“El show transita entre el canto y el cuento”, resume Routin. “Somos cronistas que venimos a contar la historia a través de lo que hemos recibido de otros cronistas. Encontrarme con mi nieto, Valentín, que tiene 5 años, y cantar con él Río de los pájaros, es acercarle a un autor y a una canción para que no se pierda. Es como A la rueda rueda, que ya no sabés de donde salió, pero está ahí”.
Sobre ese show, pero también sobre su vuelta a Falta y Resto en el que será el 40 aniversario de su primer Carnaval, y sobre el estado actual de la murga, esta conversación.
Pablo Pinocho Routín
Foto: Leonardo Carreño
¿Cómo te llevas con el rol del intérprete?
Es divino, te deja abierta la puerta a un montón de cosas que podés interpretar a tu manera porque no conoces el origen. O capaz que resignificás un verso que el autor o la autora quisieron poner en un lugar y vos lo pones en otro.
¿Cómo nos llevamos en Uruguay con los intérpretes? Tenemos un historial muy rico, algunos son muy populares, pero capaz que en la consideración están por debajo de los compositores.
Hace mucho leí una entrevista a Laura Canoura, y ella decía que el rol del intérprete en Uruguay está un poco devaluado. Si vos pisás Brasil, por ejemplo, casi todos los hits que acá conocemos no son de autoría de quienes los interpretan. Hay una apertura y un reconocimiento a los intérpretes como algo importante. Quizás en nuestra música popular no tanto. Obvio que siempre hay excepciones y también es cierto que hay gente que hace su repertorio hace muchos años y que lo transita con liviandad, pero son procesos personales, seguramente yo en algún momento pegue el coletazo y vuelva a mi cancionero o a gran parte de él.
En los shows en el interior de esta gira tuviste una instancia de talleres, de intercambio con los músicos locales en la previa al show. ¿Cómo fue esa experiencia?
Muy linda. Participan jóvenes que vienen de los conservatorios, que tienen una formación más clásica o académica, y logramos enfrentar los dos mundos, el de la música popular y el de la música académica, con un eje en común que es el amor por la música y la avidez por el conocimiento. Los talleres generan más que nada preguntas, que es lo que a nosotros nos interesa, que alguien joven vaya y busque a Amalia de la Vega si no la conoce y la escuche cantar, y diga “esto es un tesoro escondido”. A veces sucede que invitamos a participantes a tocar con nosotros. Ahora, por ejemplo, para la sala Zitarrosa invitamos a Cynthia Núñez, que es una violinista docente en Treinta y Tres. Tiene un significado profundo para nosotros esta forma tan sana y genuina de intercambio.
En los talleres también ejercitás el rol de docente, una faceta que es parte de tu desarrollo de la profesión. ¿Qué es lo que más disfrutás de ese rol?
Una de las cosas que he aprendido es que la horizontalidad es el único camino posible. Cuando uno se siente portador de conocimientos a mí, en lo personal, no me gusta esa visión. Lo que está bueno es poder ofrecer la información y generar un conflicto, en el buen sentido de la palabra, porque es desde el conflicto donde nace el aprendizaje. Más allá de la hoja del libro o la palabra de la persona que está al frente de la clase, cuando tenés que resolver un conflicto es cuando te apropiás del conocimiento.
Pablo Pinocho Routín
Foto: Leonardo Carreño
En un proyecto como este que tiene mucho que ver con la memoria, con la identidad, aparecen algunos nombres que has ido mencionando, ¿te da la impresión de que socialmente, o culturalmente, tenemos un vínculo con Amalia de la Vega o Aníbal Sampayo en lo cotidiano? ¿Están presentes esos nombres o se activa la referencia cuando viene alguien y toca sus canciones?
