El Barrio Cerro de Mercedes, ahí, a unas cuadras del Río Negro, fue testigo de una barra de amigos quienes se juntaban en una esquina a escuchar la radio mientras tomaban agua de los surtidores de agua que había en las bocacalles.
Entre ellos, estaba Pablo Forlán, quien escuchaba con fruición los relatos que llegaban solo por radio de los partidos de fútbol de los grandes desde Montevideo.
Como todo niño su primer gran divertimento era jugar al fútbol mientras su mamá María Mercedes trabajaba en la papelera Pamer y su padre Pablo pintaba casas. “Le gustaba mucho y yo en vacaciones lo acompañaba”, cuenta Forlán a Referí.
Su papá jugaba al fútbol en el club Bristol como media punta y volante, y luego fue técnico del mismo y de la selección de Soriano. Él para no ser menos, comenzó a jugar también en Bristol como mediocampista. “Me quedaba lejos y me iba en bicicleta todos los días”, recuerda.
Hizo la Escuela Industrial y se recibió de mecánico tornero. Trabajó un poco en su oficio, pero le gustaba acompañar a su padre. “Me ponía a lavar frentes con cepillo de acero y se lavaban con manguera y agua. Ahora es una papa con la manguera hidrolimpiadora. Antes, te rayabas los dedos”.
Era muy versátil para el deporte, le gustaba mucho. Por eso hizo básquetbol en Independiente y en Peñarol de Mercedes como pívot. Hizo vóleibol en Unión Juvenil, equipo que fue campeón nacional y del interior. “Teníamos un gran plantel y justo ahí me vine para Montevideo a jugar en Peñarol. El fútbol era mi prioridad”, dice.
Y así recuerda aquella época dorada para él. “Hacíamos pelotas de trapo con las medias o si no, jugábamos con alguna de goma”. En Mercedes hay muchas canchas de frontón y Pablo se divertía jugando a la paleta y con pelota de mano.
Un día se apareció un señor que resultó ser nada menos que Héctor Scarone, excampeón olímpico y mundial en 1924 y 1928, y campeón de la primera Copa del Mundo en Uruguay 1930 con la celeste. En aquellos tiempos, era considerado el mejor jugador del mundo.
¿Qué hacía allí? Dirigía a la selección de Soriano, la misma que había dirigido el padre de Pablo. “Tuve la suerte de conocerlo. Nos enseñó un juego que era muy bueno en el mismo frontón. Bajó de su apartamento y nos dijo: ‘A ustedes que les gusta el fútbol, les voy a enseñar un juego. Jueguen con el pie dos contra dos, que el zurdo empiece a pegarle con la derecha y el derecho con la izquierda contra la pared. Saquen con el pie y según para donde va la pelota, le deben pegar con el pie que toque. Es la forma que van a tener para aprender a pegarle con las dos piernas. Si pica dos veces, es tanto del otro’”.
Ese mismo juego, luego Pablo se los enseñó a sus hijos Pablo y Diego, quien le pegaba con la dos.
Cuando el Gaucho Moreira, -un histórico de los aurinegros, quien recorría los distintos departamentos en busca de talentos-, lo vio, lo invitó a venir a Montevideo. Ya había traído de allí a Ángel Ruben Cabrera y a Roberto Matosas.
Ya conocía Montevideo porque su padre era muy futbolero “y cada tanto veníamos a ver partidos los viernes e íbamos al Centenario. Sasía, Abbadie, Goncálves, fueron ídolos míos y después jugué con ellos. Míguez y Schiaffino, por lo que habían hecho antes”.
Llegó a prueba con Walter Simoncelli en 1963. Se tomaron la Onda desde Mercedes directo a la capital. “Practicábamos en el Saroldi porque Peñarol alquilaba ahí. En una práctica le ganamos a una preselección juvenil que dirigía (Juan Carlos) Ranzone 1-0, yo jugué de ‘5’. Le pegaba bien desde afuera del área y anoté el gol en el arco que da a Lucas Obes. Cuando salí estaba Pepe (Schiaffino) y me dijo venga. Pensé: ¿’Qué me va a decir Schiaffino?’. ‘Con lo que vi, ya bastó. Usted está contratado’, fueron sus palabras”.
Pablo había venido a la Cuarta de Peñarol y en ese partido ante la juvenil -que meses después ganaría el Sudamericano de 1964-, dio su puntapié inicial a una carrera tremenda.
Se fue a vivir a una pensión en Avenida Brasil y Brito del Pino. Eran 25 jugadores del interior.
El Pepe Etchegoyen fue su primer técnico en las inferiores y Omar Borrás el preparador físico. Ya en Primera, Roque Máspoli lo hizo debutar. Dice que fue su padre futbolístico. “Tenía personalidad, cuando debía ser cariñoso, lo era. Fue un técnico que sabía mucho, ponía a los jugadores donde tenía que hacerlo. En Los Aromos estábamos cinco en la misma habitación. La compartí con Abbadie, Mazurkiewicz, Varela y Goncalves”.
