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¿De quién son los derechos si el ChatGPT escribe una canción? Las preguntas que abre la IA en el cine, la música y la literatura

La popularización del software ChatGPT abre numerosas incógnitas en la cultura: ¿qué pasa con el uso de esta tecnología en la música, la literatura y el cine?
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28 de enero de 2023 a las 05:00

No deberíamos haber visto tantas películas. Ahora sacárselo de la cabeza es imposible. Desde hace algunas semanas todos estamos hablando del ChatGPT y de las posibilidades de la Inteligencia Artificial aplicada a la vida, y en esta discusión renovada —porque de la IA se habla desde hace décadas— hay dos opciones para sopesar el futuro en base a lo que estamos viviendo con esta tecnología: o es una moda pasajera o es el comienzo del apocalipsis robótico. De nuevo, puede ser que hayamos visto demasiadas películas. Pero ese mundo que Terminator o Matrix mostraron, en donde el ser humano es plaga o batería, quizás no esté tan lejos. O quizás sí. Quizás nunca suceda. Pero en todo caso, en eso hemos estado pensando: en nosotros y las máquinas. En lo que nos hace humanos y en lo que no.

La popularización del ChatGPT —¿el Hal 9000 que nos tocó por padrón?— ha propiciado ese tipo de consideraciones. Pero antes de seguir, una definición de la herramienta escrita por la propia herramienta:

“ChatGPT es un modelo de lenguaje grande entrenado por OpenAI. Fue diseñado para generar texto coherente y natural en respuesta a una variedad de preguntas e instrucciones en inglés. Puede ser utilizado para tareas como generación de texto, diálogo, traducción automática y resumen automático.” 

Por si no queda claro, para comprobar cómo funciona no hay que hacer más que ingresar a chat.openai.com, crear un nuevo chat y escribir alguna especie de orden. Acto seguido, la tecnología buceará entre sus más de 175 millones de parámetros y la exorbitante masa de información que maneja y entablará una especie de conversación con el usuario. Está entrenada para eso y responde con eficacia. Pero no puede opinar. Y no puede juzgar, tampoco. Y, en todo caso, tampoco está demasiada actualizada: si se le pide que dé el pronóstico de hoy —jueves 26 de enero de 2023— en Montevideo, dirá que hace frío. Y al menos en esta ciudad frío no hace.

De todos modos, esta debe ser una de las primeras veces en que los seres humanos comunes y corrientes, los que no estamos en contacto permanente con las tecnologías más avanzadas de la época, podemos experimentar la extraña sensación de estar tocando el futuro. Y la oportuna explosión del uso de esta herramienta, que se extendió masivamente en las últimas semanas y que no deja de generar debates que se están dando desde en las redes hasta en la academia, no ha hecho más que avivar eso: la idea de lo que vendrá.

La discusión ha tocado varias aristas, y una de las más agitadas y recientes es la educación. Allí la existencia del ChatGPT ya está generando opiniones encontradas, como bien especifica esta nota de El Observador que se publicó hace algunos días. Según dijo en esa nota el ministro de Educación y Cultura, Pablo Da Silveira, la herramienta es “una oportunidad para replantearse qué se pretende del acto educativo: un estudiante puede devolver un ensayo filosófico hecho con este chat, pero lo que debe evaluar el docente no es el ensayo en sí mismo, sino tener unos 20 o 30 minutos al día siguiente para evaluar si el estudiante es capaz de argumentar sobre ese escrito, si es capaz de razonar o de asociar”.

Es probable que este sea el año en que varios docentes uruguayos deberán empezar a tener que lidiar con los resultados y las composiciones de este bot libre y gratuito, y en algún punto marcará una suerte de impasse para un modelo educativo que, entre otras cosas, ya ha incorporado en alguna medida otras tecnologías “apocalípticas” a su esquema de trabajo. El celular, sin ir más lejos.

Sin embargo, hay otros campos de discusión en donde la aplicación de la IA también explotó. En la música, el cine o la literatura, por ejemplo. 

Creatividad humana versus mecanización 

La pregunta que hay que hacer no está del todo clara. ¿Hay que discutir sobre la creatividad? ¿O por el estilo? ¿La capacidad de imitación que tiene la máquina? ¿La humanidad y las emociones o reivindicaciones que haya por detrás? La popularización del ChatGPT, así como la presencia de otras herramientas que se basan en IA, despertó esas dudas en el mundo del arte. ¿Cómo pega en la literatura, en la música, en el cine?

Hoy, por ejemplo, existe la tecnología que permite generar imágenes de una supuesta película perdida de David Cronenberg que nunca existió, que puede escribir —todavía con carencias estilísticas y narrativas considerables— relatos de ficción en prosa con sentido, que supuestamente adaptan estilos de escritores clásicos, que arman canciones de cero —no pidan, por ahora, demasiada armonía—, que crean pinturas inspiradas en los estilos de los grandes pintores de la historia y que crean fotografías de personas que jamás pisaron el planeta Tierra. 

