La mamá de Santiago Bueno tenía bien estudiadas las instrucciones. De mañana, mientras su hijo estudiaba, ella debía preparar la comida para el almuerzo. A la hora señalada se subía el auto y pasaba a buscar a su hijo por el Colegio Santa Rita. En el asiento de atrás iba la comida. Santiago subía al auto, bajaba la ventanilla y empezaba a comer. El almuerzo era irremediablemente al compás de los pozos de la calle. No había otra. Santi tenía que llegar en hora al Palacio Peñarol para subirse al ómnibus que lo llevaría a entrenar al Centro de Alto Rendimiento Deportivo. En más de una oportunidad vio a la distancia como el ómnibus partía sin esperarlo, y allá tenía que ir ella hasta Solymar para llevarlo. Así fue durante años. Un largo camino de sacrificio. Invisible. Que involucró a padres y hermanos.
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