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La mano invisible

Los personajes que pasan desapercibidos dentro de la política de Brasil
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14 de septiembre de 2018 a las 05:03

Quedó despejado el escenario para las elecciones del 7 de octubre en Brasil. El candidato del PT será Fernando Haddad. Lula se bajó. No le quedaba otra. Y, hasta ahora, la calle no se ha incendiado. Es que la realidad es un poco diferente, menos epopéyica que lo que le gusta contar a muchos corresponsales y pintar a determinadas organizaciones que creen que son las encargadas de tutelar, a su gusto y sesgo, los derechos humanos.

El Tribunal Electoral advirtió al PT que Lula estaba impedido de ser candidato y debía presentar uno nuevo o no podrían participar de las elecciones. 
 Hubo otra advertencia: el general, Eduardo Villas Boas, comandante en jefe del Ejército, hizo conocer públicamente su decisión –y malestar– por los intentos de Lula y su gente de “recurrir” a organismos o expertos externos. “Es un intento de invasión a la soberanía nacional”, dijo clarito.

El PT protestó y llamó a repudiar “la tutela militar sobre la democracia”. ¿Y por qué se demoraron tanto? ¿Recién ahora se dan cuenta? ¿Y bajo qué tutela creen que gobernó Lula? En Brasil se da por hecho la existencia de ese “hilo conductor” que garantiza la continuidad y la “razón de Estado”, constituido por los militares “acompañados” por Itamarati –el destino imperial– y por los industriales de San Pablo.
En Brasil funcionan las instituciones. Por lo menos en apariencias. Hubo y aparecen “agujeros negros”, que son una especie de oportunas excepciones que confirman la regla. Diga lo que se diga, y se va a decir mucho, Lula no pudo ser candidato por la aplicación correcta y estricta de una ley que aprobó su gobierno hace ocho años. No fue una ley inventada para Lula, sino que fue hecha por él.
Él es uno más de los cientos de condenados a la cárcel por corrupción en una lista en que figuran políticos de todos los partidos y empresarios de los más altos niveles. 

Es más, hay quienes entienden que Lula debía haber ido preso, o haber sido destituido mucho antes. No hay una explicación razonable para que se haya salvado del “mensalao” –la compra de congresales– que le costó perder –sacrificar– a su jefe de gabinete, amigo personal, mano derecha y vecino de escritorio en Planalto, José Dirceu. Lula dijo que no se había enterado de nada. ¿No tuvo curiosidad ni por saber de ese “vuelco” de los congresistas opositores que le votaban sus iniciativas? Quizá lo “oportuno” fue que siguiera Lula, y en consecuencia se dio la excepción. A Brasil le iban muy bien las cosas: excelente imagen, sus relaciones con el “tercer mundo” eran magníficas –sobre todo en términos de intercambio comercial y para sus grandes empresas– y era innegable que la figura y el carisma de Lula era el mejor instrumento. Así, en su momento, Itamarati –con respaldo militar– se los explicó y se los hizo ver a industriales y empresarios brasileños un poco inquietos por el “progresismo” del presidente obrero. Los números eran claros y todos calladitos la boca. Igual que Lula con respecto al tema de las violaciones durante la dictadura, por ejemplo. Los representantes de su gobierno en foros y organismos internaciones negaban y no admitían que, por ejemplo, los militares brasileños hubieran tenido algo que ver en la operación Cóndor. Eso no se lo creía nadie, pero era el gobierno de Lula el que lo decía. Este cuando fue apurado un poco salió con la fórmula de que en Brasil, en aquella época, hubo sí héroes pero no víctimas y, en consecuencia, tampoco victimarios. Impecable.

Son muchas las inconsistencias que hablan de ese “tutelaje” o política de estabilidad. Dilma cayó por mucho menos de lo que podría haber caído Lula o que debería caer el presidente Michel Temer. Pero con ella la economía dejó de funcionar bien –la herencia de Lula– y además comenzó a darle demasiada entrada a temas como los de verdad y justicia. Decididamente Temer continúa porque es oportuno y necesario y casi imprescindible para la “continuidad”  y para tomar una serie de medidas impopulares y de ajuste. En fin, abundan los ejemplos de esa especie de “mano invisible” que ordena a Brasil y que ahora acaban de descubrir Lula y el PT. 

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