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El Centro y las Izquierdas

Entiendo que el espacio de centro, por lo que representa en sensibilidad e ideas, tiene especiales misiones para el futuro cercano
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13 de marzo de 2024 a las 13:59

En no pocas ocasiones suele presentarse al “centro político” como una cuestión de circunstancia, cómo la actitud pendular, tibia, como la conciliación en el vaivén entre posiciones y antagonistas. Como el solvente que diluye un original. No es así. El “centro político” tiene personería propia.

El centro político es capaz, nada más y nada menos, de integrar los principios de libertad e igualdad, promoviendo una visión liberal que amalgama la igualdad de oportunidades y la solidaridad en el desarrollo de la sociedad. Además, fomenta valores republicanos arraigados en la historia de Uruguay, como la moderación, el diálogo, el consenso, el equilibrio y la colaboración en la construcción del proyecto nacional. Es la impronta que nos llevó a ser una “sociedad amortiguadora” al decir de Real de Azúa.

Entiendo que el espacio de centro, por lo que representa en sensibilidad e ideas, tiene especiales misiones para el futuro cercano.

Por las cuestiones de forma y de fondo que reseñamos, supone la plataforma adecuada para sustentar las políticas de desarrollo del país. Es capaz de convocar mayorías y a gestionarlas de manera republicana, porque así lo demandan sus genes.

La exigencia de robustecer el centro será mayúscula porque la polarización cotiza bien -a costo de la credibilidad y confianza del sistema-. Y si bien, como sentenció por estos días el Presidente, “no hay grieta”, sí hay “grietistas”. Si hay interesados en polarizar sin ponderar secuelas. A diario vemos cómo los tonos se elevan y los argumentos son reemplazados por impulsos y discursos sensacionalistas. La arena política, como cualquier otro ámbito humano, no está exenta del conflicto. De hecho, el núcleo mismo de la política radica en la gestión de los conflictos y del disenso. Es precisamente esta capacidad de gestionar y regular los desacuerdos lo que hace de la política uno de los mayores logros civilizatorios. La política ha permitido que las sociedades canalicen sus demandas y resuelvan conflictos de manera ordenada, evitando así caer en el caos. Es por eso que lo opuesto a la guerra no es simplemente la paz, sino la política: la habilidad de los individuos para interactuar sin recurrir a la destrucción mutua.

Pero una sociedad madura y orientada hacia la superación no puede basarse en un sistema que se autodestruya. Las retóricas polarizantes pueden generar réditos a corto plazo, pero a la larga resultan dañinas, ya que saturan a la sociedad, minan su confianza en el sistema y fomentan la búsqueda de alternativas radicales.

Pero esto, como todas las tendencias de momento, también pasará.

El centro político en nuestro país y en la coyuntura que vivimos, tiene una misión agregada: ser puerta de entrada para quienes han sido abandonados la izquierda uruguaya.

El Frente Amplio ha dejado en orfandad a muchos de “sus” votantes. El silencioso pero implacable apoderamiento, estructural, ideológico y discursivo que han perpetrado los sectores más radicales y polarizantes de la coalición de izquierda, expulsa a quienes tienen una sensibilidad ligada a la moderación, el sentido común y el republicanismo.

No es un fenómeno ni nuevo ni exclusivo del Uruguay. En estas mismas páginas hemos señalado como las izquierdas occidentales han dejado de lado la vocación universalista y sustituido su razón de ser en las representaciones identitarias, que por su propia naturaleza tienen una vocación excluyente y pretendidamente autosuficiente.

En claro: hay sectores de raíz seregnista, astorista, de cariz socialdemócrata, que no tienen espacio de representación en un conglomerado dominado por el MPP, el Partido Comunista y el PIT CNT. 

El Frente Amplio pretendió desde su génesis representar las “varias izquierdas”, lo que lograba, o bien con un programa único o bien con un liderazgo indiscutido. Quien haya leído el programa del Frente Amplio verá que no hay allí ninguna síntesis que pueda ser abarcativa y convocante, y los liderazgos en disputa representan la radicalidad.

Muchos ciudadanos que seguían confiando -quizás tímidamente- en 2019, esperanzados en el resurgimiento de valores de moderación, madurez, sentido común y autocrítica en el Frente Amplio, habrán visto con desconsuelo que nada de eso pasó. Pasó todo lo contrario.

Este señalamiento no es para inmiscuirme en la realidad de otro Partido, sino para prevenir al mío, precisamente de la responsabilidad que se tiene en generar el amplio espacio de centro donde puedan converger sectores republicanos que en su momento confiaron en alguna de las diversas columnas de la izquierda uruguaya.

Cuando vemos que el rival ostenta cierta anemia emotiva, con un pesimismo tóxico -pero estratégico- y que se envuelve en la intransigencia y en la incapacidad de reconocer los avances del país no solo por no conceder mérito al gobierno, sino, además, exhibiendo una retórica de demolición como vía táctica de socavación, debemos vencer las naturales tentaciones de contienda y ser conscientes de la misión: abrir las puertas y ampliar la representación.

La tarea, ya emprendida, debe realizarse con especial cuidado. El centro es equilibrio, pero no es equilibrista.

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