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13 de julio 2024 - 9:30hs

Es un verano insoportable, pero tengo suerte y licencia, y estoy en la playa. Es 2019, enero. La arena no hierve, pero quema; a ella le gusta entrar al agua y quedarse remoloneando entre las olas, ahí adentro está fresco, supongo. Orilleo un rato y después la imito. Salgo enseguida. A mí el golpe helado del mar me pone mal, prefiero dejar que la temperatura se regule sola bajo el sol. Me quedo tirado sobre un toallón que se seca rápido, me quedo masticando el viento caliente de Punta Rubia y estiro la mano hasta alcanzar el libro. La portada, manchada de sal, las páginas con arena cerca del pegamento. Hay marcas del agua que se secó porque ella ya pasó por ahí. Fue hace días, la lectura es compartida, ahora me toca a mí. Me acomodo los lentes de sol sobre los lentes con aumento, un karma de miope aparatoso que no me preocupa, y entro en esos cuentos otra vez. Ahí está la sorpresa, una vez más: la voz nueva, fresca, esas oraciones que son latigazos, una forma de hablar del amor, del amor desgastado, de la cara más extraña de las relaciones humanas. Ahí está: el hallazgo que a ella le hizo decirme “tenés que leerlo, tenés que leerlo ahora”. Esa forma de hablar del sexo, de la sensibilidad, de la vergüenza ajena que nos genera la vida todo el tiempo. Es una voz en formación, pero ya hay trazas de identidad, hay una cosa genuina metida ahí en el corazón de las palabras.

«Cuando llegamos a casa me dijo que lo agarrara fuerte. Una noche me dio la mano en la oscuridad y lloró, yo entendí el pedido. Dijo que la razón es como una ruta y la locura es el campo, la pampa, lo infinito después. Que él ya había entrado y salido muchas veces de esa ruta, y que se le había angostado. Ya no quería volver a bajar, salir al desierto, tenía miedo, y prometí cuidarlo.»

Levanto la cabeza, ella sigue chapoteando entre la espuma. Vuelvo a Los mejores días, de Magalí Etchebarne. Será una imagen recurrente durante esos días de vacaciones. Será, también, una conversación. O varias, todas disparadas por esta escritora argentina que acaba de aterrizar al borde de nuestro Atlántico.

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Etchebarne vuelve algunos años después a escena. Nos enteramos de que Los mejores días es un pequeño gran éxito en su país, que tiene múltiples ediciones de la editorial Tenemos las máquinas, que lo edita la española Las afueras, que es un sello precioso. Lo siguiente es un libro de poesía: Como cocinar un lobo, donde usa los versos para desgranar el dolor de la muerte de sus padres. La voz está ahí: sigue madurando.

«Manejaba solo por la ruta, el viento

mecía su auto, el horizonte

un charco evaporándose al sol.

La soledad fue su tesoro,

el único premio que los hombres de su clase

recibieron del mundo.»

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Y entonces aparece un premio, el Ribera del Duero en España. Etchebarne resulta ganadora entre un grupo nada desdeñable de finalistas que incluyen, entre otros nombres, a la uruguaya Fernanda Trías y a la peruana Katya Adaui. El 2024 puede tomarse como su despegue fuera de fronteras rioplatenses. La nave se titula La vida por delante y la edita Páginas de Espuma.

Ella vuelve a los cuentos, no los abandona. Y ahí está otra vez la recomendación cercana, cuando lo último de Etchebarne toca ahora un invierno bajo cero y muy lejos de aquel verano del 19: “Tenés que leerlo, tenés que leerlo ahora”.

La vida por delante son cuatro cuentos largos. El título original iba a ser La madre, el trabajo, la muerte, el amor porque esos son justamente los temas que los atraviesan. Ella refuerza, además, esos intereses que ya eran patentes en su obra anterior: desfilan por estos relatos las relaciones que pierden fuerza, la extrañeza de lo cotidiano cuando se lo mira de cerca, el peso que tiene el paso del tiempo sobre los cuerpos, los mandatos que orbitan a la existencia, esa idea de dolor con la que tendemos a convivir casi a ciegas.

«Ella siempre impartió la sabiduría que no practicó. Nunca aprendió a preguntar cómo estás, sus dramas fueron el centro de nuestra vida, un motor, un sistema hidráulico que mantenía la fuerza y propulsión de toda la máquina. La seguridad viscosa, secreta, totalmente silenciada de que el mundo estaba contra ella y que eso mismo era su salvación.»

Etchebarne es hoy una de las voces que hay que escuchar en el panorama regional. Sus cuentos son inyecciones intramusculares, un desparramo de autenticidad y claridad que tiene mucho que ver con la forma en la que entra a los temas que le interesan: como una topadora hecha de frases calculadas con detalle y perfección. ¿Tendrá que ver con su trabajo como editora de una multinacional? Quién sabe. Queda claro, eso sí, que sabe cómo mirar y contar. Ella domina las palabras y parece fácil, pero es la gracia de la ilusión: en realidad es dificilísimo.

