Opinión > ANÁLISIS

El basurero del arroyo Solís Chico

El plan de verter 600 toneladas diarias de basura cuenca arriba amenaza la zona
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10 de marzo de 2019 a las 05:00

Era una tarde de verano cubierta de nubes grises, que presagiaban la llegada de la lluvia. Pero antes que la lluvia llegó el pique. Mis hermanos mayores y sus amigos levantaban pejerreyes, pero yo, dominado por la ansiedad de mis 7 años fallaba una y otra vez. “Voy a dejar que se hunda la boya hasta que no la vea”, me prometí. El agua estaba bastante clara, así que el trompito blanco se fue hundiendo, hundiendo, hundiendo hasta que dejé de verlo y al aferrar, tuve el premio a la paciencia al sentir el tironeo electrizante del primer pejerrey que pescaba en mi vida.

Hubo una época en que en la desembocadura del arroyo Solís Chico, del lado de La Floresta,  los peces abundaban. Ya fuera de mañana o al atardecer, era frecuente volver con un almuerzo o cena de pejerreyes, como para toda la familia y como para convidar a los vecinos.

Otras veces se daba el pique del burel, mucho más emocionante y sabroso. Si no estaban los pejerreyes ni los bureles y uno quería la emoción del pique, probaba un poco más cerca del fondo donde innumerables roncaderas esperaban ansiosas llevarse el trozo de almeja. Pero si estas salían, debían ser devueltas “porque cuando son chicas son pura espina”.

Cada tanto se arrimaba la sardina, el pampanito, la burriqueta e incluso a veces se pescaba algún lenguado o alguna tambera, el juvenil de la gran corvina negra. Las lisas saltaban pero eran casi imposibles de pescar. Otras veces entraban por la boca del arroyo cardúmenes multitudinarios de lachas, que no se podían pescar con caña porque eran herbívoras, pero eran excelente carnada si uno lograba capturar algunas para probar la corvina en los pesqueros de Atlántida. El arroyo era una caja de Pandora, llena de sorpresas sabrosas.

Una de las razones de tanta abundancia de pescado eran los “cangrejales”, unas zonas que hoy causarían bastante asombro si pudieran ser vistas. Millones de cangrejos vivían en una especie de  ciudad crustácea, arroyo arriba entre el puente de la Interbalnearia y la barra, donde millones y millones de pinzudos y pinzudas tomaban sol mirando de reojo a las garzas amenazantes.

La ida a pescar era un hecho social. De mañana se juntaban decenas de familias como la mía, de Las Toscas, Parque del Plata, La Floresta ,

Las Vegas, Soca y quien sabe que otros lugares. Cada tanto aparecía una lancha con alguien haciendo esquí acuático que generaba la molestia de los pescadores.

Madrugar, pescar hasta las 11 de la mañana, un chapuzón en la playa de La Floresta y a almorzar la pesca del día. En esa rutina de las mañanas pase varios veranos de mi infancia. Un tiempo que se ha ido, peces que se han ido. 

La decadencia de la fauna de nuestros cursos de agua es un fenómeno de largo plazo tal vez un fenómeno casi mundial. Desde aquellos lejanos años 70 hasta ahora mucho se ha empobrecido toda la costa y seguramente todos los arroyos. 

Pero desde hace meses o tal vez años los vecinos de la cuenca del Solís Chico luchan a brazo partido por evitar la estocada final al arroyo.

Un gran basurero que se planifica con empeño desde hace muchos meses. En un principio se quiso instalar cerca del puente de la Interbalnearia, ahora se lo quiere instalar cuenca arriba, una propuesta que parece peor que la anterior.
Duele ver el Solís Chico mismo a la altura de la carretera, con un murallón contra el propio curso de agua, para hacer una cancha de basket que bien pudo respetar los márgenes del arroyo. Una agresión injustificada e insólitamente autorizada, típico ejemplo de lo que no debe hacerse.

La misma situación de la Laguna del Diario, un curso de agua dulce donde pululaban las mojarras, castañetas, bagres y tarariras y que hoy es una lamentable masa verde. 

Solo cabe esperar que los vecinos del arroyo Mosquitos y la cañada la Totora en las nacientes del Solís Chico logren revertir la amenaza que desde hace años pende sobre el agonizante arroyo. Que muchos vecinos vayan este sábado  a la sociedad de Fomento de Tapia, donde pequeños productores y vecinos de la zona se reunirán para tratar de frenar al megabasurero que puede arruinarles la vida a ellos y las vacaciones a quienes tienen sus casas de veraneo aguas abajo. Según ellos han podido enterarse, el plan es tirar 600 toneladas de basura cada día en las nacientes del arroyo Mosquitos y la cañada La Totora, en un predio muy cercano a los cursos de agua, a la Colonia Berro y a la Escuela rural N° 182 a la que concurren 24 alumnos.

Otro ejemplo que obliga a reflexionar sobre como tratamos a nuestros cursos de agua. El objetivo de todos debería ser y que algún día en un futuro seguramente distante, las familias vuelvan a las orillas a buscar si es el pejerrey o el burel el que ese día recorre en cardúmenes las orillas. Desde la bahía de Montevideo, a las zonas costeras invadidas por una urbanización sin planificación al mal manejo de la basura que se hace en todo el país, sin separar lo orgánico de los plásticos y las latas,  sin compostar los residuos, desparramando y enterrando o quemando. Antes de seguir agrediendo cuencas hay que repensar cómo nos tomamos en serio lo del Uruguay Natural y lo ponemos en práctica. Y salvar al Solís Chico de este proyecto que los vecinos de sus nacientes consideran un potencial jaque mate al arroyo. 

 

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