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"Sin inmigración masiva, la jubilación va a tener que subir a los 76 años "

El psicólogo uruguayo habló de la crisis que enfrentará la seguridad social y del nuevo rol de los abuelos
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18 de diciembre de 2017 a las 05:00
Hace diez años Alejandro Klein decidió irse del país rumbo a San Pablo porque el mundo académico uruguayo no le ofrecía mayores oportunidades de investigación. Mientras hacía un posdoctorado en la Pontificia Universidad Católica (Brasil), se presentó a un concurso en el Instituto Oxford del Envejecimiento. Después de esa instancia, comenzó a estudiar el vínculo entre abuelos y nietos adolescentes. A partir de ahí se enfocó en lo que se conoce como la sociedad del envejecimiento o lo que está surgiendo hoy como novedad cultural: las sociedades centenarias. En entrevista con El Observador Klein aseguró que Uruguay necesita desarrollar una política de Estado que atienda ya a la tercera edad y que la única solución viable para el país de aquí a 2050 es impulsar una política masiva de inmigración para mantener la seguridad social. El académico, que es investigador asociado del Instituto del Envejecimiento de la Universidad de Oxford, estuvo en Uruguay para asistir a un seminario sobre vejez organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar.

¿De qué se trata la sociedad del envejecimiento?
Es aquella en la que un 10% o más de la población tienen más de 60 o 65 años. Entre el año 2050 y 2100, según tenemos estudiado en Oxford la sociedad del envejecimiento, se va consolidar definitivamente. Se está dando un fenómeno en que las personas envejecen, pero a la vez rejuvenecen. El punto central no es que hay más viejos, es que las personas no mueren.

¿Esto va a llevar a la vida centenaria?
En los países desarrollados los centenarios van a crecer de 2005 a 2050 1.119% y en los menos desarrollados 1.716%. Son pocas personas, pero lo importante no es el número bruto, sino el porcentaje y lo que muestra la tendencia. Más allá de las desigualdades sociales y económicas, la tendencia demográfica en este sentido en el mundo es homogénea e irreversible. George Lesson estableció que el SXXI va a ser el de la revolución de los centenarios. Hay dos grupos etarios que vienen creciendo cada vez más porcentualmente, los de los 80 y 100 años. Esto implica pensar en adaptarse a una nueva sociedad.

¿Ocurre en Uruguay también?
En Uruguay no se quiere entender que incluso la sociedad del envejecimiento ya no existe. Los cálculos más cautos indican que el 20% de la población mundial va a ser de tercera edad en 2050. Quizás para ese año ya a nadie se le ocurra llamar adulto mayor a alguien de 65 años. En Europa se hizo lo que está haciendo Uruguay, negar el problema y por eso tienen los dilemas sociales que tienen. Alemania es un caso que oscila entre esos movimientos traumáticos donde deja entrar 50.000 inmigrantes y después cierra la frontera, cuando necesita 3,4 millones de inmigrantes por año de aquí a 2050.

¿Para mantener la seguridad social?
Para sostener la tasa de reemplazo laboral, que es un punto crucial que se habla poco. Uno de los errores de Estados Unidos fue dejar entrar inmigrantes de forma ilegal. Perdió la oportunidad de tener los aportes que podían generar esas fuerzas migratorias.

¿Qué tiene qué hacer Uruguay ante estos desafíos?
Lo primero es declarar a la tercera edad política de Estado. Incluso yo pensaría en gastar el dinero que se piensa poner con los cincuentones en un plan masivo de inmigración legalizada. La tasa de reemplazo en el país es de 1,8 y a la baja, cuando se necesitaría fuera de 2,1. Pero eso no es un problema, es una realidad que no tiene solución. Todas las políticas de fecundidad han fracasado en el mundo, por lo que la única vía es la migración. La gente no quiere tener hijos.

Es un tema recurrente en el país el de las jubilaciones.
No va a haber dinero para pagarlas. Si no hay inmigración masiva la edad de jubilación va a tener que subir a los 76 años. A corto plazo eso es lo que va a ocurrir. Y si esto no funciona, podemos llegar a un punto en que la jubilación desaparezca. Después de todo es un invento que no tiene más de siglo y medio y que se hizo pensando en los 60-65 años, cuando la gente se moría a los 50. En realidad, estimo que con 500.000 personas se solucionaría el problema de la seguridad social en el país.

