Lo adelantó Brendan Fraser, entre lágrimas y levantando el Oscar que premió una actuación destacada y también una historia de vida y resiliencia: “Entonces es así cómo se ve el multiverso”. Porque la noche de la edición número 95 de los premios de la Academia, fue, en efecto, la fiesta del multiverso. El Dolby Theatrer de Los Ángeles se entregó por entero a la fantasía exacerbada de Daniel Kwan y Daniel Scheinert, y premio a premio fue convirtiendo a Todo en todas partes al mismo tiempo en la gran aplanadora de la noche, con siete de once estatuillas a las que estaba nominada, incluida la de Mejor película. Ni los tanques alemanes de Netflix, que por un momento asomaron amenazadores, pudieron con el golpe de efecto que una de las historias más originales del año le dio a la ceremonia.
La película de “los Daniels”, que se estrenó en junio de 2022 en Uruguay y que con el paso de los meses fue y vino en la cartelera a impulsos del Oscar buzz, aparece entonces al final de la noche más importante de Hollywood como una especie de volantazo para una industria que lo necesitaba. Después de los tibios y olvidables antecedentes de Green Book, Nomadland y CODA, la victoria de Todo en todas partes al mismo tiempo abre la puerta del fondo y deja entrar una ventisca de aire fresco y originalidad irreverente. Kwan, Scheinert, Michelle Yeoh y Ke Huy Quan demostraron que se puede hablar del amor y la familia sin caer en el sentimentalismo barato, que el cine de género está vivo y goza de una salud excelente, y que la solemnidad de “los grandes temas” puede atomizarse en una bomba de entretenimiento masivo que no teme jugar con el existencialismo y los chistes anales.
Aún en una noche por demás predecible —la película venía ganando todos los premios que “adelantan” el galardón de la Academia y cada una de las apuestas se confirmó; no hubo sorpresas— la historia de Todo en todas partes y el Oscar emocionó cada vez que se lo permitieron. El primero que hizo llorar a los espectadores fue Ke Huy Quan, que se llevó el premio a Mejor actor de reparto y dio un discurso de antología.
“Mi viaje empezó en un barco, pasé un año en un campo de refugiados, y de alguna forma, terminé acá, en el escenario más importante de Hollywood. Dicen que las historias como estas solo pasan en las películas, no puedo creer que me esté pasando a mí", dijo Quan, que empezó como niño actor en Indiana Jones y el templo de la perdición y Los Goonies, pero que debió retirarse rápidamente de la industria al no encontrar las oportunidades suficientes.
Su revancha victoriosa es, en cierta medida, el epítome de lo que Todo en todas partes... significa para muchos de sus involucrados. Es así para sus directores —que se llevaron el premio al guion y la dirección, y que apenas tienen dos películas—, para la también premiada Jamie Lee Curtis y, sobre todo, para Michelle Yeoh, cuya adelantada y sonada campaña triunfal augura un cambio de paradigma. Ni la impresionante actuación de Cate Blanchett en Tár pudo con ella, y al final no quedaron dudas: si la bandera de Todo en todas partes... quedó bordada con siete Oscars, y de ellos cuatro de los denominados “grandes”, es una señal de que algo está cambiando.
Hasta el Oscar al propio Fraser por su trabajo en La ballena , el único premio “mayor” que no forma parte de la película ganadora, estuvo en sintonía con una velada reivindicatoria y que pareció sanar varias heridas del pasado.
Lo que sí no sanó fue el corazón roto de Ricardo Darín y compañía, que apelaron a una esquirla de épica final que salvara a Argentina, 1985 del poderío de Sin novedad en el frente y le diera al país la tercera estatuilla, pero no pasó. Los dólares de Netflix y el discurso antibélico de una película visualmente impresionante pero sin demasiado corazón dejó sin aire las expectativas latinoamericanas y mandó el Oscar a la Mejor película internacional a Europa. Una pena. Si festejaban Santiago Mitre, Darín y Peter Lanzani, festejábamos todos. El fastidio de Salma Hayek al anunciar la ganadora fue, al menos, simpático.
Pero eso fue, de todos modos, una pequeña pestaña que se abrió y enseguida desapareció en el espectáculo absoluto de Todo en todas partes al mismo tiempo. La película de los Daniels dominó a sus contrincantes, le arrebató Oscars a Spielberg, Blanchett, Top Gun y otros nombres gigantes de la industria, lo hizo sin renunciar al descaro y el cariño que la propia historia transmite y dejó varias puertas abiertas de cara al futuro. Hizo olvidar los tragos anodinos de las últimas ediciones e, incluso, el desempeño más bien triste de Jimmy Kimmel como presentador, que tardó exactamente 14 minutos en hacer el chiste más obvio del año: sí, la cachetada de Will Smith.
Los años dirán qué lugar ocupará esta victoria en la línea de tiempo del cine y si servirá de envión para que otras historias similares alcancen este mismo lugar, pero para eso falta. Hoy, ahora, en este momento, el multiverso festeja y, con dedos de pancho, levanta el Oscar. Unos cuantos Oscars, en realidad.
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