Escenas de un desembarco que salvó muchas vidas, pero generó tanto miedo como toda la guerra.

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6 de junio de 1944: cuatro recuerdos del desembarco de las tropas aliadas en Normandía

Cuatro franceses que eran niños o adolescentes el “Día D” recordaron sus vivencias de la llegada de los aliados y la terrible batalla de la que fueron testigos
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06 de junio de 2023 a las 05:01

Los franceses Roger, Anne-Marie, Rolande y Andrée tienen más de 87 años y comparten el inolvidable recuerdo del desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía el 6 de junio de 1944, durante la Segunda Guerra mundial.

Eran en aquel entonces niños o adolescentes y el episodio los marcó para siempre, más que los años de la ocupación alemana de Francia. Cuentan que ese día tuvieron miedo como nunca y vieron la muerte de frente.

“Tenía 8 ocho años y me acuerdo como si fuera hoy, los paracaidistas cayeron en el jardín”, dice Roger Sorel frente a su antigua casa en Angoville-au-Plain, cerca de Utah Beach, el nombre en clave que recibió un tramo de la costa en esta región del oeste de Francia.

“A las 8 de la mañana los estadounidenses nos dijeron que saliéramos rápido. Caminamos 150 metros cuando la casa fue destruida por una bomba”, recuerda este octogenario. Encontró refugio con su familia en el establo de una chacra vecina.

En medio de los encarnizados combates, se instaló un hospital improvisado en la iglesia, cuyos vitrales celebran hoy a los liberadores.

El enfermero Bob Wright y el camillero Kenneth Moore atendieron ahí durante tres días a 80 estadounidenses y alemanes, así como a un joven de 13 años.

“Había heridos por todas partes”, recuerda Roger.

Otros no sobrevivieron a los bombardeos, como Marguerite, primera víctima civil de la localidad de Trévières. La mañana del 6 de junio, miraba los aviones girar en el cielo.

“Brillaban, era bello”, recuerda su hermana menor, Anne-Marie, que entonces tenía 8 años.

Por orden del padre bajaron a la cocina, la pequeña sobre las rodillas de su madre y Marguerite, de 24 años, sentada en un banco cerca de la puerta de entrada.

De repente hubo un ruido ensordecedor, polvo, cascajo y pánico. Anne-Marie y su madre salieron y se acostaron sobre el piso para evitar las esquirlas de otra bomba que alcanzó el objetivo: el puente junto a la casona.

Anne-Marie corrió hacia el refugio construido por su padre, pero Marguerite no contestó a los llamados de su padre. La encontraron después en la casa, con un fragmento de proyectil en la espalda.

“Pasamos cerca de ella y ni siquiera la vimos”, recuerda con tristeza Anne-Marie, la voz temblorosa. “Estábamos mirando a los aviones y murió cinco minutos después”, continúa.

Su familia se trasladó a un refugio más grande, llevándose colchones y ropa de la casa, que fue saqueada por los vecinos y ocupada por los estadounidenses.

Los militares, que llegaron a Omaha Beach, los retuvieron a punta de pistola para sacarlos del refugio, antes de prenderle fuego por temor a que allí se escondieran alemanes.

Rolande Lemerre aún se acuerda del ruido de las botas, cuando los soldados caminaban por las calles de Bazenville, a 6 kilómetros de la ciudad de Arromanches.

En la mañana del 6 de junio, la joven, que en ese entonces tenía 14 años, fue enviada a comprar el pan en el pueblo vecino. Tras una serie de peripecias y justo antes de llegar a la granja, vio un tanque parado frente a un soldado, los brazos en alto.

“Dispararon desde el tanque y vi al alemán caer frente a mí. Tuve que pasar a su lado. Estaba muy emocionada”, recuerda esta nonagenaria.

Andrée Auvray también recuerda cuando se topó con Rommel, un alemán que había dormido una noche en su granja requisada en la comuna de Sainte-Mère-Eglise, tres meses antes del famoso Día D, como se conoce al día del desembarco.

Auvray dio a luz apenas dos semanas después del histórico día, mientras acogía a “una multitud de personas que huían de los enfrentamientos en Sainte-Mère”.

El hospital estadounidense instalado en un campo cercano le enviaba los heridos. Una adolescente de 13 años llegó con un fragmento de proyectil en los pulmones, rememora esta comerciante jubilada de 96 años.

Antes de ser trasladada al hospital de Bayeux, la joven le suplicó a Auvray: "¡Señora, por favor, déjeme morir en su casa! ¡Aquí estoy bien, perdí a mi madre!”.

En el museo de Sainte-Mère, la jubilada sigue ofreciendo su testimonio a los visitantes. Lo hace porque tiene “necesidad de memoria”. Y, sobre todo, “de hacer entender a los jóvenes lo que es la libertad”.

(Con información de AFP)

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