Morir o seguir viviendo. Albert Camús sostenía que es esa la decisión más importante a la que se enfrentan los seres humanos. “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”, decía el escritor acerca de la idea de quitarse la vida por mano propia, en un acto que se adivina súbito y de desesperación extrema.
Uruguay no ha podido, como no pueden muchísimas sociedades, combatir con éxito las razones –en caso de que las haya- que en 2024 llevaron a la autoeliminación a 764 personas. Las derivas que llevan a una persona a terminar con su vida, por bala o por cuerda, son insondables y allí la legislación nada tiene para hacer.
Pero Uruguay sí está dando el paso histórico de legalizar la eutanasia, la herramienta que otorgará la posibilidad de decidir sobre su vida a aquellos que son acosados por fortísimos padecimientos físicos y psicológicos y que, lejos del arrebato del suicida, han tenido tiempo suficiente para meditar acerca de su despedida.
La ley de “muerte digna” fue aprobada por 64 votos a 29 en la Cámara de Diputados el miércoles 13 en base a un proyecto presentado por el exlegislador colorado Ope Pasquet quien, por esas cosas que tiene la democracia, no fue reelecto. Hubo votos de todos los partidos aunque la mayoría provino del Frente Amplio y del Partido Colorado.
Según una encuesta de Cifra de mayo pasado, los legisladores expresan lo que piensa el 62% de los uruguayos, en tanto que un 24% está en contra de la ley y un 14% “no sabe”.
La encuestadora precisó que no se trata de “una opinión del momento” ya que desde 2020 se registra una “cómoda mayoría” a favor de la legalización, y en la última medición esa postura experimentó un crecimiento de siete puntos.
De cualquier manera poco importa en este caso lo que dice esa opinión que llaman pública. No se trata de que los legisladores siempre deban “responder a las expectativas y la voluntad de la población” como dijo el diputado frenteamplista José Luis Gallo porque un día esa misma gente puede empezar a presionar para instalar la pena de muerte y sería dramático que los políticos se hicieran eco del reclamo.
Aquí se trata de ir más allá de lo que piensa la masa. Porque para eso también están los políticos, para tratar de ser mejores que sus representados, para interpretar lo que es debido aunque, como en este caso, cuente con el rechazo de una parte no menor del principal partido opositor, de la Iglesia Católica y de pensadores no creyentes que consideran a la eutanasia una práctica aberrante que legaliza una forma de suicidio.
El proyecto aprobado, que tiene las mayorías aseguradas en el Senado, es conservador y garantista más allá de ser de avanzada en la aceptación de las libertades individuales (Uruguay será el primer país de Latinoamérica con una ley de eutanasia reglamentada). La iniciativa no llega, por ejemplo, a los extremos de Holanda donde se permite que los menores de edad puedan solicitar el procedimiento con autorización de sus padres. Los otros países de Europa que permiten la muerte asistida son Bélgica, Luxemburgo, Alemania, España, Austria y Portugal.
El corazón del proyecto que lleva el título de Muerte Digna y que está en vías de aprobación en Uruguay establece: “Toda persona mayor de edad, psíquicamente apta, que curse la etapa terminal de una patología incurable e irreversible, o que como consecuencia de patologías o condiciones de salud incurables e irreversibles padezca sufrimientos que le resulten insoportables, en todos los casos con grave y progresivo deterioro de su calidad de vida, tiene derecho a que a su pedido y por el procedimiento establecido en la presente ley, se le practique la eutanasia para que su muerte se produzca de manera indolora, apacible y respetuosa de su dignidad”.
En cuanto al procedimiento a seguir, quien quiera recibir asistencia para morir debe solicitarla por escrito a un médico o, en caso de que no estuviera en condiciones para firmar, puede hacerlo a su pedido otra persona mayor de edad en presencia del solicitante y del facultativo.
El médico resolverá si el enfermo cumple con lo establecido en la ley y le informará acerca de los cuidados paliativos a los que puede acceder en lugar de la eutanasia y verificará que “la voluntad que expresa sea libre, seria y firme”.
El pedido pasará luego a estudio de otro médico y si éste discrepa con el dictamen del primero, el caso será estudiado por un tribunal de facultativos.
Los que se oponen a la eutanasia presentan mayormente reparos éticos y hay quienes sostienen que es una medida “contra los pobres” porque, dicen, ante la misma enfermedad, quien tiene mayores posibilidades de llegar a la eutanasia es aquel con menos acceso a medicamentos de alto costo y a los cuidados paliativos.
Lo que no se entiende es por qué esa preocupación por los pobres se despierta cuando están en las puertas de la muerte, en lugar de ocuparse para que tengan una existencia digna cuando su cuerpo y sus pensamientos son plenos.
En la defensa “de la vida” también se encuentra uno con argumentos muy emotivos, como el que escribió el director teatral Álvaro Ahunchain en una columna de El País de enero de 2022. “Si el proyecto aberrante que pretende legalizar el suicidio -justo en el país donde este flagelo alcanza un vergonzante récord mundial- tiene éxito, aprovecho este pequeño ejercicio confesional para dar ideas a mis hijos y nietas, en el supuesto caso de que algún día me toque a mí una agonía dolorosa. Les adelanto qué pueden hacer, además de sedarme, para ayudarme a transitar mis últimos días: mostrarme fotos y videos de cuando ellos eran chicos y de todos los momentos de felicidad que compartimos, ponerme en una pantalla escenas inolvidables del cine que tanto amo: el final de Tiempos modernos de Chaplin: la escena de la fontana de Trevi de La dolce vita de Fellini; Begnini sonriendo al hijo escondido, al final de La vida es bella… Si ya no me anda el sentido de la vista, les propongo que me coloquen un par de auriculares para que pueda escuchar los dúos de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, Mediterráneo de Serrat, Oblivion de Piazzolla o Amándote de Jaime. Si tampoco me funciona el sentido de la audición, entonces lo que pueden hacer es simplemente apretar mi mano con fuerza, como yo hice con mi madre en su lecho de muerte. (…) Porque no importa en qué estado nos encontremos: nunca habrá nada más maravilloso e irremplazable que estar vivo”.
Una muerte bien elegida o, mejor, muy bien imaginada la de Ahunchain. Una muerte personal, única. Ojalá cada cual tuviera la posibilidad de terminar el camino en una dulce dejadez. Pero los finales también pueden ser crueles, sin música, tal vez sin compañía, largos, interminables.
La historia de Pablo Cánepa narrada en esta crónica de Tomer Urwicz en El Observador es lacerante. Desde hace tres años, Cánepa padece una enfermedad incurable que lo dejó inmóvil pero con su cerebro lúcido. “La puta madre, otra vez esta pesadilla, me quiero morir”, piensa cada vez que se despierta. Un hombre que tiene pesadillas cuando sale del sueño. Una película de terror de la que no quiere participar y en la que está obligado a ser protagonista
Es verdad que sin vida no hay más nada y que la palabra eutanasia (buena muerte en griego) resulta un oxímoron absurdo. Pero no parece tener mucho sentido que, para prolongar la vida, se prorrogue el dolor.
Tal vez exista algo nos espere a todos después de la muerte y hay quienes conjeturan que los que apliquen la eutanasia serán juzgados allí por desobedecer el quinto mandamiento.
Prefiero creer que si hay un Dios que nos recibirá después de la última hora, será el de la piedad y no el del sufrimiento.