Cuando en los Oscar del 2016 Bonnie y Clyde erraron los tiros y condenaron a La La Land a ser, para siempre, la película que ganó sin ganar, los boquiabiertos espectadores olvidaron al instante que minutos antes habían sido testigos de un hecho histórico. En el mismo escenario en el que el trofeo mayor pasaba, ahora, a manos de la gente de Luz de luna, un muchacho de 32 años, de pelo negro rizado, marcas de acné en la cara, flaco y bastante nervioso, daba las gracias a todos por convertirlo en el cineasta más joven en la historia en ganar el premio a la Mejor dirección. Con una sonrisa torva y haciendo reverencias, el director de La La Land balbuceaba frente a miles de personas, visiblemente emocionado y con una certeza que ni la equivocación más grande de la historia de Hollywood podía opacar: que con apenas tres películas y muchas ideas en la cabeza, acababa de tallar su nombre en la historia. Que ahora le tocaba jugar de titular.
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