Cuenta que en su primer año en Cuarta hizo “11 goles, casi todos desde fuera del área. Jugué de 5, de 8, de 10, de media punta, de zaguero central. De todo un poco. A Schiaffino le gustaba mucho que jugara sobre el lado izquierdo porque decía que me quedaba mejor la cancha por el perfil. Me subió Roque (Máspoli) y como era volante, era suplente de Tito (Goncalves), de Pedro (Rocha). Imaginate, era imposible jugar con esos monstruos en la cancha, nunca les iba a poder sacar el puesto. Un día fuimos a Venezuela por la Copa Libertadores para enfrentar a Galicia y Cacho Caetano -lateral izquierdo- estaba suspendido. Vino Roque y me dijo: ‘¿Te animás?’ Y claro, qué no me iba a animar. ¡Quería jugar y demostrar! Así debuté. Poco después, se lesionó Edgardo González y pasé al lateral derecho que no abandoné en el resto de mi carrera”.
Así surgió la famosa doble punta con Julio César Abbadie, algo nuevo en aquella época, lo que hoy sería el 2-1 que le hacen entre el lateral y el puntero al lateral adversario con las subidas.
“No existía eso, fuimos precursores. Julio, con sus años, era jugador de cabeza levantada, con buena zancada, pero le gustaba tirarse mucho para el medio y me daba lugar, y yo era de ir al ataque. Empezó a darse naturalmente. Hacíamos el 2-1 que se hace hoy, con más espacio en aquella época. Yo levantaba el centro para que cabecearan aquellos nenes que teníamos arriba: Spencer, Sasía, el Lito Silva. ¡Por favor!”.
La Copa Libertadores de 1966 fue un título espectacular por cómo se dio en aquella final de Santiago ganándole 4-2 a River argentino tras ir cayendo 2-0. Pero comenzó con una derrota clásica por 4-0.
“Fue un cimbronazo, no fue fácil, un golpe duro. El equipo se fue cimentando con el correr de los partidos y después les ganamos dos veces 3-0, y 1-0 para llegar a la final. Ese equipo tenía una base de ganador. No recuerdo haber perdido con Nacional por el Uruguayo, como pasó con Tito Goncalves. La final contra River es el encuentro que más recordamos de toda esa década. En la final previa en Buenos Aires, no nos mandaron el ómnibus al hotel, fuimos en taxis y remises al Monumental y nos vestimos en el túnel. Ni que hablar lo que fue dentro de la cancha con ‘fotógrafos’ que no lo eran. Fue algo inolvidable ganar en Chile, el triunfo más lindo, y eso que muchos de nosotros ganamos todos los títulos, hasta la Supercopa de Campeones de 1969. En una jugada, tiré el centro y Alberto (Spencer) cabeceó la pelota, Amadeo (Carrizo) la paró con el pecho y algunos compañeros de los de arriba, lo putearon. Nunca se había visto eso. Amadeo fue extraordinario como arquero, pero esa jugada quedó en el recuerdo porque nos levantó. Después del empate transitorio, para el 3-2, levanté el centro para el gol de Spencer. La llegada a Montevideo fue increíble por la gente que había”.
La final de la Copa Intercontinental 1966 contra Real Madrid, jugó en el Centenario en el 2-0, pero no pudo jugar la revancha por encontrarse lesionado. Igualmente, tomó parte de la delegación.
“Viajé para ver si podía, pero no llegué por una torcedura de tobillo que me hice contra Racing. De afuera lo viví mucho más nervioso. Me emocioné mucho, fue algo muy lindo”, dice.
Después, entre el 3 de setiembre de 1966 y el 14 de setiembre de 1968, tomó parte de un récord que permanece hasta hoy: Peñarol consiguió el mayor invicto registrado en la historia del Campeonato Uruguayo de 56 partidos. Es el más prolongado a nivel sudamericano en la era profesional de Primera división.
Aquí se puede ver el resumen del partido que le ganó Peñarol a Real Madrid en el Estadio Santiago Bernabéu en 1966 y ganó la Intercontinental, con la emoción de Pablo Forlán al final:
En enero de 1970 se fue a Sao Paulo. Hacía 13 años que el club no lograba el Campeonato Paulista y Pablo lo consiguió no solo esa temporada, sino también en 1971 y 1975. “Ni bien llegué le dije al presidente: ‘Vamos a salir campeones’. Y me preguntó por qué: ‘Porque vengo de un club que en el que salimos campeones todos los años’. Y lo conseguimos tres veces contra equipos como Palmeiras -con un equipazo con Ademir Da Guia- y Santos de Pelé. Meses después que yo, fue Rocha. Fue un momento muy importante de mi carrera. En el equipo estaba Gerson, campeón del mundo de 1970”.
A Pelé lo enfrentó varias veces con Peñarol y luego lo hizo con Sao Paulo. “Nos encontrábamos siempre en la cancha, fue algo extraordinario para mí. ‘Los goles de cabeza que hiciste’, le dije un día charlando. Y me contestó: ‘Hubo uno mejor que yo: Alberto (Spencer). Yo precisaba hacer el doble ritmo para subir, Alberto tenía resortes en los pies y la clavaba contra el palo’ me dijo Pelé”.