«A veces, mientras cocina, Ana fantasea con explosiones. Una pérdida de gas que nadie detectó a tiempo, la estructura de una casa vieja que al fin cede, tantas construcciones nuevas en el barrio abriendo huecos en la tierra y un día zaz. Ramiro y ella bajo los escombros. Qué es lo que tiene que pasar para que una pareja implosione. Está la puñalada de la traición, la amante afilada que desgarra órganos y abre una herida que a la larga se infecta y envenena, pero también, piensa Ana, está la muerte lenta del amor. Este tipo de agonía geronte con discapacidades nuevas, incluso a veces sorpresiva. (...) Después, es un arte oriental concentrarse en los detalles, fijar la atención a lo que permanece reconocible, rasgos adultos en un bebé, cuando desayuna mirarle entre las cejas y no la a boca, dormir en habitaciones separadas, evitar el sexo, viajes en auto con silencio telepático.»

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Etchebarne pasó por Montevideo hace algunos días, vino a presentar su libro a Escaramuza. Dio algunas entrevistas, El Observador tuvo la suya, yo quise discutir con ella su defensa del cuento, quise hablar de Los mejores días y del dolor, quise que me contara como trabaja el humor. Entonces, eso sigue a partir de ahora: su voz.

Dejo que ella siga sola. La leo pensando en aquel verano, en este invierno, te recomiendo que leas La vida por delante y que me escribas, si querés, a [email protected]. Ya sabés que tarde o temprano te contesto.

Magalí Etchebarne dice

Sobre el premio y el horizonte que se le abre:

“Mis planes siguen siendo los de antes, las ideas sobre lo que quiero escribir y lo que estoy escribiendo se mantienen. Pero sí hay una exposición diferente. Creo que no fui del todo consciente de lo que implicaba hablar del libro, poner el cuerpo y la voz. Es una nueva ficción que se va armando, un nuevo texto sobre el que no tenés tanto control. Porque la conversación es un texto muy descontrolado.”

“Pensé: ¿qué es lo peor que le puede pasar a un libro? Que no pase nada. Y pensé que, si lo peor que le podía pasar a un libro era eso, no me angustiaba tanto. Todo lo que vino después fue una sorpresa. Hice lo mejor que podía hacer. Es un libro que me gusta, que me satisface, que disfruté mientras escribía. Pensé mucho en si me lo iban a aceptar con cuatro cuentos. Y después me pregunté si en realidad eran cuentos o tenían el tono de una novela. Tuve que soltar las categorías. Sabía cómo tenía que hacer para que fueran cuentos.”

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Sobre la construcción de los cuentos:

“En general los pienso con estructuras simples: un contrapeso entre un presente o un tiempo que funciona como pie de apoyo del relato —una tarde, un viaje, un fin de semana en la costa, tres días en las cataratas— y de ahí paso a ver cómo el pasado irradia sobre eso. Y ese pasado, a veces, no sé cuánto se puede abrir. Suele pasarme que escribo mucho y saco. En estos días encontré las impresiones que había hecho a la hora de corregir, y me di cuenta de que había muchos párrafos tachados. Esas cosas, si me gustan, después las uso en otros textos. Soy bastante ahorrativa.”

“En este caso había pensado en cuentos que dialogaran entre sí. Pensé en cuatro, casi como cuatro partes. Cuatro temas, que aparecieron después, que estaban uno en cada cuento, pero también de alguna manera entrelazados: la madre, la muerte, el amor, el trabajo. Y ese fue el nombre que le puse al manuscrito cuando lo entregué. Era un título solemne, pretencioso, medio de tratado, pero hacía un buen juego de opuestos con el libro, que creo que no tiene ese tono”.

Sobre el humor (porque no, su libro no tiene ese tono solemne, pretencioso, medio de tratado):

“Hay momentos en que me doy cuenta de que quiero bajar el volumen, y hay otros en que me doy cuenta de que esa es mi manera de contar. Es algo que habla de mí aunque no quiera. Es una elección de qué elijo contar y cómo. Creo que no lo voy a poder evitar nunca, es mi manera de mirar las cosas que les pasan a los personajes. Hay una frase muy linda de Claire Keegan que dice que un personaje es lo que mira. Un narrador también es un personaje y lo que mira es lo que lo define. A veces el humor se trata solo de desviar la atención de lo que se suele mirar.”

Y sobre el dolor, porque hay humor y dolor:

“El dolor era un problema para mí durante la escritura. Me di cuenta de que está en todos los cuentos, aparentemente no puedo evitar que los personajes sufran, o que ese dolor aparezca cuando van para atrás y se explica algo del presente. En general la tristeza y la pena tiene un color, una forma que marca por ejemplo cómo te vestís, y todo eso hace que lo que uno siente se relacione con lo que el mundo le dice.”