No hay un vínculo fluido, inclusive de los que estamos en la música desde hace mucho tiempo. A todo ese mundo que transitaba en mi casa con mi familia le empecé a poner títulos mucho tiempo después de estar cantando. A veces uno comete el error de pensar que el género en el que uno canta empieza cuando uno llega. Me pasa pila con la murga, en el intercambio con las nuevas generaciones. Es muy importante conocer la historia. Vos podés decir “esta forma no me interesa, estos contenidos no me importan” y hacer tu viaje, eso está bárbaro. Pero me parece que lo primero es tratar de encontrar el punto de partida del género, quiénes fueron los capos y cómo empezó a florecer, por qué tiene el poder que tiene. Entonces creo que a veces falta conocimiento y también falta que desde el Estado o desde los ámbitos culturales se puedan sostener determinadas personalidades. Yo creo que Amalia de la Vega está en el tapete histórico ahora porque hay un grupo de personas que se han encargado de decir, hace fecha del nacimiento, miren lo que son estas canciones. Entonces, generar difusión de artistas que ya no están y que han sido columna vertebral es muy importante.
El Carnaval 2026 volvés a tu primera murga, Falta y Resto.
Es una alegría muy grande. Mi objetivo es ser feliz dentro de este proceso y de este proyecto. Falta y Resto, a esta altura de mi vida y de la vida de nosotros, me imagino, era un imposible. Se tenían que dar muchas cosas, en este caso que La Falta resolviera volver, que a los que estamos no nos agarren con otros proyectos, de los que tenés ganas de estar, y no siempre tenés ganas de volver a proyectos en los que estuviste.
¿Cómo fue esa llamada de Raúl Castro? ¿Qué te pasó en ese momento cuando te hace la propuesta?
Mucha emoción. Me mandó un audio sobre fines de febrero, principios de marzo, diciéndome “¿estamos para salir juntos en Carnaval?”. Yo le pregunté, “¿ dónde?” y él me respondió en un audio con mucha emoción “En Falta y Resto, ¿dónde va a ser?”. La verdad que se me hizo un nudo en la garganta de pensar en la posibilidad. Como todo lo que sucede en Uruguay, se hizo un asado, fue un reencuentro hermoso, pero necesitaba ver si además del tremendo afecto que nos tenemos y la confianza, había un proyecto artístico de murga que pudiéramos amasar juntos. Con el paso de los encuentros se empezó a mostrar que sí, que hay un lugar donde nos podemos alinear, y confirmarlo fue una fiesta. También es una alegría porque siento que para la gente es una alegría. Y mi vínculo más grande con el Carnaval es la gente, la que está arriba del escenario y la enorme cantidad de gente que está abajo, que son anónimos y que son los que dan el amor que hace posible que uno salga.
Pablo Pinocho Routín
Foto: Leonardo Carreño
¿Cómo recordás aquel primer carnaval con la Falta?
Hermoso. Fue el carnaval de 1986. O sea que van a hacer 40 años de mi primer Carnaval. Es un montón de tiempo, una locura, yo era muy joven y para mí era tocar el cielo con las manos, pero también lo es ahora. Yo salgo cuando me invitan a un proyecto que considero que está bueno, y cuando eso se junta con mis ganas de salir, que con el paso del tiempo son a veces intermitentes. Siempre tengo ganas de estar en Carnaval pero no siempre de estar arriba del escenario. Y esta vuelta se juntan las dos cosas y tengo la misma ilusión que tenía cuando empecé. Ilusión de estar, de todo lo que se viene, de los ensayos, del proceso, de los laberintos que tiene un proceso creativo que tenés que estar abierto y con disfrute para recibirlos, es como esa cosa de saber que hay un momento que vas a tener que aceptar el caos, integrar la incertidumbre. El que pretenda vivir en cualquier plano sin incertidumbre, está liquidado, porque la incertidumbre es la ley que rige el universo. Y el caos de los procesos creativos hay que disfrutarlo.
En estos 40 años la murga cambió. ¿Cómo ves el recambio generacional? ¿Qué está pasando con la gente más joven en la murga?