¿Pero la gente va a seguir no queriendo tener hijos?
Eso tiene que ver con la sociedad del envejecimiento. No hay modelos claros en estos momentos de lo que es ser padre o madre. Están ocurriendo procesos culturales, sociales y económicos que las ciencias sociales no están preparadas para estudiar. Un efecto de la revolución feminista, que es muy buena, es que las mujeres se quieren realizar personalmente antes de ser madres. Hacen la licenciatura, la maestría y el doctorado, y ahí ya tienen 38 años, por lo que biológicamente hablando van a tener un solo hijo. Tampoco el hombre quiere tener hijos. El sentido de trascendencia se perdió: lo que se llamaba el legado.

Menciona la hiperadaptibilidad de las nuevas generaciones en este sentido también...
En una de mis investigaciones llamo lo que ocurre hoy como la estructura de los padres agobiados. Como herencia del neoliberalismo tenemos un modelo de trabajo de hiperadaptabilidad. Se ha perdido totalmente la conquista obrera de las ocho horas. Existe una amenaza soterrada de que si no trabajas 14 horas te van a echar en cualquier momento. Se disfraza ideológicamente con que tienes que llevar la camiseta. Lo que va de la mano con un mundo muy frustrante donde los vínculos son inestables, placenteros por un lado pero muy frustrantes por el otro. Nuestra realización personal y autoestima juegan en el trabajo, que se convirtió en una fuente de gratificación narcisista mucho más fuerte que lo que lo es el vínculo de pareja.

También cambiaron los abuelos.
Hace diez años empecé a percibir que estaban ocurriendo cambios radicales en su rol. Primero lo percibí a partir de los nietos adolescentes y después empecé a estudiar a los abuelos. La concepción patriarcal de los abuelos está extinguida. Los viejos de hoy no son como los de hace 80 años. Están en alta fase de experimentación subjetiva y no van a renunciar a ese nuevo rol e identidad que están construyendo. Se niegan a ser como sus predecesores.

¿En qué momento empezó a darse este fenómeno?
En los procesos sociales es difícil señalar hechos precisos que marquen un antes y un después. Pero creo que se generó cierta consciencia de que el modelo sacrificial y tradicional provocaba patologías y perturbaciones a nivel de la salud mental. Se entendió que no era tan sano como estaba establecido el estereotipo de quedar mirando la ventana, tirar miguitas a las palomas o criar nietos. Otro cambio sustancial es que estos abuelos rupturistas de hoy se niegan a educar. Quieren compartir, pero no transmitir valores sociales y esto tiene consecuencias relevantes. Los abuelos eran los que garantizaban el pasado y la transmisión generacional. Al negarse a ocupar ese lugar, esa transmisión se ha agotado. Es una sociedad nueva donde esto ya no funciona, lo que es inédito.

¿Más hijos de nuestro tiempo?
Yo lo diría de otra manera. Funcionamos por ensayo y error. Para mal por la angustia que eso conlleva y para bien por el grado de creatividad que implica. Los adultos dejaron de ser el modelo y la guía.

¿Son los jóvenes la referencia?
Tampoco. Los jóvenes no tienen prácticamente ningún lugar en esta sociedad. Todo eso de que tienen un lugar es ideología producida por internet para hacerles creer que son protagonistas de algo. Es todo mentira.

¿No hay referencias entonces?
La sociedad dejó de ser adulto-céntrica para ser nada-céntrica. Tiene que ver con la modernidad líquida que menciona (Zygmunt) Bauman. Es muy probable que si esto sigue así se va a transformar en una sociedad geronto-céntrica. El abuelo dejó de ser referencia del pasado, pero no de ser referencia. Pasó a tener otro rol con mayor presencia. Ya no es la presencia incondicional de hace algunos años, sino que es condicionada. Quieren estar con sus nietos, pero no de una forma que invada su vida privada. Tienen tiempo de ocio, de diversión y de complicidad. Hay un nivel de intimidad y de diálogo que antes era inaudito. El nieto le cuenta al abuelo o abuela del novio o novia, y viceversa.

Perfil

  • Psicólogo
  • 56 años
  • Vive hace siete años en México
Alejandro Klein es coordinador de la Red Latinoamericana de Estudios sobre la Tercera Edad y profesor investigador de la Universidad de Guanajato (México). Tiene investigaciones realizadas con George Lesson, un referente mundial en envejecimiento y director el departamento de envejecimiento de la Universidad de Oxford.

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