Hace algunas semanas Gonzalo Frasca, doctor en retórica de videojuegos, publicó en Twitter lo siguiente: “Le pedí a ChatGPT que escribiera una historia a lo Borges. Sobre ‘un hombre que descubre un laberinto dentro de sí mismo’. El resultado es SORPRENDENTEMENTE bueno.” Adjuntó, con el mensaje, la captura de la narración que se generó como resultado en la plataforma. No era un gran texto. Más tarde, ante una interacción con otro usuario publicó: “Claramente la prosa no es borgeana. Bueno, en realidad no le pedí que escribiera como JL. Voy a probar…”. Algunos minutos más tarde: “Esto es lo que me da cuando le pedí que reescribiera el relato con el estilo de Borges. La prosa mejora pero dista de excelente. Igual, lo generó una máquina en 15 segundos... (!!!)”

El texto borgeano del Chat GPT no era, de nuevo, muy bueno. En realidad, estaba bastante lejos de algo parecido a lo que podría haber sido un texto inédito del autor argentino, pero es un avance y una advertencia: puede que llegue el momento en que el texto borgeano de la máquina sí pueda ser confundido con un cuento apócrifo del hombre del Aleph. Y ante eso, ¿qué hacemos?

Para Francisco Álvez Francese, escritor, editor, licenciado en Letras por la Udelar y magíster en Filosofía por la Université de Paris VIII, la relación de las últimas semanas con el ChatGPT ha pasado del juego a la reflexión, y viceversa, y este tipo de preguntas ha sobrevolado su área de interés. En el descubrimiento del error del algoritmo, en sus limitaciones, se ha topado con el espacio para sopesar lo que viene o puede venir.

Las limitaciones de la IA ofrecen campos de reflexión enormes. Hoy hay muchas cosas que no entiende. Le cuesta producir metáforas propias elaboradas. Si uno le pide un poema surrealista va a ser un poema que diga ‘estoy soñando y me pregunto qué es la realidad y la ficción’, pero no hay elaboración, no hay rasgos típicos del surrealismo. Tampoco sabe rimar. Hoy le pedí que hiciera un soneto clásico y no lo supo hacer. Por otro lado, se mueve como buena parte de la literatura y el arte en general: a través de clichés. Toma lo viejo y lo repite, lo rearma. Claramente no entiende lo que es un estilo, no sabe replicarlo, porque un estilo es mucho más que un tema. Un poema que hable de la luna no es necesariamente lorquiano, aunque en muchos poemas de Lorca se hable de la luna, o de la sangre, los asesinatos o los caballos. Hay una dificultad ahí que la inteligencia artificial no puede y tal vez no pueda nunca entender. Entiende los resultados, pero no entiende los procesos que llevan a esos resultados”, explica.

En ese sentido, para Álvez Francese la aparición de textos que emulen el estilo de un autor no es problema porque, según dice, la posibilidad de los "apócrifos" ya existe. En ese punto específico de la discusión, el nudo pasa por otro lado.

"El tema con la IA —dice— es que tal vez pueda replicar el estilo del Bosco pintando, o el estilo de Borges escribiendo, o el de Lorca, Pizarnik o Emily Dickinson, pero por ahora no puede ser lo que fueron ellos. La pregunta sería: ¿si la inteligencia artificial existiera en el siglo XIX, podría haber escrito antes de Dickinson su poesía? Esa es la cuestión. Hay que buscar de qué modo la IA puede producir algo distinto a lo que había, en la medida en que eso fuera posible en el arte, que es muy relativo. Hace poco tuve una discusión sobre Góngora con el Chat, porque había equivocaciones con los datos, dice una cosa y quiere decir otra, nombra como inglés antiguo algo que no lo es, atribuye mal un poema. Hay problemas en varios niveles, pero en esos problemas están las posibilidades”, agrega.

El músico Diego Traverso también opinó sobre el tema en su cuenta de Twitter hace algunos días. Su postulado, de todos modos, apuntó a otro paréntesis que se abre: la creatividad humana frente a la de una IA.

“La discusión de si lo que hacen es arte o no es trivial. Es curioso que decidamos qué es creativo o artístico en función de quién lo hace y no del producto en sí. Una hipótesis de diferenciación en el corto plazo entre el arte humano versus el arte creado por algoritmos se basará en el justificativo de esa creación, las motivaciones, los por qué, y el contexto. Nos hará pensar por qué hacemos las cosas que hacemos. Si es por una imagen bella de un atardecer, siempre la IA creará algo mejor. Pero si ese atardecer simboliza sentimientos y problemáticas humanas en un determinado contexto, en una determinada historia personal que al realizarla sea universal, tal vez tengamos una oportunidad. Esto, claro, en el corto plazo; en el largo plazo seguramente las IAs encuentren sus propias problemáticas, sus propias motivaciones y seguramente generen obras maravillosas por ‘voluntad propia’”.