Creo que hace rato la gente joven sostiene el Carnaval, y hace que el carnaval sea esta fiesta de participación. La nueva generación valora mucho la participación de la gente, lo ven como una fiesta popular, no vienen al Carnaval a salvarse; vienen más a salvar al Carnaval que a salvarse, porque son sangre joven, son corazones que pulsan a una velocidad y con una intensidad muy grande. He aprendido mucho de cómo hacer humor, de cómo bajarle la parte melosa a la poesía, de cómo se pueden decir cosas bellas con lenguajes más cotidianos, y son generaciones que se han animado a tener un punto de vista sobre los temas de actualidad que creo que es muy importante. Porque si la murga se queda solamente en ser una crónica del año se queda corta. Me parece que cada grupo de personas que tiene una identidad determinada bajo el título de una murga tiene de alguna manera una obligación o una ética artística que implica tener un punto de vista sobre los temas. Una línea editorial. Los veteranos a veces hemos pecado en esa cosa de agarrar el candil y decir, “sigannos porque es por acá”. Creo que a veces tenemos o hemos tenido esa inclinación a querer mostrar el camino y creo que las nuevas generaciones rechazan eso.
Pablo Pinocho Routín
Foto: Leonardo Carreño
Sobre todo en el humor, ¿se ha hecho más políticamente correcta la murga?
Sí, excesivamente políticamente correcta. Creo que es una de las cosas que hay que buscarle la vuelta para derrumbar esa barrera que tiene mucho que ver con las opiniones, con esta cosa de que vos mismo antes de escribir te autocensurás, de que “si digo esto me van a caer por acá”. Es como si un pintor dijera que no va a pintar con rojo porque pueden interpretarlo de tal forma, y si lo mezcla con amarillo tal otra, y así no se puede pintar un cuadro, ni crear un espectáculo musical escénico del género murga para Carnaval. Creo que eso está instalado y hay que sanamente pelear contra eso, y no porque el Carnaval sea una expresión que solamente le pegue a un sector de la política. Basta, Carnaval es libre, la libertad de expresión es un derecho humano. Entonces, yo formo parte de una murga, y vamos a salir a decir lo que pensamos y lo que queremos. Después, si la gente está en sintonía bárbaro, si los colegas están en sintonía bárbaro y si no, es lo mismo. Porque no hacemos una convención de letristas, y decimos “vamos a ir por esta línea”. Cada uno dice lo que quiere.
¿El Carnaval sigue siendo popular?
Yo creo que sí. Igual creo que hay un error conceptual que los que estamos adentro del Carnaval creemos. El Carnaval es muy popular, pero si pensás que la murga, o la música popular uruguaya, o la murga canción, son la música popular de Uruguay, te equivocás. La música popular uruguaya es la música tropical, y si salís al interior, donde hay dos millones de personas, la música popular es la folclórica, no la murga. Es una expresión popular pero no es la expresión popular por excelencia.
Pablo Pinocho Routín
Foto: Leonardo Carreño
¿Y a quién le habla la murga hoy?
Creo que le sigue hablando a las clases bajas de donde proviene, y de donde provienen quienes hacen murga. No es una regla, porque de repente hay gente que viene de lugares con más privilegios que hace buena murga y tiene una mirada sensible. Pero yo siento que si vos sos letrista de una murga, tenés que saber lo que es tomarte un ómnibus lleno y estar contando cuánta plata tenés para el boleto. Hay un montón de vicisitudes que son características de las clases de abajo, que es como dice El Sabalero, “lindo haberlo vivido para poderlo contar”. Entonces creo que parte de ahí y que el mensaje va hacia ahí. Ahora, es cierto que la murga se ha instalado en una cosa más de clase media en relación también al público que la consume, que es el público que puede ir al tablado. Capaz que la clase que está más abajo, y que antes podía ir al tablado como yo podía ir todos los días de niño, con los precios de hoy no podría, o al menos a algunos tablados. Ese hábito se perdió, pero atrás hay una razón económica. Entonces creo que ahí también tiene que haber un pienso, desde donde te parás a decir las cosas. Porque si en una cuarteta hacés un chiste con el sushi, no sé si está bueno. Porque hay gente que no sabe qué es el sushi, y mucho menos puede comprarlo. Y menos todavía lo elegiría. Y que conste que no tengo nada contra el sushi.