Y sobre poner los vínculos bajo el microscopio:

“Los vínculos mirados de cerca me generan curiosidad, pero no por los vínculos en sí, sino por lo que las personas hacen o dicen. Son personas que, como una madre o una hija, creemos que conocemos porque estamos cerca durante mucho tiempo, y de repente se vuelven un desconocido. En este caso, en el cuento que sucede con una madre, pasa por la vejez y la senilidad, pero en el otro, el más vinculado al amor de pareja, es porque la persona de la que te enamoraste, y que viste de una manera, se transformó en alguien nuevo por el tiempo y la rutina. Eso es algo que se me aparecía, y que en esos dos cuentos aparece: desconocerse en la intimidad.”

¿Si hay un juicio contra los cuentos, Magalí Etchebarne los defiende?

“Sí, los quiero defender. Bueno, en España hubo que defenderlos. En la feria del libro de Madrid yo estaba en la caseta de Páginas de Espuma, pasó un señor, se asomó y preguntó por los libros. La chica que atendía le dijo ‘son cuentos, somos una editorial de cuentos’. Y él dijo: ‘ah bueno, eso yo ya lo superé’.”

“Hay un par de cuentos que llevaría al juicio, cuentos que me encantan. Para mí en Los mejores días hay un intento de cover, a mi modo, de La casa de Chef, de Raymond Carver. No se parecen en nada, pero esta idea de dos personas en una casa, que tienen un amor que está un poco roto y no saben si va a funcionar. Ese cuento, el de Carver, me parece perfecto. Y un cuento de Ian McEwan, que se llama Primer amor, últimos ritos, también. Esos dos cuentos para mi son fundamentales. Creo que quise copiarlos y hacer mis versiones. Ninguna termina siendo algo reconocible, pero en mi cabeza suenan parecido.”

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Magalí Etchebarne esté leyendo cuentos, de hecho:

“Los de Mark Strand.”

Cuando se bloquea, sin embargo, la llave está en otro tipo de lectura:

“Cuando estoy en un aprieto, en un párrafo que no sale, muy trabada con una idea, leo poesía. Y hay algo de eso que leo que es imposible de imitar, pero algo me queda: el sonido, la música, la construcción, la forma de asociar una imagen muy alta con otra más baja. Siento que eso lo puedo hacer a mí manera. Y lo mismo con los cuentos. Ese cuento de McEwan del que hablaba es de una pareja que se ama y están en un apartamento de alguna ciudad de la costa de Inglaterra, y hay olor a pescado, y están las fábricas a su alrededor. Y es Inglaterra, pero se parece un poco a Once, que es un barrio en el que viví con un novio, y había olor a nafta que venía de la calle, y había ruido y ratas. Vos podés a partir de tu experiencia hacer tus covers, llevarlo a tu terreno, y ahí, en ese intento de copia, aparece lo propio. Porque lo propio no se puede evitar. Y cuando lo registrás, se vuelve tu estilo.”

Y, al final, La vida por delante se inscribe en un contexto editorial, y eso la hace pensar. Pero tiene certezas, y son estas:

“Escribí lo que quise. Incluso algunas cosas que aparecen pueden ser un poco demodé, o no son muy de esta época. Cuando publiqué Los mejores días me invitaron a un taller de lectura, y llegué a la casa y eran todas mujeres. Yo dije ‘pan comido, son mis lectoras’. Y estaban muy enojadas, porque decían que mi libro no era feminista, que las mujeres estaban siempre esperando. Y yo pensaba: yo soy feminista porque pienso como una feminista, pero no escribo panfletos, y esto no es una bajada de línea. Si no hay un lugar donde uno puede escribir y suspender la moral estamos atrapados. No es que haya cosas en mi libro que sean incorrectas, pero quizás no aplican a la agenda. Y hay otras que sí, porque también hay mujeres atravesadas por el mandato, la vejez, esa batalla encarnizada contra el tiempo que llevan adelante para no envejecer y combatir cualquier marca de deterioro. En España me preguntaban cómo creía que se iba a leer mi libro en relación a lo que se estaba produciendo, y qué sé yo. La verdad es que no escribo pensando en cómo algo se inscribe en una época. Ojalá sobreviva lo que escribo, pero eso lo dirá alguien en el futuro, si es que pasa algo con esto o no.”

Los libros

La vida por delante (2024) está editado por Páginas de Espuma y se encuentra en librerías. ($690) Los mejores días (2017) y Cómo cocinar un lobo (2023) están editados por Tenemos las máquinas.

Temas:

EPÍGRAFE Cuentos Magalí Etchebarne

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