigo y yo con él. Me dijo que verlo en la tele era una porquería, que tenía que ir a un show, y yo le expliqué que no sabía cómo, que no me iban a dejar entrar”, recuerda el líder de Los Problems.

“Me contestó ‘sos muy flaquito para entrar. Vamos a hacer una cosa, vamos a decir que sos mi sobrino’. Desde ahí en adelante y hasta que Eduardo se murió, me debo haber perdido cinco de sus shows en diez años”.

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¿Te acordás de la primera canción que hiciste?

Hacía canciones de niño, como todo niño, pero la primera canción como tal que hice para la banda en el liceo me la acuerdo, sí. No te voy a contar nada porque es una vergüenza, pero creo que hasta la podría tocar.

Te fuiste chico de tu casa, ¿no?

A los 17 años me fui. No querían que hiciera canciones, yo quería hacer canciones, y ta. Nos llevábamos mal y me fui. Me fui a vivir con un amigo que era un poco más grande, tenía 19 o 20. Sus padres se habían ido a vivir a Estados Unidos, él se había quedado con la casa. Después me fui a la casa de Eduardo, pasé por lo de mi viejo, después me fui con una novia, y anduve por la vida.

¿Las canciones fueron siempre el objetivo entonces?

Sí, sí. Me distraje pocas veces de eso. Tuve una época de trabajo de oficina, vendiendo relojes de personal y control de acceso, pero me duró menos de un año. El trabajo que tuve más tiempo fue como cinco años repartiendo los libros del club de lectores de Banda Oriental, andaba con una mochila de libros por las casa, y estuvo bueno porque hablaba mucho de literatura, sobre todo con las maestras jubiladas que compraban eso. Aprendí mucho ahí.

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Eté & Los Problems existe por una impresora que falló. Ernesto Tabárez balanceaba la cursada de sexto de liceo, requisito necesario para cumplir su objetivo de entrar a la Escuela Universitaria de Música; su asistencia a la Escuela de Música municipal, y un trabajo en una empresa de software donde era muy infeliz.

“Yo quise ser un buen trabajador y no lo logré, me mandaba una cagada atrás de la otra. Y en un momento me mandé una grande. La empresa tenía todo para ganar una licitación, y la perdimos porque una impresora me abandonó a las 10 de la noche y morí”.

En ese momento, hacía un año que no podía hacer canciones. Sus jefes le adelantaron vacaciones y le dieron una semana para que se acomodara. En esos siete días compuso tres temas, incluyendo dos que terminarían en el tracklist de Malditos banquetes. Con eso, creyó que podía volver al trabajo, más tranquilo. Pero no cambió nada.

Los dueños de la empresa lo despidieron. En la conversación donde se lo comunicaron, le dijeron que se fuera a hacer lo que quería hacer. Canciones.

"Ahí dije 'me dedico a esto'. Hice miles de changas, pero no tuve un trabajo formal nunca más. La música fue mi medio de vida muchos años después. Ahí pasó a ser mi razón de vida."

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PH_ Diego Civera

Con Los Problems armados, Tabárez encontró un canal para las canciones. Esas canciones que pueden demorar cinco años en estar terminadas, pero que el músico y compositor no reconoce como un problema. Dice que de sus pocas virtudes como autor está la de ser trabajador y tolerar la frustración de hacer una canción y que no te guste.

“Puedo andar a ciegas mucho, mucho tiempo. Tengo una fe, algo que me lo sostiene. Si bien hay mucho pensamiento, atravieso el tiempo con las canciones. Hay gente que tiene el don; a Rada le tirás un sorete y te hace una canción, pero yo no soy una persona talentosa. Hay gente que lo es y se le caen las canciones. Yo soy un trabajador, a las canciones las cazo en los territorios más áridos”.

¿Tenés una canción por la que te gustaría que te recuerden?

Más que eso, me interesa generarle a otros lo que las canciones me generaron a mí. Que haya un pibe de 13 años, con auriculares, escuchando la canción que sea, y que sienta que las canciones son la mejor cosa del mundo, tanto que le dedique su vida a eso. Que ese sea mi aporte, más que ser recordado yo. En dos generaciones me van a olvidar: mis nietos me conocerán en persona y trataré de ser el abuelo más simpático que pueda. Y después, yo que sé, quedan las canciones. Nunca sabés, capaz que en 100 años alguien pone Plata, encuentra una canción que le encanta y sale al mundo. La antorcha pasa de mano en mano. De eso se trata.

***

De todas las canciones que hizo, hay una que Ernesto Tabárez, y por extensión, Eté & Los problems, dejaron de cantar para siempre. Se llama Filo, está en el disco Vil, y está inspirada por un asesino serial real. Un día, a Tabárez le tocó reconocer el cuerpo de una novia en la morgue y ese día entendió que “hay cosas con las que no se juega”.

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De todas las canciones que hizo, hay algunas que generaron que alguien le diga a Tabárez que sus discos le salvaron. Y él entiende de qué le están hablando. Porque todo el tiempo lo salvan las canciones del resto. Una de las últimas, cuenta, fue The Beast in me, de Nick Lowe. La escuchó y fue como si le hubieran dado un abrazo. Como si adentro se le hubiera abierto un espacio nuevo.

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Por eso cuando le toca subir a un escenario a entregar sus canciones lo hace aunque su cuerpo esté al límite. En 20 años, nunca suspendió un show, aunque eso implique haber subido al escenario con fiebre, como le pasó el día del primer toque en la historia de Los Problems, o con una infección en las encías en una gira por Alemania, manando sangre por la boca, o con la garganta destrozada y la voz como estuvo durante dos años. O como cuando siguió tocando en Maldonado mientras un perro le mordía la pierna.

“Lo hago porque siento que cuando tocamos es sagrado. Subo a tocar esas canciones y todo tiene sentido”.

¿Qué es lo más épico que te pasó arriba de un escenario?

Los Problems vivimos siempre con épica. La música ha sido muy generosa conmigo, pero sobre todo, he recibido multiplicado lo que he dado. Yo he dado todo y he recibido más. Es como la película Cruzada, que en un momento preguntan “¿Cuánto cuesta Jerusalén?” Y Saladino responde: “Nada. Todo.” Esto es lo mismo, yo he dado todo y he recibido mucho más que todo. No se puede pedir más que eso.

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