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Daniel Ferrere: Provocador inteligente

“Una reforma del Estado debe ser precedida necesariamente por una toma de conciencia de la ciudadanía de que esto es inevitable y que el país no puede seguir viviendo así”
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17 de enero de 2017 a las 05:00

Estaba en el apogeo de su capacidad de provocar con argumentos y propuestas, con una fuerza intelectual arrolladora. Por ello, cuando el helicóptero que pilotaba él mismo y su propia vida terminaron en las aguas frente a Kiyú, en San José, la noticia generó consternación en diferentes sectores de la sociedad. Inclusive, años después de su fallecimiento se señala que se extraña su ausencia en el debate de ideas, como ocurrió cuando El Observador volvió a publicar en 2015 una columna de Fererre sobre educación de 2009.

Se doctoró en Derecho en 1974 y cursó un máster en la Universidad de Harvard. Escribió artículos periodísticos sobre variados temas; sus columnas en El Observador tenían fervientes seguidores. Sus escritos fueron recopilados en el libro Daniel Ferrere: pensamiento en acción. Fue director del Colegio de Abogados y presidente de la Cámara de Comercio Uruguay-Estados Unidos, entre otros.

En una recordada entrevista con Voces del Frente se definió como un conservador compasivo. “Los mejores deben tener más premios que los peores, pero la sociedad debe proveer un mínimo de vida decorosa para todos sus habitantes; es un error gravísimo propender a la igualación forzada”, opinó.

Para Ferrere, Uruguay, y fundamentalmente el Estado, necesitaba una “dosis masiva de eficiencia”, y alertaba por una preocupante disgregación social. Había sido contactado por el presidente José Mujica, quien había comenzado su mandato pocos meses antes del accidente, para que lo asesorara en materia de reforma del Estado. Ferrere proponía que los empleados públicos tuvieran una calificación, movilidad, y que fuera posible despedirlos.

A mediados de la década del 1980 dio inicio al “proyecto Ferrere”. En un pequeño apartamento en el centro de Montevideo y con cuatro abogados, estaba convencido de que iba a llegar a tener el estudio más grande de Uruguay, en un mercado tradicional en el que reinaban antiguas firmas.

En la década de 1990, las grandes empresas de auditoría a nivel mundial empezaron a fusionarse con estudios de abogados. Ferrere decidió hacer a la inversa: crear su propia firma de consultoría. Fue así que nació la renombrada firma CPA Ferrere.

En 2003, cuando Uruguay apenas se recuperaba de una gran crisis y la mayoría de las empresas estaban enfocadas en sobrevivir, propuso la internacionalización de su firma. En un mes se abrió la oficina en Paraguay. “Tenía la gran capacidad de lograr que un grupo de gente lo siguiera a ojo cerrado. Era un intuitivo, pero nos había demostrado una tasa de éxito muy alta; se equivocaba muy poco. Era difícil decirle que no”, recordó Nelson Mendiburu, socio de CPA Ferrere.

Daniel Ferrere se definía como un abogado de negocios y no tenía problemas en reconocer que era sumamente competitivo.

El expresidente Julio María Sanguinetti lo calificó de “librepensador, pensador liberal con sentido social, realista de principios claros, creyente en que el progreso es posible y se construye desde la razón y no desde el eslogan”.

Su socio Andrés Cerisola lo describió como “una fuerza de la naturaleza”, al recordar –a un año de su desaparición, en una columna en El País– cómo “le molestaba el despilfarro, el gasto ineficiente, y sobre todo las oportunidades perdidas, que podían salvarse con un poco de cabeza y ganas”.

Polémico, de pluma mordaz y muchas veces desconcertante, en una idiosincrasia como la uruguaya en la que parece malo destacarse, Ferrere podía ser para muchos hasta irritante, pero nadie negaba su capacidad de estimular el pensamiento y elevar la mira.

Lincoln Maiztegui fue el encargado de escribir su obituario para El Observador, al que tituló “Morir volando”: “Sin duda esa vocación por los cielos abiertos y los horizontes infinitos expresaba algo mucho más profundo que el simple temor a llegar tarde a una cita; era testimonio de la honda inquietud de su alma, de su aspiración a alcanzar metas siempre más altas y difíciles, de mirar la vida cotidiana y los minúsculos avatares desde la soledad espiritual y distancia del filósofo. Su vida, entonces, y su muerte en pleno vuelo, más allá del dolor que a todos causa su definitiva ausencia, se erige como un modelo para esta sociedad que tanto amó y que tanto y tan urgentemente necesita desplegar las alas y encontrar lo mejor de sí misma en la aventura estimulante de surcar los infinitos”.

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