El sindrome del impostor nace de un autoengaño. A pesar de que la persona tiene sobradas pruebas de que es capaz y valorada, convive con un implacable juez interno que insiste en hacerle sentir que es un fraude. Una y otra vez, se dice a sí misma que no tiene la capacidad, la experiencia o la formación suficiente (como dice el sicòlogo colombiano Efrén Martínez “como que siempre le están faltando 20 centavos para el dólar”) y tiene el temor de que tarde o temprano será desenmascarado.