Miles se movilizaron por 18 de Julio por el Día Internacional de la Mujer.<br>

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Al César lo que es del César, y al trovador lo que es del trovador

Mientras nos preocupemos por definir las normas de lo "políticamente correcto", el amor –la pasión más natural del hombre– agonizará lentamente en la periferia de nuestro preceptuado reinado
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12 de marzo de 2018 a las 05:00
Por Magdalena Reyes Puig
Este año, el Día Internacional de la Mujer es conmemorado bajo la rúbrica de una novel y controvertida etiqueta. Impulsada por la iniciativa de varias mujeres que se animaron a denunciar el haber sido víctimas de acoso sexual, #metoo circula como reguero de pólvora con el objetivo de descorrer el velo que aún encubre el atosigamiento padecido por muchas mujeres víctimas de relaciones de poder despóticas y abusivas.
La condición de "segundo sexo", al decir de Simone de Beauvoir, sigue pendiendo sobre la actualidad y destino de un gran número de representantes del género femenino, en un abanico amplio de escenarios que van desde la intimidad del hogar hasta contextos más visibles como el de consejos directivos, sets de filmación y cámaras de representantes. Y entonces, aplausos a esta nueva iniciativa, que no solo suma en pos de una mayor visibilidad de la aún indigente isonomía entre los sexos, sino que también ofrece a muchas mujeres la contención y seguridad gozadas bajo el rótulo del compartido "yo también", y así animarse a desenmascarar a personas, coyunturas y disposiciones que perpetúan el acoso y la dominación abusivas, propias de una mentalidad patriarcal vetusta y sectaria .
Sin embargo, y como todo lo que trasciende, #metoo ya despertó también sus controversias: una carta publicada en el periódico Le Monde y firmada por un centenar de intelectuales y artistas francesas que manifiestan sus reparos respecto a esta campaña que, a su parecer, anima al puritanismo que coarta la libertad sexual y convierte a la mujer en "víctima eterna". Simbólicamente publicado en el día del 110 aniversario de Simone de Beauvoir, éste manifiesto alude a esa delgada línea roja, tan controvertida como desdibujada, que separa el empoderamiento de la victimización. Para empoderarse genuinamente, la mujer debe dejar de percibirse a sí misma como víctima para asumirse como ser autónomo y libre, capaz de confrontar, vencer y cambiar las diversas desavenencias y dificultades que le deparan su ser y estar en la vida. Y si bien la militancia en comparsa es un poderoso catalizador, la voluntad de poder solo es verdaderamente alimentada en el trasfondo más íntimo y subjetivo de cada persona, a partir del cual nos podemos concebir como artífices auténticos de nuestro propio destino y actuar conforme a ello.
Porque, si bien es cierto que las masas insuflan un sentimiento de omnipotencia, clave para estimular el empoderamiento de los más vulnerables y oprimidos, también se caracterizan por ser influenciables, crédulas, y sumamente propensas a incurrir en planteos simplistas y extremismos despóticos e irracionales. Las dos caras de la misma moneda: tal como lo intuyó Lao Tzu en su maravilloso poema, pensar en términos de oposición excluyente (verdad vs. mentira, bondad vs. maldad, belleza vs. fealdad) nos lleva a incurrir en percepciones e ideas falaces y contrarias a esa gran razón que rige al universo y que fluye a través de una lógica incluyente, donde los contrarios, lejos de excluirse, se complementan.
Más como occidentales herederos de la lógica aristotélica, sucumbimos ante la contradicción simplificando la complejidad a través de la contemplación circunscrita a tan sólo una cara de aquella moneda. Así, tendemos a remitirnos a la cualidad vigorizante de los movimientos masificados, sin reparar demasiado en su efecto debilitante. Y, por esto, hoy es necesario reflexionar acerca de si éste podría ser el caso en la polémica desatada por #metoo: podemos concebir con claridad los beneficios que este movimiento nos concede en pos de una mayor y más amplia conciencia de las injusticias, abusos y desigualdades padecidas por tantas mujeres hoy, pero ¿cuán conscientes somos de sus posibles efectos despóticos, injustos y limitantes?

En La llama doble, Octavio Paz argumenta que los comensales del Banquete de Platón se habrían restregado los ojos frente a una realidad donde el erotismo es materia de debate político. En su obra, Paz advierte que la política va poco a poco absorbiendo y transformando al erotismo en un derecho y ya no en una pasión. Sugiriendo la necesidad de trazar un límite entre la intimidad de la pulsión amorosa y la legalidad de lo públicamente convenido, el poeta y escritor mexicano denuncia a un Eros cada vez más desahuciado a causa de esta creciente dilución de las fronteras que separan el ágora de la alcoba.
Clarísimo está que nada tiene que ver el amor con el carácter infame y repudiable de cualquier forma de abuso o acoso sexual. Y es por esto que ambos procederes deben ser denunciados, regulados y sancionados en la polis, donde se establecen las pautas de convivencia que garantizan la observancia de los derechos y obligaciones de las personas. Sin embargo, debemos también ponderar la amenaza siempre sutil y a menudo inadvertida de los posibles efectos despóticos de lo políticamente correcto. En efecto, si como afirmó Séneca, la estupidez es lo propio de un ser humano sin pasiones, entonces estamos obligados a auscultar cuidadosamente aquellas condiciones que hacen a ciertas pasiones llanamente devastadoras, violentas y arbitrarias, para poder distinguirlas de ese arrebato que nos impulsa a franquear los límites que nos separan del ser amado. Esto, si no queremos encarnar la famosa sentencia de Orwell en 1984: "Libertad es la libertad para decir que dos más dos son cuatro". Porque si bien válido en un teorema matemático, en el dominio de Eros dos más dos puede ser cuatro, cinco, ocho o veinticuatro, cualquier número o cifra que propicie el encuentro y la comunión con ese "tu" al cual nos sentimos fervorosamente atraídos e impulsados.
Cuenta San Mateo en la Biblia que a través de su exhortación, "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios", Jesús quiso subrayar la necesidad de observar la linde que separa el reino de Dios del reino de lo humano. Esta observancia es la que nos permite distinguir las legitimidades propias de cada contexto, para así poder gozar de la libertad de saber cuándo, dónde y a quién decir que dos más dos son cuatro, quince, doce o mil quinientos veinticuatro. Porque si bien el conocimiento y acatamiento de las normas pautadas dentro de la comunidad es condición inapelable para el ejercicio de nuestra libertad política, es igualmente cierto que debemos concedernos el derecho a improvisar, creando formas y medios que trascienden el lenguaje consensuado para poder comunicarnos en y desde nuestra más íntima e indeterminada interioridad. Si el César simboliza todas aquellas prácticas y regulaciones que ofician de garantía para una coexistencia armoniosa, justa y pacífica, es el trovador con sus versos improvisados el que vela por esa espontaneidad que asombra y propicia el encuentro con el otro, otorgando a la existencia un sentido único, irrepetible y profundamente profesado. Condenados a abrazar nuestra humana complejidad y la multitud de sentidos que caracteriza a todas nuestras expresiones, debemos vigilar las potestades que concedemos al César, comprendiendo que hay una dimensión de lo humano donde la legitimidad política aplicada puede devenir en despotismo y tiranía. De lo contrario, mientras nos encontremos preocupados por definir y practicar las normas de lo "políticamente correcto", el amor –la pasión más natural del hombre a juicio de Pascal- agonizará lentamente en la periferia de nuestro preceptuado reinado.

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