La larga luna de miel del Papa Francisco con el mundo desarrollado parece haber llegado a su fin. Quien durante tanto tiempo representara una esperanza de renovación y transformación en la iglesia, el crecimiento de cuya popularidad —tanto entre los católicos como entre los laicos— parecía no tener límites, es hoy duramente cuestionado por la opinión pública en Europa y Estados Unidos.
La rutilante estrella inaugural del Papa argentino ya había empezado a mostrar signos de agotamiento en los últimos dos años, cuando pasaba el tiempo, tras su visita a Estados Unidos a fines de 2015, y no había noticias de acciones concretas por parte del Vaticano sobre los casos de abuso sexual que asedian a la iglesia de ese y otros países. Pero hoy su estampa parece, más que nunca, en franco declive.
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Una encuesta de Gallup esta semana revela que la imagen del sumo pontífice ha caído al 53%, del 70% que medía en 2016 y 82% en 2014.
El último empujón que lo precipitó de las cimas del cariño del pueblo estadounidense fue el que le dio el ex nuncio de Washington Carlo Maria Viganò, quien en una carta demoledora lo acusó de encubrir los abusos sexuales del arzobispo Theodore McCarrick, y de haberlo restituido de las sanciones que le había impuesto su predecesor, Benedicto XVI, para luego nombrarlo consejero de confianza.
Hasta ahora el pontífice solo ha dicho que esas preguntas son “obra del demonio”, y que no merecen más explicación. Pero hasta los obispos de Estados Unidos declaran en público que la gravedad de la denuncia amerita una respuesta del Papa; y esta semana 46 mil mujeres católicas firmaron una carta abierta a Francisco pidiéndole que explique con total claridad cuándo y cómo supo de los abusos sexuales de McCarrick.
Y es que a la carta del ex nuncio, le siguió una revelación aun más devastadora para el Vaticano y que ha consternado e indignado a buena parte de la sociedad estadounidense: la investigación de un gran jurado de Pensilvania reveló que seis de las diócesis de ese estado habían protegido a 300 curas pederastas, responsables de abusar sexualmente de más de mil menores de edad.
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La espeluznante noticia desencadenó una cantidad de anuncios y comunicados en cascada de las fiscalías de varios estados, desde Nueva York hasta California, informando del inicio de sus propias investigaciones judiciales sobre los casos de abuso sexual en la iglesia. Mientras Bergoglio sigue guardando un silencio atronador sobre las acusaciones de Viganó.
Del otro lado del Atlántico, no le va mejor al Papa argentino: un informe de la Iglesia de Alemania da cuenta de décadas de abusos sexuales en ese país cometidos por 1.670 sacerdotes contra más de 3.600 niños menores de 13 años de edad. El perturbador documento, elaborado por obispos de la Iglesia alemana, aclara además que en todos esos casos se trató de violaciones, y que todos ellos se saldaron bajo la alfombra de un encubrimiento sistemático.
Es que Irlanda es otro de los países europeos más afectados por los escándalos de abuso sexual en la iglesia. El Vaticano guarda en su posesión el archivo de todos esos casos irlandeses, y el gobierno de Dublín hace tiempo que le viene pidiendo en vano que los dé a conocer. La negativa de la Santa Sede a esa petición, firme aun después de la visita del Papa, continúa agriando su relación tanto con el Ejecutivo como con el pueblo de Irlanda, cuya fe católica es parte de la identidad nacional.
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Al rescate, empero, le ha salido ahora inesperadamente Bono, el famoso músico y filántropo irlandés, frontman de la célebre banda de rock U2, quien lo visitó esta semana en el Vaticano. Luego en conferencia de prensa el músico dijo haber hablado con el Papa sobre “la bestia salvaje que es el capitalismo”, y que cuando tocaron el tema del abuso sexual en Irlanda, pudo sentir la sinceridad de Bergoglio al expresar su dolor por las víctimas. Dolor que no lo llega a inducir, sin embargo, a entregar los archivos, al menos de momento.
Como sea, en los últimos días Francisco ha tratado de ejercer, a su manera, una suerte de control de daños: escribió una extensa carta, otra vez, pidiendo perdón a las víctimas; anunció una serie de iniciativas para frenar el abuso sexual en la iglesia y convocó a los obispos a una cumbre mundial en febrero. Al menos a primera vista parecen medidas un tanto tibias para el tamaño de la crisis que le ha estallado, y que uno de sus más cercanos colaboradores ha definido como “el 11-S de la iglesia”.
Lo que no deja de llamar la atención es la extensión del flagelo de la pedofilia en las filas de la curia. Cuando empezó esta prolongada crisis, tras las revelaciones del Boston Globe en 2002, recuerdo que varios clérigos en Estados Unidos decían que la iglesia es una institución de la sociedad; y que por tanto esos casos se daban allí como se daban en el resto de la sociedad, ni más ni menos. Hoy 16 años y decenas de miles de casos después, podemos decir sin temor a equivocarnos que en proporción son bastante más. Esta realidad ya difícilmente discutible ha reflotado el debate sobre el celibato en la iglesia, en el que otra vez diversas voces exhortan al Papa a considerar su abolición y a reconocer la importancia de la sexualidad en los seres humanos, sean estos ministros de Dios o no. Los frentes que en este momento tiene abiertos el pontífice jesuita son numerosos, y atenderlos todos no parece tarea sencilla.
Entre tanto, en América Latina el Papa no parece ver afectada su popularidad. Y los casos de pedofilia en la iglesia aun no han sido retomados por la opinión pública, excepto en Chile, donde el viernes renunciaron otros dos obispos en medio del escándalo por abuso sexual que hoy tiene a 119 casos desfilando ante los estrados judiciales.
Desde el año 2002 hubo en Latinoamérica varios casos sonados de abuso de menores en la iglesia que llegaron a la Justicia, desde México hasta Argentina, y prácticamente en todos los países de la región a excepción de Uruguay.
Si aquello volviera hoy al candelero, a Bergoglio se le abriría otro peligroso frente en su propio patio, la parte del mundo donde por lejos ha hecho más política durante lo que lleva de papado. De hecho sus detractores regionales, que son minoría, lo que le reclaman es su injerencia política y su alianza y/o permisividad con los gobiernos de izquierda.
Es probable que a estos, se le sumen pronto otros críticos. Pero en ningún caso alcanzaría la profundidad y dimensiones de la crisis que hoy padece Francisco en Estados Unidos y en la Europa Septentrional.
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