Por Sebastián Iñurrieta
En cada polémica que se desata por su culpa, Alberto Fernández transita casi las cinco etapas del duelo, el modelo psicológico de Elisabeth Kübler-Ross. No siempre culmina en la aceptación, ya que a veces el presidente argentino continúa insistiendo en la negación. Pero tras el maremoto de memes del Nebbia-Gate que opacaron lo que podría haber sido un conflicto diplomático, el mandatario avaló moderar sus monólogos.
Un pequeño paso de bebé para un dirigente que desde su época de jefe de Gabinete confía en sus improvisadas alocuciones: en Salta, en un homenaje a Güemes, se valió de un "trencito" –o como dicen en Argentina, "machete"– con anotaciones para guiar su discurso oficial.
La incontinencia verbal presidencial fue, esta semana, un tema de Estado. Pero no es la primera vez que le juega una mala pasada. Incluso antes de asumir la primera magistratura. En 2007 retó a los porteños por la mala performance electoral del kirchnerismo en la ciudad de Buenos Aires con un recordado: "Dejen de votar como una isla". Nunca más, mientras ascendía el PRO, el Partido Justicialista conquistó a ese esquivo electorado.
Después de minimizar, en privado, el episodio poco darwinista del origen de brasileños y mexicanos, el propio Fernández tomó nota. Pero en la Casa Rosada no solo apuntaron al desliz presidencial, que incluyó además un episodio propio al análisis del manejo propio de su cuenta de Twitter, también al poco respaldo público que cosechó el presidente. "Lo dejaron solo", resumieron en un despacho. La ausencia de una diversificada vocería oficial no es algo nuevo: por acción (un Fernández que actúa como su propio vocero, literal, acordando por Whatsapp sus entrevistas) u omisión (poca experiencia de otros funcionarios en la materia), el gobierno limita sus comunicaciones a cuestiones oficiales, salvo contados ministros como excepciones.
En esa línea, se acordó, Santiago Cafiero tomará más las riendas, lo que ya encendió las obligadas versiones de un destino en una boleta legislativa bonaerense (que por ahora niegan). Lo mismo ocurre con otro ministro experto en bajada de línea a la tropa: Gabriel Katopodis (Obras Públicas). Delegado de la Casa Rosada ante sus pares intendentes, esta semana juntó a varios alcaldes bonaerenses en su katopomóvil, mapa en mano, para mostrarse con Axel Kicillof. Si bien va a recorrer el país con la bandera de la reactivación de la infraestructura, "la provincia es muy importante en la agenda de obra pública y la batalla es acá", recuerdan en su ministerio.
Por el lado de la gestión, esta semana hablaron un revalidado Martín Guzmán, el ministro de Economía que no suele hacer demasiadas declaraciones; y Cecilia Todesca, la vicejefa de Gabinete que suele bajar a tierra los etéreos conceptos macroeconómicos. Sus intervenciones suelen ser festejadas en la Rosada.
Pero la labia de Fernández, profesor universitario y el porteño más federal, como le gusta definirse, causó malestar no sólo en Brasil y México, también en el Instituto Patria, donde celebran a Cristina Fernández de Kirchner como la mejor oradora de la actualidad. Hay algo muy cierto: más allá de recordados pifies retóricos en épocas de cadenas nacionales diarias, hoy sus palabras (y sus silencios) son estudiadas con suma precisión.
Sus "reapariciones", a medida que asoma el calendario electoral más habituales, responden a una lógica de contención de su propio núcleo duro. Lo hizo, otra vez, junto a Kicillof, otro metamensaje: de validación a su ex ministro y al territorio bonaerense como su bastión electoral. Y, si bien cada discurso suele una pseudo cadena nacional, la Vicepresidenta recuerda los patios militantes: es un mano a mano con su núcleo duro.
En el Frente de Todos (peronismo) crece el análisis de que hay dos tipos de desencantados: los circunstanciales de 2019, que escapaban de una economía macrista y rechazaban los modos K pero teorizaron que el fin justifica los medios, a los que es Fernández quien le corresponde volver a seducir como un abanderado del dialogo; y la tropa cristinista, que aceptó la estratagema electoral de Cristina pero quería otro Fernández encabezando para recuperar viejas batallas con los poderes fácticos.
"Hay quienes lo ven a Alberto como demasiado vueltero con ciertos temas, como la Justicia", resumen los que reclaman más kirchnerismo y menos fernandismo en el gobierno. Las amenazas de Cristina al FMI o al sistema de Salud, entonces, son dirigidas a su tropa, para recordarles que puede corregir el rumbo del oficialismo. A veces lo hace en público y otras en privado pero que toman estado público, como el freno a la actualización tarifaria que dejó rengo a Guzmán por semanas.
En 2017, mientras seguía pendulando entre shock y gradualismo, el entonces Cambiemos también temió perder parte de su tropa frente a los que lo corrían por derecha. El temor a un regreso de Cristina logró contenerla. El actual oficialismo agita, en espejo, el recuerdo de Macri cada vez que puede.
El Cronista - RIPE
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