En esa milésima de segundo que separa el momento en que Yuja Wang baja sus garras y entra en contacto con el piano aparece una certeza brutal, una que es imposible de obviar y que se confirma al instante: lo que seguirá será inolvidable. Y, efectivamente, cuando finalmente pasa, cuando la pianista china de 38 años, una de las más virtuosas y veloces del mundo, se pone a tocar, la onda expansiva es implacable. Mueve sus falanges al ritmo de un relámpago, desliza las dos arañas color piel con una destreza sobrenatural, y es casi esperable ver salir humo de las teclas pero no: lo que sale de ellas es pura música, música que le da forma a uno los eventos culturales del 2025 en Montevideo.
Este domingo 15 de junio, Wang dejó al público uruguayo sin habla por segunda vez en su carrera. En 2018 lo había hecho en el teatro Solís —donde tocó nada más y nada menos que nueve bises—, y ahora hizo lo propio en el Auditorio del Sodre, en una de las fechas más esperadas de la temporada 2025 del Centro Cultural de Música. Si bien la institución ha acostumbrado a sus socios y asistentes frecuentes a figuras de alto nivel —sin ir más lejos, en 2024 tocó Lang Lang, otro pianista chino considerado de los mejores del mundo—, esta presentación, un hito en la temporada, tenía el rótulo de mojón del año. Y vaya si lo fue.
Wang, que nació en una familia de músicos, empezó a tocar a los seis años y a los 20 lanzó su carrera a la estratósfera cuando reemplazó a Martha Argerich en una serie de conciertos con la Orquesta Sinfónica de Boston, se presentó junto a la Mahler Chamber Orchestra, con la que se encuentra girando por la región y con la que la noche anterior, por ejemplo, había deslumbrado en el Teatro Colón de Buenos Aires.
En Uruguay, su presentación comenzó con una interpretación del Concierto Dumbarton Oaks de Stravinsky a cargo de la orquesta, que calentó la noche para la aparición de la pianista.
Ella entró una vez finalizada la pieza, y de inmediato hizo gala de una de sus señas de identidad: un vestuario seductor y estridente, con altísimos tacos que habilitan la pregunta inmediata de cómo hace para acompasarlos a su performance, algo que enseguida se contesta solo. Sentada, casi levitando, hace que lo imposible parezca al alcance de cualquiera.
Wang es carismática, se quiebra en cada reverencia al público y transmite una energía en su interpretación que proyecta a los músicos. Ellos terminan vibrando tanto como ella. Además, la primera de las piezas que tocó fue en sintonía con esa intensidad: el Concierto para piano y orquesta n° 4 de Nikolay Kapustin, una obra con fuertes influencias del jazz y la música popular estadounidense, que desplegó hasta la participación de una batería e hizo lucir de forma apabullante a Wang en sus solos. El final, al decir de alguien que estuvo presente y salió particularmente entusiasmado con esa interpretación enfebrecida, fue para “revolear sillas”.
Después del intermedio, la orquesta volvió con la obertura de Coriolano op. 62 de Beethoven, que dio paso a un nuevo cambio de vestuario para Yuja, y también al gran final del espectáculo con el Concierto para piano y orquesta n°1 en si bemol menor de Tchaikovsky, una topadora musical de más de media hora que dejó al público extático y a los dedos de Wang prendidos fuego. Lo aplausos y los vítores, como siempre, abrieron la sección de los bises, donde la pianista “escatimó” en comparación con aquella última vez: tocó solamente dos. El primero, Gretchen am Spinnrade, Op. 2, D. 118 (arr. Franz Liszt), de Franz Schubert; y cerró con la Toccatina, Op. 63 de Kapustin.
Con flores en la mano y reverencias exacerbadas, Yuja Wang dejó en Montevideo otra exhibición de talento, destreza y carisma explosivo. Fue fácil de entender: cuando levantó los dedos del piano, el Auditorio ya sabía que ese instante de aliento contenido antes de la explosión del aplauso se quedaría en la memoria de los asistentes de ahí en adelante.