Fueron rivales 13 años y Forlán cuenta que “fue un jugador fuera de serie, con las canchas que había, que a las pelotas les tenías que poner sonajero porque picaban para cualquier lado. Al Negro le vi hacer goles muy similares al de Maradona a los ingleses. La única camiseta que cambié en mi vida fue en un Santos-Peñarol en Maracaná, se la cambié a él. Después le regalé esa camiseta a Diego (su hijo) por el cumpleaños, pero al otro día se la saqué (se ríe)”.
Se jugaba la Supercopa de Campeones -que ganó Peñarol- y Santos visitó el Centenario con Pelé, pocos días después de que el brasileño convirtiera su gol 1.000.
Forlán recuerda que “Peñarol le hizo un homenaje y él entró con la camiseta de Peñarol con el número 1.000 antes de aquel partido que ganamos 2-1”.
No solo conoció a Héctor Scarone y enfrentó a Pelé, sino que después que dejó el fútbol, hizo amistad con Diego Maradona.
“Se dio una linda amistad por amigos, en su caso por el Pato Aguilera y Jorge Chijane, quienes los trajeron a jugar a mis canchas que estaban en el lago de Avenida de las Américas. Estuvo un mes entrenando. Ahí fue que lo llamaron para volver a la selección argentina en el Repechaje contra Australia y metió el pase para el gol de Batistuta y clasificaron al Mundial 1994. Es una lástima que se haya muerto. Se fue joven, era un gran tipo. Jugamos al fútbol juntos y después al tenis”.
Tras un breve pasaje por Cruzeiro, volvió a Peñarol en 1976. Ya había jugado con Spencer y otros monstruos arriba, y ahora, le tocaba compartir equipo con Fernando Morena.
Así lo explica: “Era rápido, se movía muy bien en el área, cabeceaba muy bien, tenía ese pique corto, no se le podía dar ventaja, como a todos los goleadores”.
Pero después, hubo desencuentros con los aurinegros y Luis Cubilla, quien dirigía a Nacional, lo tentó para llevárselo al eterno rival.
“Yo quería seguir en Peñarol, pero no me extendían el contrato. Cubilla me dijo: ‘Mirá que no te van a contratar, a mí me pasó lo mismo’. Pasó el tiempo y de calentura, me fui para Nacional. Me fui faltando un día para que cerrara el período de pases. Estuve seis meses con Luis y luego con Pedro Delacha, un buen tipo, como técnicos, y ganamos la Liga Mayor. Jugué con Darío (Pereyra) y lo recomendé para Sao Paulo”.
De allí pasó a Sud América en donde lo dirigió el Chema Rodríguez, quien había sido técnico de la selección uruguaya, para luego firmar para Defensor con el que ganó dos veces la Liguilla.
En 1967, Pablo ganó la Copa América que se jugó en Montevideo, con una particularidad: el técnico era su suegro, Juan Carlos “Nino” Corazo. Ya venía de jugar su primer Mundial en Inglaterra 66.
“Es un recuerdo hermoso. Ser campeones de América, jugar el último partido acá y ganarle a Argentina a estadio lleno, fue emocionante. Muy lindo de vivirlo”, comenta.
¿Y cómo fue ser dirigido por su suegro? “Tenía muy claros sus conceptos, su manera de jugar, era muy querido por el plantel, imponía su respeto, tenía toda una historia. El jugador de fútbol las respeta esa historia. Fue una leyenda en Independiente. Después del partido, fue un momento increíble juntarme con la que entonces era mi novia, Pilar, y su viejo. Después Diego (su hijo) logró el título de la Copa también, así que fuimos tres generaciones que la conseguimos. En el Campeonato Uruguayo sucede algo similar porque Diego y yo lo ganamos con Peñarol y mi otro hijo, Pablo, lo hizo con Defensor”.
También disputó el Mundial de 1974 en Alemania del que le quedó “un dejo amargo porque no había mucha información y teníamos equipo. Fue una lástima. Holanda fue un gran rival que nos sorprendió. Contra Suecia tuvimos tiros en los palos, pero después nos golearon, fue algo similar a Argentina-Uruguay ahora por las Eliminatorias”.
Con los años, forjó una gran amistad con dos glorias celestes de Maracaná 1950: Omar Míguez y Julio Pérez.
“Tuve la suerte que por amigos nos juntábamos. A Julio lo tuve como ayudante del Profe De León en mi época de Defensor cuando fuimos campeones de la Liguilla. Jugábamos al truco con él. Hablábamos mucho de fútbol con ellos. Eran dos libros abiertos en esa materia”.
Pablo Forlán es historia viva. Entre otros, le tocó marcar a Verón padre, Gento de Real Madrid, Pepe de Santos, Joaozinho de Cruzeiro, Pinino Más de River, al Pepe Urruzmendi, Cascarilla Morales y Domingo Pérez, de Nacional (“personas que quiero mucho”), Rob Rensenbrink de la Naranja Mecánica de Holanda y la lista es mucho más larga. Su apellido es sinónimo de fútbol.
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