La voluntad humana entra, entonces, para diferenciarnos de las máquinas y sus posibilidades. Al menos por ahora. Pero al mismo tiempo, también lo permiten los errores o la capacidad que hoy tiene el ser humano para, a partir de su propio desconocimiento, apelar al talento para solucionar problemas.

En ese sentido, las plataformas de streaming hoy tienen códigos de guion claros para la producción de series que se deben mantener sí o sí, así que por ejemplo se podría diseñar una IA para que empiece a escribirlos considerando esas demandas narrativas de la industria. Ante ese panorama, el cineasta Pablo Stoll considera que el factor humano seguirá encontrando un espacio en el que operar. Y será allí donde el valor del producto se definirá.

“Las fórmulas de escritura de los guiones es algo que las industrias de la narración vienen tratando de hacer cada vez más estrictas y funcionales. Donde se ven las diferencias, entonces, es en la puesta en escena y la dirección. El guion empieza a funcionar como una especie de contrato, de que tienen que pasar determinadas cosas en determinados momentos, y lo demás queda librado al resto de las personas que trabajan, que van a seguir siendo personas. Será difícil que un bot le diga a Julia Roberts donde pararse o cómo hablar. Ahí sigue pasando lo que podríamos llamar ‘la magia’. Lo demás está bastante cuadriculado y supongo que si existe una IA que asegure que el contrato se cumple, se puede ir para ese lado. Lo que no podrá ese bot será copiar la forma en la que Scorsese resuelve una escena, por la simple razón de que Scorsese no sabe cómo resolver la escena mucho tiempo antes de hacerlo”. 

¿Y de quién son los derechos de autor?

Le pido al ChatGPT una canción al estilo de Jaime Roos. El resultado es algo que se titula El tiempo de los valientes y el primer verso dice lo que sigue:

En el campo de batalla, la lucha es real
Los hombres caen al suelo, el ruido es infernal
Pero yo me mantengo firme, con mi espada en la mano
Porque sé que esta es la hora de los valientes

La canción es horrible y se lo digo. Me pide disculpas. Le digo que no pasa nada. De todos modos, hay algo irrebatible: lo que me entregó es una creación original. No es un plagio, ni algo preexistente, ni nada: es una creación totalmente nueva. Y entonces: ¿a quién le pertenece? ¿Es mía? ¿Puedo tomar esa letra, agregarle música y ser el propietario de sus derechos de autor?

Diego Drexler, músico y secretario general de Agadu, la organización que vela por los derechos de autor de los artistas uruguayos, también pasó algunas horas de los últimos días con la herramienta. Probó con directrices básicas y luego algunas canciones. “Le pedí una sobre una temática en particular. Las cosas que me devolvió me parecieron muy vagas. Después le pedí cosas más complejas: una canción sobre la infancia hecha en versos octosílabos, en décimas, y pasó lo mismo. Quise ponerme a jugar para ver si podía sacar algo creativo de allí, pero me aburrió”, relató.

Drexler viene siguiendo con atención el tema y confía en que la IA seguirá avanzando dado que estamos, según él, en “los albores de lo que se llama la singularidad, el punto en que las máquinas y los algoritmos van a empezar a superar las capacidades que tenemos los seres humanos.” En lo que respecta a su rol como miembro del directorio de Agadu, asegura que ya existen conversaciones en torno a la propiedad intelectual de estas creaciones, pero todavía es un terreno en donde no abundan las certezas.

“Se está conversando y es un tema que está sobre la mesa. Por ahora, la respuesta es que nuestro derecho de autor viene del francés y el alemán, que se basa en el derecho moral y vincula siempre al creador y la obra. ¿Qué pasa con el algoritmo? Nosotros suscribimos por lógica que el autor siempre es la persona física. De todos modos, las legislaciones siempre van detrás de los cambios tecnológicos. El derecho de autor nació con la imprenta, cuando nació el derecho de copia. La invención de la imprenta de Gutenberg llevó a una revolución tecnológica que cambió la historia del conocimiento y dio lugar al derecho de autor. Como pasó con el surgimiento de internet a fines del siglo xx, este es otro cambio tecnológico que vuelve a poner en jaque el derecho de autor, porque genera nuevas formas de pensar la propiedad intelectual”, explicó.

En el resto del mundo los engranajes ya se están moviendo. Este viernes se conoció que Springer Nature, la editorial académica más importante y grande del mundo, anunció que softwares como ChatGPT no pueden acreditarse como autores de artículos publicados en cualquiera de sus revistas. Los científicos sí pueden, en cambio, servirse de la herramienta para su escritura o para generar ideas durante el proceso, siempre y cuando lo especifiquen en la publicación.

Así, no hay muchas certezas en un tema en el que apenas estamos rascando la superficie y que avanza cada día un poco más. Lo que está claro es que hoy estamos más cerca de esa singularidad de la que hablan Drexler y varios teóricos más, aunque el camino está pavimentado de muchísimas preguntas y tiempo para reflexionar que nos hace, a fin de cuenta, humanos. Por ahora, esa posibilidad es solo nuestra y en lo que al ChatGPT respecta, sigue sin poder armar una rima digna. 

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