Mundo > Memoria del Holocausto (Segunda parte)

El 23 de julio de 1942 los nazis inauguraban Treblinka asesinando a todos los trasportados del gueto de Varsovia

El campo funcionó entre el 23 de julio de 1942 y el 19 de octubre de 1943 como parte de la Operación Reinhard, la fase más criminal de la llamada Solución final.​ Entre 700 y 900 mil judíos fueron asesinados en sus cámaras de gas​ junto con miles de personas de la etnia gitana y otras procedencias
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23 de julio de 2022 a las 05:02

Por Eduardo Anguita

Después de Auschwitz, Treblinka fue el campo de exterminio donde más judíos mataron los nazis. Antes de crear ese centro equipado con cámaras de gas, los nazis habían tomado una fábrica polaca en ese pueblo y la convirtieron en un lugar de trabajo esclavo. Ese campo de trabajo forzado fue  inaugurado en septiembre de 1941, dos años después de la ocupación alemana de Polonia y casi un año después de la creación del Gueto de Varsovia.

Allí había entre mil y dos mil personas esclavizadas, la mayoría de origen judía. Cuando le mostraron los planos de Treblinka a Heinrich Himmler, el temible jefe de las Schutzsaffel -las SS- decidió que era un lugar estratégico para los planes de exterminio de Adolf Hitler. En efecto, contaba con una pequeña estación ferroviaria que era un punto de bifurcación para los trenes provenientes de distintos puntos de Polonia, y especialmente de la capital, Varsovia, de la cual estaba a menos de cien kilómetros.

En mayo de 1942, las instrucciones de Himmler se convirtieron en realidad: crearon un segundo complejo -Treblinka II- para exterminar a quienes llegaran en tren. El primer contingente arribó desde el Gueto de Varsovia. Fue el jueves 23 de julio, en un viaje sofocante, con hombres, mujeres y niños abarrotados en vagones de carga sin saber que ese mismo día serían asesinados con monóxido de carbono.

En los meses siguientes, hasta julio de 1943, llegaron a Treblinka entre uno y tres trenes diarios con la increíble cifra de 60 vagones cada uno. En cada vagón, pintado con cal y a mano alzada, estaba escrito 150, 180 o 200, dependiendo de la cantidad de personas metidas a la fuerza. Es decir, a diario llegaban entre 10 y 30 mil personas, casi exclusivamente judíos, familias enteras que no tenían idea de lo que sería de su existencia.

Chil Rajchman, testigo del exterminio

Oriundo de Lodz, tercera ciudad más poblada de Polonia, de una familia de clase media judía, Chil Rajchman tenía cinco hermanos. La ocupación nazi a su país en 1939 ya había devastado a los suyos. El turno de Chil llegó a comienzos del otoño de 1942: lo detuvieron y en octubre de ese año fue subido a uno de los trenes que conducían al infierno, aunque él mismo ni supiera cuál era su destino.

Joven, fuerte, pudo hacer frente al trabajo forzado que le dieron cuando los comandos de las SS lo instalaron en una de las barracas donde dormían infinidad de hombres demacrados y con los huesos pegados a la piel.

Lo que encontró después fue aún más aterrador: en un edificio había tres cámaras de gas, en otro contiguo los locales destinados al exterminio sumaban diez. Se trataba de espacios sellados, donde los SS metían a decenas de personas y de inmediato las sometían a dosis letales de monóxido de carbono.

Chil constató que muchos de los que llegaban a Treblinka ni siquiera pasaban la noche en una barraca: los llevaban de inmediato a las cámaras de gas. Al lado de aquellos edificios de exterminio había una casa donde guardaban el oro y el platino extraído de la boca de los asesinados. En otros depósitos, los nazis guardaban dinero o joyas de sus víctimas.

Las primeras semanas Chil fue acarreador de cuerpos y pudo calcular el número de personas que entraban en cada cámara de gas: alrededor de 400, entre hombres, mujeres y niños. La aplicación de gas no superaba los 20 minutos. Luego de un tiempo como enterrador, fue sumado al grupo encargado de sacar las prótesis de oro de las bocas de los muertos.

La fuga de Treblinka

Chil Rajchman sabía que no había salida. Junto con otros 56 prisioneros que formaban parte del millar de mano de obra esclava concibieron una fuga. Hubo varios traspiés: una epidemia de tifus y una información filtrada sobre los propósitos de escape fueron dos de los escollos más duros. Sin embargo, perseveraron.

Era verano, los bosques cercanos a Treblinka estaban tupidos y el domingo 2 de agosto de 1943, cuatro guardias alemanes y 16 soldados ucranianos alistados con los nazis se fueron a nadar a un río cercano. En los días previos, organizados en células secretas, los 57 complotados habían escondido bidones de nafta de los camiones, herramientas cortantes, unas pocas armas y granadas.

Al mediodía provocaron el incendio de unas cámaras de gas y los soldados que estaban en el campo de exterminio fueron hasta allí. Los prisioneros usaron sus armas y en un santiamén estaban sobre el primer cerco perimetral de alambres munidos de tenazas. Eran las tres y media de la tarde. La fuga estaba en marcha.

Aunque sorprendidos, los SS trataron de conjurarla. Sin reparar en el repiqueteo de las ametralladoras ni el ulular de las sirenas, las tenazas de los fugados cortaron la segunda alambrada. Llegaron hasta la tercera y varios cayeron en el intento.

Chil y otros muchos, ilesos, zigzaguearon hasta los bosques cercanos. Sin más que el instinto de supervivencia y la dignidad, se dividieron en pequeños grupos con la consigna de caminar de noche y esconderse de día.

Como en el escape no habían logrado cortar los cables telefónicos, los SS dieron el alerta y la zona se inundó de ovejeros alemanes y de grupos comandos dispuestos a matar a los fugados. Sin embargo, 54 prisioneros lograron su cometido.

Ese domingo 2 de agosto de 1943, antes de que cayera el sol, no quedaban prisioneros vivos en Treblinka. La furia de los SS se desató sobre quienes no se habían fugado. Como algunas de las cámaras de gas se habían salvado del incendio, durante todo agosto, los SS les dieron uso con prisioneros trasladados desde otro campo de exterminio. Luego lo cerraron.

La fuga de Treblinka no fue la única exitosa lograda por un grupo organizado de prisioneros en un campo de concentración. Poco después, el 14 de octubre de ese 1943, lograron fugarse un centenar de prisioneros del campo de exterminio de Sobibor, también en Polonia. Himmler, nuevamente, hizo destruir ese centro.

"Sobreviví y me encuentro entre hombres libres. Pero a menudo me pregunto a mí mismo ¿para qué? Para contar al mundo qué fue de millones de víctimas asesinadas, para ser testigo de la sangre inocente que derramaron las manos de los asesinos", dejó escrito Chil Rajchman en sus memorias.

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